La vida superior.
 

Cada ser humano, al lado de lo que podríamos llamar el “hombre rutinario", lleva en su interior un ser superior, que permanece oculto hasta que llegue a ser despertado; pero solamente uno mismo puede despertar este ser superior dentro de sí. En tanto esto no se logre, permanecen ocultas las facultades superiores que duermen en todo ser humano y que conducen al conocimiento suprasensible.

Mientras el discípulo no perciba en sí el fruto de la quietud interior, habrá de decirse que ha de perseverar en la severa y estricta observancia de la referida regla. Para toda persona que así proceda, llegará el día en que le circundará la luz espiritual y en el que mediante un ojo antes desconocido, verá abrirse un mundo enteramente nuevo.

Nada ha de cambiar en la vida exterior del discípulo por el hecho de comenzar a observar esta regla. Cumplirá sus deberes como antes, soportará las mismas penas y experimentará los mismos placeres. De ninguna manera quedará enajenado de la "vida"; por el contrario, durante las demás horas del día podrá dedicarse más intensamente a esta "vida", porque en sus instantes escogidos adquiere una "vida superior".

Poco a poco, esta "vida superior" ejercerá su influencia sobre la existencia ordinaria; la quietud de los momentos escogidos ejercerá su efecto también sobre las ocupaciones cotidianas. El ser humano entero se tornará más sosegado; adquirirá más firmeza en todas sus acciones y ya no perderá su serenidad por toda clase de incidentes. Paulatinamente, el discípulo principiante llegará a tomar él mismo la dirección de su existencia, en vez de dejarse guiar por las circunstancias y las influencias externas.

Pronto notara qué fuente de vigor representan para él esos instantes de aislamiento; comenzará a no enojarse por cosas que antes le irritaban; innumerables eventos que antes le aterrorizaban, dejarán de causarle temor; adquirirá una concepción de la vida enteramente nueva. Antes, se sentía tal vez temeroso al emprender tal o cual tarea y se decía: "Mis fuerzas no bastarán para cumplir ese trabajo como yo quisiera hacerlo"; pero ahora ya no le sobrevendrá este pensamiento, sino otro muy distinto: "Reuniré todas mis fuerzas para cumplir esta tarea lo mejor que me sea posible".

Reprimirá todo pensamiento que pudiera hacerle temeroso, porque sabe que precisamente la timidez podría ser la causa de un mal trabajo y que, en todo caso, no le ayudaría a desempeñar mejor sus quehaceres. Así, en la concepción de la vida del discípulo, se incorporan sucesivamente pensamientos fecundos y provechosos, en sustitución de los que anteriormente le estorbaban y debilitaban. El discípulo comienza a conducir su nave a través de las olas de la vida con rumbo seguro y firme, en vez de ser echada de un lado a otro como un juguete de estas olas.

Esta calma y esta firmeza repercuten también en todo el
ser del hombre y favorecen el crecimiento de su interioridad, y con ello se acrecientan las facultades interiores que conducen al conocimiento superior. Gracias a sus progresos en esta dirección, el discípulo llegará, poco a poco, al punto de poder determinar por sí mismo en qué forma las impresiones del mundo circundante deben ejercer sus efectos sobre él.

Por ejemplo, oye una palabra con la cual otra persona trata de ofenderle o irritarle. Antes de su discipulado seguramente habría cedido a tal agresión; pero ahora que ha entrado en el sendero, es capaz de arrancar a la palabra el aguijón hiriente o irritante antes de que penetre en su interior. Tomemos otro ejemplo: una persona se impacienta fácilmente cuando tiene que esperar. Entra en el sendero del discipulado, y en sus instantes de quietud se compenetra del sentimiento de la inutilidad de mucha impaciencia, hasta tal grado que, en adelante, este sentimiento se le hará presente cada vez que llegue a experimentar la impaciencia, y ésta que amenazaba apoderarse de él, desaparece, y el tiempo que hubiera malgastado posesionado de los sentimientos de impaciencia, será aprovechado quizás por una observación útil que puede hacerse durante la espera.

Hay que tener presente el alcance de todo lo expuesto, teniendo en cuenta que en el ser humano el "hombre superior" está en constante evolución; pero que sólo la calma y la firmeza descritas hacen posible el desarrollo ordenado. Los vaivenes" de la vida exterior cohíben por todos lados el ser interior del ser humano, si él no domina esa vida, sino que se deja dominar por ella. En tal situación, el ser humano es como una planta que creciera entre las grietas de una roca y que no podría desarrollarse si no se le diera más espacio.

Para el ser interior del hombre no existen fuerzas externas que puedan darle este espacio; sólo puede dárselo la quietud interior que él mismo proporciona a su alma. Las circunstancias exteriores tan sólo pueden cambiar su situación exterior, jamás despertar al "hombre espiritual". Es en sí mismo donde el discípulo debe engendrar un ser nuevo, un hombre superior. Este "hombre superior" se convierte entonces en el "soberano" en el alma, que con mano segura dirige las condiciones de su vida exterior. En tanto que sea el hombre de la vida exterior quien domina y dirige, el ser "interior" es su esclavo y, por consiguiente, no puede desenvolver sus fuerzas.

Mientras dependa de algo ajeno de mí el que me enoje o no, no soy dueño de mi mismo o, dicho mejor aún, no he encontrado todavía al soberano en el alma. Tengo que desarrollar la facultad de que las impresiones del mundo exterior no me afecten sino de la manera que yo mismo determine; sólo entonces me habré convertido en discípulo de la ciencia oculta.

Únicamente en la medida en que verdaderamente trate de desarrollar esa fuerza, el discípulo podrá llegar a su meta; no importa el progreso que realice en un tiempo dado, sino que él busque seriamente su desarrollo. Muchos se han esforzado durante años enteros sin notar progresos apreciables; pero quienes no desesperaron, sino que permanecieron inquebrantables, súbitamente alcanzaron la "victoria interior.

Sin duda, en muchas situaciones de la vida es necesario un gran esfuerzo para fijarse esos instantes de quietud interior, pero cuanto mayor sea este esfuerzo, tanto más importante será el resultado obtenido. En el discipulado todo depende de la energía, de la veracidad interior y de la absoluta sinceridad con que uno pueda situarse frente a sí mismo con todas sus acciones, como si se tratara de algún extraño.

 

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