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Antonianos: la
orden de la TAU
Hábitos negros y cruces azules fueron, durante siglos, los distintivos de
una de las órdenes religiosas más enigmáticas y desconocidas de la
Cristiandad. Nacida en tierras egipcias con la finalidad de curar una
extraña epidemia que asolaba la Europa medieval, esta misteriosa
congregación debe su nombre a san Antonio Abad, famoso por sus visiones y
tentaciones diabólicas.
Fue a finales del siglo IX cuando nueve caballeros franceses, originarios
de la antigua provincia fronteriza del Delfinado, decidieron partir hacia
Bizancio en busca del cuerpo de Antonio el Ermitaño, el anacoreta de
Egipto, canonizado como san Antonio Abad y llamado también san Antón, que
obraba en poder de los emperadores de Oriente desde que fuera
milagrosamente descubierto en el desierto.
A su regreso, las reliquias fueron instaladas en la ciudad de
Saint-Antoine-de-Viennois, coincidiendo con la propagación de una de las
peores epidemias conocidas de la Europa medieval, el llamado ignis sacer o
fuego sagrado (o santo).
Las crónicas lo describen como una extraña enfermedad cuyo síntoma
característico era la gangrena de pies, piernas, brazos y manos. En los
casos graves el tejido se tornaba seco y negro y las extremidades,
momificadas, caían sin pérdida de sangre. Se decía que estaban consumidas
por el fuego sagrado y se ennegrecían como el carbón.
Fuego sagrado
Entre los miles de afectados se encontraba Girondo de Valloire, hijo del
noble Gastón de Valloire quien, viendo peligrar la vida de su vástago,
hizo voto de ofrecer sus personas y bienes a san Antonio si por su
intercesión restituía la salud a Girondo.
Padre e hijo aceptaron tal voto y al día siguiente el enfermo comenzó a
mejorar. Esa misma noche, Gastón tuvo un sueño en el que san Antonio le
decía que había curado a su hijo gracias a la petición que había hecho a
Dios.
Por tanto, solicitaba que los bienes ofrecidos se emplearan en socorrer a
los afectados por el fuego sagrado. Mientras hablaba el santo ermitaño,
Gastón pensaba si su hacienda alcanzaría para todos los enfermos y pobres
como acudirían de las provincias afectadas. Fue entonces cuando san
Antonio le ofreció su báculo en forma de la letra griega «tau» y le mandó
que lo hincase en la tierra.
Obedeció el noble los santos designios y vio cómo crecía súbitamente un
gran árbol cuyas ramas se esparcían en todas direcciones, produciendo gran
abundancia de flores y frutos, bajo los cuales se veían muchos pobres sin
pies ni manos que, en presencia de tan gloriosa sombra, se recreaban y
consolaban.
Ante la atónita mirada de Gastón, san Antonio procedió a explicarle tal
visión: “Advierte que tú has de plantar un árbol en el tronco de la piedad
y en la raíz de la caridad, y este árbol extenderá sus ramas muy
largamente y de sus frutos se sustentarán los pobres”.
A los pocos días de esta visión, Girondo, que había estado en peligro de
muerte, se levantó completamente restablecido.
Fue entonces cuando padre e hijo donaron sus personas y hacienda a san
Antonio, cosieron en sus vestiduras la señal del báculo que les había dado
el ermitaño e iniciaron la tarea encomendada: nacía así la Orden de los
Caballeros de San Antonio, cuya constitución fue aprobada por Urbano II en
1095.
Los primeros antonianos, vestidos con hábito negro y letra tau azul en el
pecho, eran seglares hasta que, en 1218, recibieron los votos monásticos
de Honorio III. Ochenta años después, en 1297, adquirieron cánones
propios, adscritos a la regla de san Agustín, por parte de Bonifacio VIII.
La orden se extendió por Francia, España e Italia y dio a la Iglesia
numerosos eruditos y prelados, siendo los encargados de la salud dentro de
la curia vaticana.
Caballeros del Preste Juan
La mayoría de la documentación relativa a la orden antoniana se conserva
en la Abadía de Saint-Antoine de Viennois. A partir de ella, el antoniano
francés Aymar Falcon hizo, en la primera mitad del siglo XVI, un Compendio
de la Orden Antoniana, traducido al castellano por fray Fernando Suárez en
1603.
