Algunos rompecabezas del pasado.
Esparcidos por los bosques de Costa Rica encontramos hechos sorprendentes.
Cuando la zona de Diquís estaba siendo despejada para realizar plantaciones
hacia los años treinta, los trabajadores vieron interrumpida su labor por
cientos de piedras esparcidas por el suelo del bosque, que parecían haber
sido alisadas artificialmente. Las más grandes tenían aproximadamente unos
dos metros y medio de diámetro y constituían esferas casi perfectas. Las
piedras, originariamente de forma irregular, eran pulidas con piedras más
pequeñas y con arena mojada que actuaba como medio abrasivo. Su forma debía
de comprobarse constantemente por medio de unas plantillas exactas
recortadas. Todo este proceso requería sin duda un trabajo paciente por
parte de un gran número de personas y durante un largo período de tiempo.
Después, las piedras -algunas de las cuales pesaban 16 toneladas- tenían que
ser arrastradas desde el lugar de donde habían sido extraídas (posiblemente
en la desembocadura del río Diquís), hasta sus lugares de destino, quizá a
48 kilómetros de distancia. A menudo eran colocadas en grupos o en líneas
rectas o curvas. Algunas han sido halladas encima de tumbas humanas. Sin
embargo, se desconoce por completo el propósito de este enorme esfuerzo.
Algunos especulan que las piedras representan el Sol, la Luna u otros
cuerpos celestes; otros piensan que son símbolos de la perfección.
Pistas contradictorias
No
existe ninguna técnica para determinar la fecha en la cual las piedras
fueron labradas. A veces surgen pistas, pero suelen ser contradictorias. Así
pues, no sabemos quiénes fueron los constructores de las extrañas esferas,
ni cuál fue su propósito.
También se necesitó de un enorme y paciente trabajo de pulido para esculpir
las espléndidas facciones del cráneo de cuarzo de tamaño natural encontrado
en Honduras Británica por el explorador británico F. A. Mitchell-Hedges en
1927. El la describe así:


La
calavera de cuarzo que esta al pie de este texto es una muestra del uso de
alta tecnología contra otras calaveras más comunes de cuarzo.
La
"Skull of Doom" (la Calavera de la Muerte, o del Juicio Final) está hecha de
cristal de roca puro y, según los científicos tardó en ser construida unos
150 años. Generación tras generación, todos fueron trabajando durante todos
los días de sus vidas frotando con arena un enorme bloque de cristal de roca
hasta que apareció por fin la calavera perfecta... Se dice que cuando el
sumo sacerdote de los mayas invocaba a la muerte con la ayuda de esta
calavera, ésta invariablemente se presentaba. La calavera ha sido descrita
como la personificación del mal.
Acaso
algunas de estas afirmaciones las inventó el propio Mitchell-Hedges. Se ha
conjeturado incluso que podría haber mandado fabricar la "Calavera de la
Muerte" para hacerle un regalo a su hija el día de su cumpleaños. Fue ella
precisamente quien la encontró debajo de un altar en la ciudad maya de
Lubaantum el día en que cumplía 17 años.
Algunos de los detalles de la calavera se han considerado como
increíblemente modernos y naturalistas. El crear unos objetos tan
cuidadosamente modelados a partir de una sustancia tan extremadamente dura
como el cuarzo requería sin duda una larga dedicación, a menos que los mayas
tuvieran a su disposición unas técnicas que nosotros ignoramos que
poseyeran. De hecho, a menudo se insinúa que los antiguos albañiles deben
haber poseído instrumentos más eficaces para cortar que los que se han
hallado. Así pues, quizás los escultores que trabajaban a una escala más
pequeña no estaban, después de todo, condenados a pasarse años puliendo tal
y como afirmaba Mitchell Hedges.
Se
desconoce la función que desempeñaban las calaveras de cristal, aunque se ha
sugerido que podrían haber desempeñado un papel primordial en los rituales
más significativos de algunos templos. Pero tales conjeturas sólo sirven
para enmascarar nuestra total ignorancia acerca de las motivaciones de los
antiguos artesanos.
¿Como se construyó Sacsahuamán?
De
entre las muchas maravillas que posee el Perú prehispánico, quizá la que ha
suscitado más interrogantes sea la fortaleza de Sacsahuamán, que domina la
ciudad de Cuzco, antigua capital incaica. Se trata de un vasto complejo de
baluartes, casas, altares, anfiteatros y acueductos en gran parte destruido
(sirvió de cantera para la construcción de la catedral de Cuzco y para
numerosas casas coloniales), pero cuya grandiosidad sigue haciéndolo
sobrecogedor y, en gran parte, inexplicable.
Sacsahuamán era en realidad un palacio, el palacio-templo del Sol, y
constituía una de las principales residencias del inca. Sin embargo su
excelente situación estratégica hizo que los españoles creyeran que se
trataba de una fortaleza, y que esporádicamente los propios habitantes de
Cuzco lo destinaran a este fin. Algunas leyendas atribuyen su fundación al
propio Manco Cápac, el primer y mítico inca. Se ha calculado que en su
construcción participaron más de 20.000 hombres.
Los
datos que recogieron los cronistas en la época de esplendor del palacio
contienen rasgos extremadamente curiosos e intrigantes. Al parecer, el
torreón central, de 4 ó 5 pisos y forma cilíndrica, estaba totalmente
recubierto de planchas de oro; además, a toda la construcción subyacían un
verdadero laberinto de callejas y pasadizos subterráneos y un perfecto
sistema de canalizaciones herméticas por las cuales llegaba el agua desde
emplazamientos que permanecieron siempre secretos.

Los
bloques de piedra caliza de Sacsahuamán, tiene formas muy distintas entre
si, pero encajan perfectamente una con la otra.
Pero
no son éstas las características más impresionantes de Sacsahuamán; las
supera, sin duda, su triple muralla megalítica en forma de zigzag,
construida con enormes bloques de piedra caliza de hasta 130 kg de peso y
más de 5 metros de altura. Estas cifras hablan ya de las dificultades que
una empresa así debió de representar para una sociedad que no conocía la
rueda; pero, además, la exactitud del ensamblamiento antisísmico de las
piedras hizo que los cronistas, asombrados, atribuyeran a Sacsahuamán un
origen sobrenatural.
Es
evidente que ni siquiera el alto grado de organización social del imperio
incaico puede explicar la construcción de esos baluartes, y mucho menos su
misteriosa forma (tres serpientes paralelas). El cronista Pedro Sancho de la
Hoz aseguró "que nadie que los vea no diría que hayan sido puestos allí por
manos de hombres humanos, que son tan grandes como troncos de montañas". |