La
agresividad
Esta
palabra, que procede del latín aggredi —ir contra alguien—, se emplea
normalmente en castellano para expresar la propensión a atacar, destruir o hacer
daño, aunque también puede usarse en un sentido más constructivo, como sinónimo
de acometividad creadora, iniciativa o espíritu emprendedor. En la
caracterología de principios de siglo, al estilo de Kretschmer, era corriente
interpretar la agresividad en términos de una disposición temperamental innata,
asociada a un determinado biotipo, por lo general atlético o displásico. Esta
asociación es real, pero la influencia del temperamento en la conducta agresiva
del ser humano es moderada: la agresividad es más un problema social que
biológico.
Una
versión renovada del innatismo surgió en los años sesenta con la teoría del
cromosoma masculino de más, responsable genético de la agresividad típica de los
psicópatas homicidas. Pronto se comprobó que esta teoría —que venía a ser una
versión renovada de la teoría lombrosiana del criminal nato— tenía escaso
fundamento, en el sentido de que no eran todos los que estaban, ni estaban todos
los que eran. Realmente, sólo en una mínima proporción de los criminales se da
el famoso par YY, a la vez que son muchas las personas pacíficas que sí lo
poseen. De otra parte, el psicoanálisis entiende la agresividad como una energía
psíquica destructiva, y antitética de la libido, que en el último Freud pasa a
ser un instinto de muerte: el Thanatos. No está claro si esta agresividad de que
habla el primer Freud es una pulsión de odio y hostilidad, orientada a la
destrucción sádica, a veces también masoquista, del objeto, o es una forma de
energía psíquica que suministra al ego la fuerza precisa para abrirse camino,
superar las dificultades, tener iniciativa y ser asertivo.
En todo
caso, frente a las teorías anteriores, la interpretación psicoanalítica de la
agresividad supone un concepto más activo y dinámico del ser humano. Al agredir,
lo que hace el hombre es reaccionar frente a la frustración y a los conflictos.
Estas ideas de Freud dieron origen a la teoría de la frustración-agresión de la
escuela de Yale, que estipula que allí donde hay una frustración se genera una
agresión y, viceversa, allí donde se observa una agresión es menester pensar en
alguna frustración previa. Las versiones recientes de esta teoría, por ejemplo,
de Berkowitz, son más moderadas, en el sentido de que la limitan según ciertas
condiciones, como, por ejemplo: a) que hay estados emotivos que predisponen a la
agresión; b) que no hay agresión en la que no concurran factores externos o
claves desencadenantes, y c) que la agresividad se aprende y puede convertirse
en un hábito reforzable, por ejemplo, a través de los medios de comunicación
social, o de una permisividad mal entendida.
De otra
parte, la valoración social de la agresividad, entendida bien como acometividad
creadora, bien como etnocentrismo y prejuicio totalitario, se acrecienta en el
psicoanálisis cultural y del ego. El pesimismo antropológico llevó a Freud a
pensar que lo reprimido siempre vuelve, o sea, que lo inconsciente es reprimible
pero no redimible. Más tarde, sin embargo, los freudo-marxistas de la escuela de
Frankfurt entendieron que la educación es capaz de elevar el instinto al plano
de la historia, hasta lograr que el sentido termine por asumir a la pulsión. En
el plano contrafactual, las investigaciones de Adorno sobre la personalidad
autoritaria representan precisamente la obturación de esa posibilidad redentora
de la historia y la fijación de formas agresivas politizadas.
Por
último, desde el conductismo social, y muy especialmente desde las teorías de
Bandura, se ha subrayado la importancia de la imitación y del aprendizaje
vicario, en la adquisición de pautas agresivas de comportamiento. De hecho, la
importancia de los medios y de las subculturas de referencia resulta difícil de
exagerar por lo que respecta a la inducción de conductas agresivas. Conductas
que, por lo demás, no se manifiestan necesariamente como desviadas y
antisociales. lunto a la agresividad hacia fuera —extrapunitiva— se da también
una agresividad hacia dentro —intropunitiva—, que adopta formas clínicas muy
varias, entre las cuales se cuentan las depresiones reactivas y lo que Seligman
ha llamado indefensión aprendida.
A la
postre, sin embargo, la clarificación conceptual del mundo de la agresividad
humana es muy difícil, pues dada la diversidad de puntos de vista de quienes
ponen los rótulos a los actos del ser humano, lo que para unos constituye una
flagrante agresión para otros puede ser un caso evidente de legítima defensa.