LA MEDITACIÓN EN LA VIDA ESPIRITUAL
Se comprenderá que este trabajo hay que hacerlo religiosamente,
meticulosamente, con la precisión de quien está ejecutando una obra sublime
y precisa, que no puede andarse con fantasías ni deseos, sino que ha de
hacer una obra positiva, concreta. Esto produce un cambio completo en la
perspectiva de la aplicación de la vida espiritual a nuestra vida diaria,
porque entonces es cuando uno realmente descubre que la vida espiritual es
el centro de toda la actividad y que ese Dios no es un Dios moralista que
está allá lejos, esperando a comprobar si hacemos el bien o el mal, sino que
es un Dios que está participando en nuestra vida diaria, en todos los
incidentes de nuestra persona y de todo hecho exterior.
Se trata de un Dios enormemente próximo, es el Dios que
hace que nuestro corazón funcione, es el Dios que nos hace respirar, que nos
hace sonreír, que nos hace vivir a cada instante de nuestra vida; es
entonces cuando vamos reconociendo que Dios es realmente el centro de cada
instante en nuestra existencia, y eso realmente nos transforma, porque, a
medida que uno lo va cultivando, conduce a sentirse cada vez más unido a ese
Dios, a sentirse más cerca, más próximo, más uno mismo con Él.
Y, a medida que uno se acerca a Dios, o que uno permite
que Dios se exprese de un modo más directo y consciente dentro de uno,
entonces los estados negativos desaparecen de un modo instantáneo. El estado
negativo no es algo que hay qué eliminar; solamente hay que dejar que lo
positivo aparezca y se exprese, de la misma manera que la oscuridad no es
algo que hay que sacar, sino que tan sólo hay que permitir que entre la luz,
y, así, la oscuridad desaparece, porque la oscuridad nunca fue nada.
Asimismo, los estados negativos nunca han sido nada, son meros fantasmas en
nuestra mente, fantasías que tomamos por realidades absolutas y que, por
este motivo, nos asustan. Ello es debido a que nos hemos desconectado de lo
que es nuestro eje central, de lo que es nuestro ser de verdad, este ser que
está siendo constantemente manifestado, expresado, exclamado por Dios, este
ser que participa de esa naturaleza divina, y, por lo tanto, es en sí
absolutamente, totalmente, íntegramente positivo.
En nuestro ser no hay absolutamente nada donde pueda
entrar el temor, la inseguridad, la angustia, el miedo. Todo esto son
productos de nuestra mente. Por el hecho de que esa realidad profunda ha
quedado detenida, nos hemos puesto a pensar en otras cosas y las hemos
vivido, las hemos experimentado, las hemos nutrido con nuestra única
realidad. Y, como en uno hay esa exigencia de Dios, que quiere expresarse de
un modo más directo, entonces uno se encuentra inadecuado con su modo de
sentir habitual, con el modo de hacer, y esa contradicción entre Dios que
quiere expresarse de un modo directo y ese modo particular propio de
construirme a mí mismo, por el cual uno se ha identificado con las cosas del
mundo -y que también es Dios, de un modo más indirecto- esa contradicción,
esa contraposición es lo que produce aparentemente esos estados negativos.
Así pues, debemos meditar, para que nuestra mente sepa de
un modo real y profundo, es decir, no para que uno sepa, sino para que se
instale esa verdad y uno la perciba de un modo real. Insistimos sobre esto,
porque hay muchas personas que creen que, cuando ya entienden una cosa, no
es necesario proseguir el trabajo mental. La mente ha de penetrar dentro de
las verdades, si queremos que esas verdades puedan penetrar dentro de
nuestra vida diaria. Y este trabajo de penetración requiere meses de
práctica asidua, para entrar más y más, aunque a uno le parezca que ya no
hay absolutamente nada más que ver y comprender.