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La verdadera acción.
Obrar adecuadamente es la acción de una persona que está encaminada a
realizar el mayor bien, y significa proceder apropiadamente en todos los
planos -mental, emocional y físico. La obra adecuada sólo puede nacer de la
consciencia, del conocimiento de la verdad y del Amor. Sin la carga
emocional de la rabia, del miedo y de la victimización, resulta fácil
aceptar la realidad de la propia vida, el aceptar lo que es y empezar a
tener una percepción aguda de lo que no es. Cuando se sabe lo que no es, se
puede empezar a determinar lo que se tiene que hacer. Uno debe confiar en si
mismo lo suficiente como para saber que tomará las decisiones correctas y
obrará apropiadamente.
Pero por la falta de consciencia entramos en un movimiento que nos hace
oscilar entre el apego y el desapego hacia las cosas, hacia las ideas y
hacia las personas, y nos obliga a reaccionar a la dependencia que tenemos
de ellos sin poder escapar, sin poder llegar a ser libres. El deseo, la
dependencia, no son en absoluto el problema, son sólo un modo de escapar de
un hecho más profundo que todos y cada uno de nosotros debemos descubrir en
nosotros mismos.
Carecer de centro siempre provoca una alteración del equilibrio que lleva a
ir de un extremo a otro. El hombre que no tiene centro está constantemente
fluctuando entre la reserva, una distracción temerosa y un total abandono de
sí mismo, entre un estado de tensión desproporcionada y otro de laxitud
extrema.
¿Qué puede hacer un hombre que se encuentra permanentemente dividido entre
dos polos opuestos? Puede optar por uno de ellos, renunciando al otro, o
puede volver a buscar el camino que absorbe los contrarios, un camino que
pasa por el reconocimiento del factor de su escisión liberándose de él
restableciendo el contacto con su centro original.
Investigando nuestras reacciones y viendo cuál es el motivo verdadero del
deseo, puede llegar a nosotros la libertad. Si no existen el observador y lo
observado, ni el controlador ni lo controlado, si somos conscientes del
proceso del apego y de la dependencia, percibiendo sin condena y sin juicio,
descubrimos el significado del conflicto de los opuestos. Viendo lo que es,
lo que es falso como falso y lo que es verdadero como verdadero no nos
iremos al opuesto sino que entraremos en la unidad del amor y la consciencia
y obraremos adecuadamente en nuestras vidas. Este es el camino de la
espiritualidad. Cuando vemos algo que no nos gusta queremos ir hacia el
contrario. Por ejemplo vemos que somos egoístas y queremos llegar a ser
generosos, este "querer llegar a ser generosos" no es más que egoísmo
camuflado, es el ego que quiere seguir viviendo en "el ser generoso", es
codicia. Este "querer llegar a ser algo" está siempre limitado e
influenciado por el pensamiento y éste lo es por la sociedad, la cultura,
los deseos y apegos, los ideales y las creencias, etc. El pensamiento
siempre es limitado y nunca alcanzará a comprender la inmensidad y el
misterio de la vida. La acción apropiada, la verdadera acción, la acción que
nos alejará del sufrimiento a nosotros y a los que nos rodean no surge del
pensamiento.
La virtud no es lo opuesto de lo que es malo, no está para nada relacionada
con lo que es feo, maligno, malo, con lo que no es bello. Lo bueno, la
bondad y lo bello, existen por sí mismos. Si creemos que el bien es lo
contrario de lo malo, de lo maligno o feo, entonces el bien contiene en sí
lo malo, lo feo, lo brutal. El bien carece de toda relación con lo que no es
bueno.
Sólo existe el apego; no hay tal cosa como el desapego. La mente inventa el
ideal del desapego como una reacción al sufrimiento que produce el apego.
