Entendemos como agresión la acción dirigida a causar daño
a otra persona, agresión que puede ser psicológica o física (en este último
caso se utiliza el término de violencia). Se ha comprobado que la conducta
agresiva del niño mostrada antes de los 3 años de edad tiene poca
continuidad con la conducta agresiva que pueda mostrar posteriormente;
mientras que, a partir de los 3 años, es considerable la continuidad en la
agresividad hacia los demás. Así, resulta que los niños que luchan más con
los otros a esta edad son también los que se pelean a los 14 años y al
comienzo de la vida adulta. Son, pues, adolescentes problemáticos.
Consideremos los factores constitucionales. La mayor
prevalencia de la conducta agresiva en los machos, tanto de la especie
humana como de otras especies, sugiere la existencia de un determinante
constitucional de la agresión. Los hombres han resultado ser más agresivos
que las mujeres en manifestaciones de violencia física, juegos duros,
contraagresión en respuesta a la agresión de otros, etc. Clínicamente, los
niños muestran aproximadamente cuatro veces más conductas antisociales que
las niñas; conductas que suelen presentar un elemento agresivo, y entre las
cuales podemos incluir los suicidios consumados y los delitos violentos.
Estas diferencias sexuales se aprecian ya en las conductas agresivas de los
niños pequeños y se mantienen a lo largo de la infancia y la adolescencia en
todas las culturas.
En su momento se pensó que el predominio masculino en la
conducta agresiva debía radicar en el material genético del cromosoma Y, y
que las personas con exceso de material Y deberían mostrar una mayor
agresividad. Se intentaron buscar responsabilidades violentas en los
portadores de una fórmula genética XY, sin llegar a conclusiones
categóricas. Algunos estudios han hallado que la mayor longitud del
cromosoma Y se encuentra con mayor frecuencia en las poblaciones criminales
o psiquiátricas adultas. Otros estudios no han confirmado estos hallazgos.
En otro orden de cosas, está bien demostrado que las
hormonas sexuales masculinas constituyen un importante factor en la
agresividad animal y se han implicado también en la agresividad humana. Por
ejemplo, se han encontrado mayores niveles de testosterona en el organismo
de delincuentes violentos que en no violentos.
Hay teorías "instintivas", derivadas en gran parte de la
concepción psicoanalítica de Sigmund Freud, que interpretaban la agresividad
como una expresión hacia fuera de un instinto de muerte, es decir, un
instinto al daño o perjuicio hacía uno mismo. La teoría "impulsiva" de la
agresión postula que la conducta agresiva deriva de la obstrucción de
actividades dirigidas a fines, como por ejemplo sucede con la frustración.
Tanto las teorías instintivas como la del impulso afirman
que las conductas agresivas están determinadas por factores o fuerzas que
derivan del individuo, pero son insuficientes para explicar la gran
variabilidad de la mayoría de las conductas agresivas.
Una última teoría, la del "aprendizaje social" adopta la
tesis de que el hombre no está ni impulsado por fuerzas internas ni guiado
desamparadamente por las influencias ambientales». Más bien la conducta se
entiende en términos de una interacción recíproca continua entre la conducta
y sus condiciones de control. La conducta crea parcialmente el entorno y el
entorno resultante a su vez influye en la conducta.
Como conclusiones, diversos autores exponen que:
1) Es posible suscitar respuestas agresivas en niños
imponiendo frustraciones, es decir, interfiriendo en actividades orientadas
a un fin.
2) La agresión puede ser aprendida mediante la imitación
de modelos y con refuerzo social.
3) Los niños y adolescentes agresivos suelen haber sido
criados por padres fríos o distantes, por padres que utilizan excesivos
castigos físicos y por padres que discrepan entre sí.
4) Los niños agresivos suelen haberse criado en
condiciones socialmente desfavorables.