LAS AMENAZAS DE SUICIDIO, FACTORES DE RIESGO Y PREVENCIÓN
Deben ser
consideradas como alarmantes y en tales casos se debe acudir al psicoterapeuta
lo antes posible. Siempre hay que ocuparse de un niño o joven que verbaliza esos
temas, que fantasea con la muerte como forma de resolver un problema. La idea
generalizada de que quien dice que se va a suicidar no lo hace es un mito
erróneo. Recordemos que los adolescentes son drásticos, muy tendentes al «todo o
nada». Las tentativas de suicidio son siempre una llamada de atención y una
petición de ayuda.
Hay quien
interpreta que todo suicidio es un chantaje, sobre todo si se ha llevado a
término, porque entonces la responsabilidad de los que quedan se hace perpetua.
Otros piensan que el suicidio constituye una salida posible, sentida como única,
en la evolución de un síndrome depresivo. Albert Camus, con más atrevimiento,
exclamaba: «Todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio alguna
vez».
El
suicidio infanto-juvenil transciende localizaciones geográficas o épocas
históricas; el término muerte es moneda corriente en el discurso adolescente.
Lleva consigo una dimensión de violencia, para el propio joven (es la expresión
extrema de la conducta autoagresiva) y para su entorno.
La
realidad es que el suicidio constituye una de las primeras causas de muerte
durante la adolescencia; en España, el incremento en la última generación en la
banda de edad de 14 a 18 años es del 300 por cien, y los intentos de suicidio se
han disparado dramáticamente en los últimos años.
En la
adolescencia se calcula que se producen tres suicidios consumados por cada cien
tentativas, los varones llevan más suicidios a término, las mujeres triplican el
número de tentativas (para las chicas, ésta es una de las formas de expresar sus
protestas).
Afortunadamente, la frecuencia del suicidio desciende sensiblemente por debajo
de los 15 años de edad.
FACTORES DE RIESGO
El
suicidio infanto-juvenil es un hecho individual, sumamente complejo, con
etiologías psicológicas, emocionales, afectivas, evolutivas, conductuales y
situacionales.
Bastantes
niños y adolescentes después de un intento de suicidio nos han señalado que no
sabían si realmente querían matarse o no; esto es propio de estas edades, más
cuando los niños son educados en en el concepto religioso, también cristiano, de
que «no se muere», se abandona el cuerpo, pero para llegar a un mundo mejor e
inacabable.
Hay niños
que no son queridos por sus familias, que son rechazados, que aprenden a
rechazarse a sí mismos; de esa manera se inicia el primer paso hacia la
autodestrucción; estos protoclimas familiares conllevan ocasionalmente en los
niños a posicionamientos autistas de huida, y la muerte es el máximo
aislamiento.
Las
relaciones poco amistosas entre padres e hijos crean un terreno abonado para la
germinación del acto suicida, que aparece como comportamiento reactivo al
conflicto interpersonal, envuelto en rachas huracanadas, de cólera y violencia.
En bastantes casos se puede considerar que el intento de suicidio del
adolescente es una imposición paradójica en la que busca el cambio familiar,
cree, trágicamente, que amenazar con matarse puede convertirse en una última
oportunidad para ser escuchados.
Son
muchos los autores que coinciden en estimar que el 60 por ciento de las familias
de niños que intentaron suicidarse estaban perturbadas de forma evidente o
soterrada, los padres o bien sobreprotegían y mimaban al niño o eran rígidos y
poco sensibles a sus problemas. También es innegable que las separaciones y
divorcios conflictivos aumentan el índice de riesgo de suicidio para niños con
ciertas características.
Aproximadamente el 70 por ciento de los niños suicidas no residen con los dos
padres (por separación, muerte, abandono del hogar, ausencias repetidas). Hay
quien da gran importancia a la ausencia del progenitor como desencadenante del
suicidio.
Asimismo,
niños y púberes cuyos padres se suicidaron, encuentran gran identificación con
los impulsos que llevaron a aquéllos a la muerte y generan una fuerte convicción
de que morirán de la misma manera.