Cuando reaccionamos al apego volviéndonos “desapegados” nos apegamos a
alguna otra cosa. Por lo tanto, todo ese proceso es un solo proceso de
apego. Nos apegamos a nuestras esposas o maridos, a nuestros hijos, a las
ideas, a la tradición, a la autoridad, y a todas esas cosas; y nuestra
reacción a ese apego es el desapego. Deseamos cultivar el desapego debido al
dolor y la pena que nos genera el apego. Queremos escapar del sufrimiento
que genera el apego, y nuestro escape consiste en encontrar algo a lo que
pensamos que podemos apegarnos. Así que sólo existe el apego, y es una mente
estúpida la que cultiva el desapego. Todos los libros dicen que “nos
desapeguemos”, pero si observamos nuestra propia mente, veremos una cosa
extraordinaria, que la cultivar el desapego, la mente termina por apegarse a
alguna otra cosa. Las personas que viven espiritualmente son
sorprendentemente humildes y se encuentran muy lejos de la estupidez y de la
ignorancia. Sencillamente ven lo que es y obran adecuadamente.
Estamos creando continuamente esta dualidad del bien y del mal que mantiene
atrapado al pensamiento/sentimiento. Éste puede ir mucho más allá del bien y
del mal sólo cuando comprende su causa: la codicia. Todo opuesto tiene la
semilla de su propio opuesto. Existe la codicia y está el ideal de la
no-codicia. Cuando la mente persigue la no-codicia, cuando trata de ser
no-codiciosa, sigue siendo codiciosa, porque trata de ser “algo”. La codicia
implica desear, adquirir, expandir. Y cuando la mente ve que ser codiciosa
no rinde provecho desea ser no codiciosa. De modo que el motivo es aún el
mismo, o sea, el de ser o adquirir alguna cosa. Cuando la mente anhela no
desear sigue estando allí la raíz del anhelo y del deseo. En consecuencia la
espiritualidad no es lo opuesto del mal, sino que es un estado por completo
diferente.
La espiritualidad carece de motivo, pues todo motivo se basa en el ego. Y es
un movimiento egocéntrico de la mente. Hay espiritualidad tan sólo cuando
hay atención total y obramos apropiadamente. La espiritualidad es sin motivo
pues cuando hay algún motivo la espiritualidad desaparece. La bondad, la
belleza, la virtud sólo nacen cuando hay espiritualidad pues en ella no hay
esfuerzo para ser o para no ser.
Nuestra acción, lo que queremos hacer o ser se basa en la idea. Tenemos
ideas, ideales y la base de nuestra acción es la recompensa en el futuro o
el temor al castigo. Esta actividad es aisladora y nos encierra en nosotros
mismos. Tenemos una idea de la virtud y de acuerdo con esa idea vivimos,
actuamos y nos relacionamos. Para nosotros la relación es acción hacia un
ideal, hacia la virtud, hacia el propio logro; la virtud significa entonces
un ejemplo al que seguir.
Como basamos la acción en una idea, entre la acción y la idea creamos una
división. “No soy caritativo, no hay compasión en mi corazón, pero debo ser
caritativo y compasivo”. Y al intentar alcanzar ese ideal realizamos una
acción basada en un ideal, introducimos una separación entre lo que soy y lo
que debiera ser. Todo el tiempo de nuestra vida estamos tratando de eliminar
esta separación, esta es nuestra actividad.
Si la idea no existiese desaparecería instantáneamente la separación entre
la acción y la idea, entonces seríamos lo que en realidad somos. Somos poco
caritativos, implacables, crueles, necios e irreflexivos. Podemos seguir
siendo lo que somos, pero debemos observar entonces que sucede en nuestra
vida y en la vida de aquellos que nos rodean.
El tonto siempre dice que va a volverse inteligente. Se pone a trabajar,
lucha por transformarse, pero nunca se detiene, se observa a sí mismo y se
ve como “tonto”. Cuando vemos nuestra falta de caridad, de inteligencia o de
lo que sea, de una manera total, no verbal ni artificialmente, cuando nos
damos realmente cuenta de lo que en verdad somos, ese mismo hecho de “ver lo
que somos” nos impulsa, más veloces que la luz, a obrar adecuadamente. Y
aquí es de dónde surge la espiritualidad, el amor y la inteligencia.