Seis años después veía la luz un curioso opúsculo, salido de las prensas
valencianas de Juan Vicente Franco con el título de Fundación, vida y
regla de la grande orden militar y monástica de los caballeros y monjes
del glorioso Padre San Antón Abad, en la Etiopía, monarquía del Preste
Juan de las Indias.
Escrito por un tal Juan de Baltazar, que se presentaba a sí mismo como
caballero abisinio, relataba la existencia de una hasta entonces
desconocida rama africana de la orden antoniana.
Si hacemos caso de Baltazar, la Orden Militar de Caballeros Antonianos
habría sido fundada en el año 370 por el emperador etíope Juan el Santo,
con la intención de pelear contra los herejes arrianos que amenazaban la
religión cristiana del reino de Etiopía.
Inspirados en la forma de vida de san Antón Abad y seguidores de las
constituciones y reglas de san Basilio, la orden se amplió y engrandeció
durante el reinado del Preste Juan Felipe VII, diferenciándose en dos
ramas: una de monjes, que llevaban la tau como distintivo, y otra de
caballeros, que unían a la cruz una flor de lis de color azul, guarnecida
por las orillas con un hilo de oro.
Fue también Juan Felipe VII el encargado de imponer una ley que, aunque
dura, había servido para proteger su reino católico: todos los vasallos
estaban obligados a dar a la religión de san Antón uno de cada tres hijos
varones que tuvieran.
Esta misteriosa orden etíope tenía en cada ciudad su convento y abadía,
elevándose el número de los mismos a más de 2.500. Los caballeros, una vez
que envejecían, se convertían en monjes y pasaban a residir en las
abadías.
En cuanto a los futuros caballeros, debían entrar en la orden a los 16
años y pasar los nueve siguientes en un noviciado bélico distribuido en
tres fases, a lo largo de las cuales luchaban contra los enemigos de la fe
cristiana.
La narración de Juan de Baltazar será posteriormente incorporada a la
historia que de la orden antoniana escribió Blas Antonio de Ceballos.
Titulada Libro nuevo. Flores sagradas de los yermos de Egipto. Vida y
milagros del gran padre San Antonio Abad y sus más principales discípulos.
Origen de la ilustre religión antoniana y fundación del orden militar de
Caballeros de San Antonio, en los reinos de Etiopía, fue publicada en
Madrid en 1686, muestra clara de la veracidad que se dio, durante todo el
siglo XVII, a la existencia de una rama africana de caballeros antonianos.
En la actualidad debemos creer que se trata tan sólo de un relato
fantástico pues no se han encontrado pruebas que lo confirmen.
Sí es verdad que existió una orden llamada de antonianos copto-etíopes,
asociada con el hospicio de San Stefano dei Mori en la Ciudad del
Vaticano, pero se trata tan sólo de una manera de designar al conjunto de
normas que regían la actividad diaria dentro de los muros de dicho
hospicio.
El Camino de Santiago
La historia de los antonianos en España está directamente relacionada con
el Camino de Santiago, pues Castrojeriz, pueblo emblemático del Camino a
su paso por la provincia de Burgos, fue el lugar elegido para establecer
el primer convento español.
Fundado en 1146, bajo el patrocinio de Alfonso VII de Castilla, se
transformó en la casa madre de la orden en España y en la Encomienda de
Castilla.
El convento, hoy en ruinas, disponía de un espléndido santuario y de un
hospital donde los peregrinos encontraban alivio a las muchas dolencias
ocasionadas por la dureza propia del Camino, pues la orden antoniana fue
creada con fines hospitalarios, si bien su especialización estaba en la
curación del “fuego sagrado”.
La muerte se producía, generalmente, por parálisis respiratoria. El
ergotismo crónico se debía, por su parte, al efecto producido por la
vasoconstricción periférica. La falta de oxígeno en las extremidades
conducía a la gangrena y posterior necrosis y amputación de los órganos
afectados.
Todos los aquejados de esta enfermedad presentaban, como síntoma común, la
fiebre, tan elevada que quienes la soportaban describían posteriormente
visiones extrañas y alucinaciones, generando así una temática específica
dentro del culto a san Antonio. |
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