Por el
contrario a todo lo antedicho, muchos niños y adolescentes en riesgo de cometer
suicidio no lo hacen debido al amor que sienten por sus padres, porque ellos no
quieren dejarles solos.
Hemos
reflejado las problemáticas familiares, y debiéramos incluir la pérdida de algún
ser querido como factor de riesgo asociado al suicidio, pero también hay otros.
Entre éstos podernos señalar los desengaños amorosos. El fracaso escolar, que en
algunos casos produce desfase entre las exigencias intelectuales y la seguridad
afectiva, no parece suficiente para que un niño quiera quitarse la vida, aunque
esto va a depender de las características del niño, de la presión que ejerzan
los padres o de la tiranía que impongan los compañeros. Otros tienen ideas
suicidas porque ante ciertas situaciones no son capaces de elaborar actitudes
alternativas entre la vida y la muerte; necesitan escapar, pero sienten que el
problema está en ellos o incide específicamente sobre ellos, por lo que lo
cortan de raíz eliminándose a sí mismos. El consumo de drogas es otro factor de
riesgo asociado al suicidio, pero hay que interpretar cada conducta como una
tipología de carácter distinto, nada tiene que ver la ingesta masiva de fármacos
por un fracaso amoroso con la continuada adicción y riesgo de sobredosis o
mezcla letal, o ponerse y poner a otros en peligro con una conducción temeraria,
hija de una ingesta incontrolada de alcohol. Por tanto, la exposición a
conductas suicidas y la disponibilidad de instrumentos que pueden ser utilizados
para tal conducta suponen otro predeterminante.
Entre los
factores de riesgo muy significativos se encuentran los problemas
psicopatológicos (psicosis, depresión, la depresión mayor y los trastornos de
ansiedad unidos a personalidad límite o narcisista). Se valora que de cada
cuatro niños deprimidos, uno ha tenido pensamientos suicidas y la mitad de ellos
han realizado intentos, también es cierto que muchos jóvenes que pensaban sobre
el suicidio no estaban deprimidos en absoluto. Concluyamos que la depresión
contribuye al intento de suicidio, pero desde luego no como causa-efecto, no es
una condición necesaria ni suficiente para ello.
Son
sujetos de riesgo los impulsivos con alto grado de ansiedad subyacente unido a
distorsiones cognitivas, lo que les hace propensos «al paso al acto» (denominado
acting-out).
Los
seguimientos ulteriores de niños que han intentado suicidarse nos hacen ver un
horizonte oscuro, dado que bastantes reinciden (en el año siguiente entre el 30
y el 50 por ciento}, y aproximadamente un 75 por ciento muestra graves problemas
de inadaptación, con recurrentes problemas psicopatológicos.
El
intento de suicidio, por leve que sea, se puede ir transformando en un diálogo
vida-muerte, lo cual es una plataforma idónea para llegar el suicidio consumado.
Debe considerarse siempre como muestra de una alteración y signo de una
necesaria y urgente ayuda psicológica. La familia ha de vivirlo sin olvidarlo,
pero sin estar en cada momento recordándolo. Aceptar al adolescente y ayudarle a
encontrarse consigo mismo.
Prevención del suicidio
La
prevención de estas dramáticas conductas pasa por la salud mental, fortaleciendo
el bienestar psicológico de los niños, desarrollando sus competencias
personales, de autoestima/valía/eficacia, para capacitarles en la aceptación de
frustraciones y que obtengan equilibradamente y con calma lo mejor que este
mundo les puede ofrecer.
Es
difícil, pero habremos de elaborar unos protocolos de qué cambios conductuales,
qué frases, qué silencios nos pueden poner en la pista de un intento autolítico,
porque generalmente quien va a suicidarse emite algunos avisos previos. Sin
duda, haber ganado la confianza de ese niño, la aptitud óptima de escucha,
pueden prevenir algunos hechos irreparables. Que sus marcas no lo sean en el
aire.
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