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Las ancianas deciden su camino con la mente y el corazón.
Las ancianas son mujeres que aprendieron de su propia experiencia y que
saben aplicar las enseñanzas pasadas en el presente. Ver las consecuencias
de sus actos les ayuda a aprender determinadas lecciones que asumirán a pies
juntillas. Son mujeres apasionadas, valientes y de rectos principios que,
sin embargo, quizás en el pasado no fueron conscientes del daño que podían
causar actuando impulsivamente. Como dijo en una ocasión una mujer
arrepentida: “Todo me daba igual”.
El miedo a ser un pelele o la fantasía de dejarse arrastrar imperaba en sus
vidas, o incluso puede que interpretaran la advertencia de mostrarse
prudentes como un reto o un desafío. Sólo más tarde comprendían lo mucho que
ellas mismas y otros seres inocentes sufrían al mantener tal actitud. Se
habrían podido evitar graves consecuencias si tan sólo las mujeres hubieran
ido más despacio y actuado de manera más reflexiva a la hora de tomar una
decisión. También aprendieron la lección aquellas mujeres que se dejaron
convencer y abandonaron lo que para ellas era importante en el pasado, y,
ahora ancianas, se niegan a ser manipuladas o empujadas a actuar según los
dictados de nadie.
Las ancianas saben que se encuentran en una encrucijada, y saben igualmente
que la decisión que tomen les costará sacrificar alguna de las distintas
alternativas. Elegir un camino significa abandonar el otro. Cada decisión
fundamental posee sus propias y concretas características: lo concreto
difiere, pero lo esencial permanece igual. Hemos de conocernos a nosotras
mismas y saber en todo momento qué es lo que nos importa con el fin de
elegir sabiamente.
Seguir un camino trazado con coraje, mantenernos despiertas y estar
satisfechas son conceptos relacionados entre sí. Existen muchos caminos
entre los que elegir, pero ni uno solo lleva a ninguna parte. No obstante,
debemos escoger con muchísimo cuidado qué sendero tomar. Si elegimos uno con
la mente y el corazón, quizá sea difícil, pero imperará la alegría y,
mientras viajemos, maduraremos y llegaremos a identificarnos con él. Si
escogemos un camino por miedo, en cambio, la angustia será nuestra compañera
de viaje, y nada importará el poder, el prestigio y las posesiones que
consigamos, porque todo eso nos hará sentirnos limitados. Ya lo dice el
refrán: es el viaje, y no el destino, lo que importa.
Somos seres humanos que estamos llamados a vivir espiritualmente, es decir,
a ser conscientes y a obrar apropiadamente. Somos parte de la vida, y esta
no tiene fin. Nos encontramos en esta bella tierra para aprender a vivir
espiritualmente, aunque cada uno debe también encontrar el propósito
concreto de su vida personal, responder a la pregunta “¿por qué estoy aquí?
¿Qué es lo que he venido a hacer?”.
El amor y el sacrificio se encuentra siempre en la respuesta a cada una de
las preguntas que se relacionan con el significado de una vida en concreto o
con el significado de un momento en determinado. La vida de un ser humano
superior consiste en amar, en amar mucho y bien, y un ser humano así no es
vulnerable a la pérdida y al sufrimiento. En realidad, en esta vida nadie
pierde nada y quien vive espiritualmente no puede ceder ante el sufrimiento.
El dolor que sentimos y el que causamos es el medio a partir del cual
podemos aprender; y la curación y el perdón forman parte de ese camino.
“¿Por qué estoy aquí?” y “¿Qué es lo que he venido a hacer?” son dos
cuestiones que es necesario que sepamos responder correctamente al final de
nuestra vida. También son cuestiones que debemos plantear en cada una de
nuestras relaciones o compromisos fundamentales. (¿Qué he venido a hacer:
aprender, amar o curar?) Esta son preguntas que, en realidad, sólo la propia
persona puede responderse a sí misma.
Ser humano supone una experiencia corporal y anímica, única para cada
persona. Desde el punto de vista físico no hay nadie igual a otro. Cada uno
de nosotros posee su propia historia, que es única, y la realización de esta
historia entrará en relación directa con el hecho de si hemos elegido el
sendero con la mente y el corazón.
Venimos al mundo con una personalidad determinada: nuestra manera de ser
innata se advierte ya en la infancia. Las aficiones las vamos desvelando a
lo largo del camino como reacción frente a lo que nos encontramos. ¿Con qué
recursos hemos llegado al mundo? ¿Qué es lo que encontramos fascinante? ¿Qué
nos proporciona alegría? ¿Qué es eso que sabemos que nos importa
profundamente? Como somos seres espirituales que nos desenvolvemos en
diferentes planos, las respuestas a las preguntas que conforman el viaje no
proceden del exterior. La sabiduría se encuentra en nuestro interior.
El camino que nos indica una mente y un corazón en armonía es interior. Los
actos que realizamos en nuestra relación con el mundo pertenecen al camino
exterior. Los dos se unen, sin embargo, cuando la persona que somos y que
dejamos ver en el mundo coincide con quien somos en lo más profundo de
nuestro ser. A medida que nos volvemos más sabias, somos más conscientes de
que las encrucijadas importantes del camino, en general, no se basan en
elecciones que aparecerán recogidas en los anales públicos; son decisiones y
luchas que tienen más que ver con haber elegido el amor o el miedo, la rabia
o el perdón, el orgullo o la humildad. Son elecciones que modelan el alma.
En la Grecia clásica, en los cruces importantes o en las encrucijadas más
representativas de las carreteras, el viajero podía encontrarse con una
estatua de Recate, la diosa de las encrucijadas, una imagen curiosa con tres
caras, que simbolizaban su capacidad de ver las tres direcciones a la vez.
La diosa podía ver el sendero que te había conducido hasta ella, y miraba
hacia los dos caminos que podías tomar. Era una anciana, cuyo símbolo
también era el de la luna menguante. Es asimismo una imagen de esa faceta
sabia de nosotras mismas que ha aprendido a partir de la experiencia y la
observación, que escucha lo que sabemos intuitivamente y que tiene en cuenta
la realidad, a nosotras mismas y el bienestar de los demás antes de actuar.
Una mujer que se ha vuelto más sabia, así como más madura, es consciente de
hallarse ante una importante encrucijada en el camino.
Tal vez sea el momento de la verdad: cualquier cosa que diga provocará un
impacto, y una vez se haya pronunciado, no podrá volverse atrás. Quizá se
trate de una ocasión para elegir: "votar con los pies" o "lanzarse desde un
precipicio", y después ya nada volverá a ser como antes. Es posible que se
trate de un objetivo que pretendes llevar a cabo: desprenderse del pasado y
perdonar.
Si te encuentras en un cruce de caminos, deseo que sepas cuál es el sendero
que entronca con tu mente y con tu corazón, y que tengas la valentía de
seguirlo. |
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