Si vemos la necesidad de estar limpios, sencillamente vamos y nos lavamos.
Pero si es el ideal de que “debiéramos estar limpios”, la limpieza se
desplaza a un segundo plano y entra a tomar importancia el ideal. La acción
basada en ideas es muy superficial, no es en absoluto la verdadera acción
sino mera ideación, tan sólo un proceso de pensamiento puesto en marcha.
La acción que transforma a los seres humanos y a la humanidad, que nos trae
regeneración, redención y transformación no se basa en ideas. Esta acción no
tiene en cuenta lo que se derive de ella, ya sea recompensa o castigo y está
fuera del tiempo porque la mente, que es la que crea el tiempo, el cálculo,
la división y del aislamiento, no interviene en la acción.
Muchas veces hemos mirado a una persona, a una flor, a una idea o a una
emoción, sin optar, sin juzgar en absoluto. También podemos hacer esto con
el deseo. Si vivimos con el deseo sin negarlo ni decir: "¿Qué haré con este
deseo? Es tan desagradable, tan imperioso, tan violento...", Si lo
observamos atentamente sin darle un nombre o un símbolo, sin cubrirlo con
una palabra, entonces, desaparece la causa del desorden.
El deseo no es algo que debe ser sacrificado, destruido. Queremos destruirlo
porque un deseo acomete contra otro creando conflicto, desdicha y
contradicción. Podemos ver también cómo intentamos escapar de este conflicto
interminable. Sólo si nos damos cuenta de la totalidad del deseo, de la
cualidad total del deseo, si nos damos cuenta de nuestra insuficiencia
interior y vivimos con ella, sin escapar, aceptándola totalmente,
descubriremos una tranquilidad extraordinaria que viene de la comprensión de
lo que es y no es artificial. Sólo en este estado de tranquilidad podemos
realmente obrar adecuadamente.
Cuando veamos nuestra dependencia, apegos y deseos, debemos mirarlos con
toda nuestra atención, conscientemente, enamoradamente, en paz; en el
momento presente. Respirar profundamente y ver, sentir y amar, sin juzgar ni
nombrar. Para que tenga lugar la completa mutación de nuestra consciencia,
debemos negar el análisis y la búsqueda. Para que surja el silencio en la
consciencia debemos ver lo falso, sin saber o imaginar qué es lo verdadero.
Este vacío mismo origina una revolución completa de la consciencia, y sólo
con ella podemos obrar adecuadamente.
Si pudiéramos descubrir ese factor más profundo que nos hace desear, el
mismo deseo se disiparía y con él el sufrimiento. La libertad con respecto
al deseo no es un resultado directo. Lo que importa verdaderamente es
comprender la fuente que da origen al deseo. Y deseamos porque no somos
conscientes y en nuestro corazón no hay amor.
Toda forma de acumulación, ya sea de conocimiento o de experiencia, toda
forma de ideal, toda proyección de la mente, toda práctica destinada moldear
la mente, a darle forma con lo que la mente debería ser y no debería ser,
todo esto debilita nuestro proceso de investigación y descubrimiento, sin
duda. Es cierto que debemos resolver los problemas inmediatos, verlos sin
juzgar y llegar a ellos sin creencias o ideas preconcebidas. A partir de
ahí, debido a la incapacidad para ver lo que es, necesitaremos casi siempre
de la reflexión integral. Pero en realidad, necesitamos con más urgencia
descubrir si nos es posible dejar a un lado todos los contenidos mentales,
tanto los superficiales como los de la mente inconsciente y profunda.
Y esto sólo puede hacerse si la mente es capaz de estar alerta sin exigencia
ni presión alguna. Simplemente estar alerta. Es difícil debido a que toda
nuestra educación nos ha enseñado a censurar, a aprobar, a comparar.
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