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QUÉ PODEMOS ESPERAR DE LAS RELACIONES DE PAREJA
No
cabe duda de que si existe hoy en día un área en la vida de las personas que
resulte especialmente confusa, ésa es la de las relaciones afectivas o
amorosas. Con el desarrollo humano y de nuestras sociedades, en los últimos
tiempos hemos ganado en muchos aspectos, y en otros no es exactamente que
hayamos perdido, sino que nos hemos perdido, sobretodo en el planteamiento
de lo que debería ser o nos gustaría que fuese una relación de pareja
satisfactoria.
En
Occidente, hace apenas unas décadas, la gran mayoría de las parejas se unía
con un objetivo común y claro, que era la formación de una familia, que
podía estar constituida por el matrimonio simplemente, o por éste y sus
hijos. Las funciones que se esperaba que cumpliesen cada uno de los miembros
de la pareja estaban claramente definidas: el marido saldría a trabajar para
proporcionar sustento económico al núcleo familiar, y la esposa se haría
cargo de las labores del hogar y de los hijos, principalmente. Para que todo
este planteamiento fuese bien, bastaba únicamente con añadir respeto y, a
ser posible, cariño. El hombre sin mujer estaba condenado a vivir
desatendido y mal cuidado, y la mujer, carente de estudios y de oficio, sin
marido estaba destinada a un estado de pobreza irremediable. Formar este
equipo resultaba, sin duda, beneficioso para ambas partes.
El
panorama en la actualidad se ha transformado significativamente. Los hombres
no necesitan de las mujeres para estar atendidos ellos y sus casas, y las
mujeres no necesitan de los hombres para asegurarse un sustento económico.
Ante esta realidad, uno se pregunta entonces para qué formar una pareja, al
menos al estilo tradicional (que es nuestro referente más próximo y el que
tendemos a repetir). La respuesta es simple y compleja: simple, pues será
para lo que decida cada uno que le resulte más satisfactorio. Este concepto
es tremendamente subjetivo, porque tendrá uno que emparejarse con una
persona que tenga una subjetividad parecida, y eso ya no es tan sencillo.
Podría serlo si se tuviese claro y si se fuese capaz de expresarlo y
comunicarlo sin ambigüedad, lo cual supone un ejercicio, primero con uno
mismo, de definir —según yo soy y lo que quiero— qué tipo de relación me
conviene; y en segundo lugar, de relación eficaz, sabiendo transmitir lo que
quiero y necesito, y sabiendo escuchar y entender el mensaje del otro, y
decidir si la relación con esa persona es viable.
Hasta
aquí, llegamos directamente a nuestra primera premisa. Existe una creencia
generalizada de que el amor «ocurre», a veces por caprichos del destino, con
nombre de Cupido, a veces por efecto de la casualidad. Y lo que hemos
descrito anteriormente no parece que vaya mucho en esta línea. ¿El amor
ocurre? Sí, hasta cierto punto. Lo que sí ocurre, en primer lugar y casi
como condición sine qua non, es que nos entra por algún sentido: la vista,
el oído, el tacto o el olfato. ¿Es esto amor? Esto es simplemente que
alguien nos ha gustado mucho, muchísimo, que su presencia nos produce una
sensación muy placentera, que a ser posible nos gustaría repetir con cierta
frecuencia, lo que a su vez va a permitir un conocimiento mayor y mejor de
la persona que le provoca a uno ese estado de bienestar. En ese sentido
estricto, es amor. ¿Es esto querer? En castellano tenemos este magnífico
verbo para definir las relaciones afectivas, que procede del latín curare,
que ha derivado también en curar y cuidar. Querer, probablemente, tendrá que
ver con la acción de aportar a la persona objeto de mis cuidados lo
necesario para que se desarrolle de una manera sana. Cuidar, querer a otro,
por lo tanto, significa estar atento a sus necesidades, que no a las
propias, y saber proporcionárselas. De igual manera, uno se siente querido
cuando percibe que su pareja está atenta a sus necesidades y las respeta y
fomenta, si fuere el caso. El catalán estimar podría aplicarse de forma
análoga. Cuando se estima, se está valorando algo. Si ese valor es
significativo en la vida de uno, se intentará cuidar, y por lo tanto querer,
al máximo.
Todo
ello implica que una pareja funcionará muy bien cuando cada miembro conozca,
en primer lugar, la idiosincrasia propia; es decir, sepa qué necesita y qué
no necesita del otro para sacar lo mejor de uno mismo, y lo comunique de
manera eficaz; y en segundo lugar, que cada miembro sepa estar atento a la
idiosincrasia de la pareja, y maneje adecuadamente tanto el respeto de los
espacios y de los tiempos como la potenciación de lo mejor del otro. Lo
anterior proporciona complicidad, satisfacción y, lo más importante,
sensación de equipo. |
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