El
adjetivo “asertivo” aplicado a la persona indica a aquella que tiene el poder o
la capacidad de asegurar con firmeza y decisión cuanto dice y hace. Por ello,
podemos equiparar asertividad a seguridad en sí mismo, a autoafirmación.
Para ser
una persona realmente asertiva, en primer lugar se debe tener una conciencia
clara de lo que son los propios derechos. Y esto no es tan sencillo, puesto que
es fácil pecar por defecto o por exceso.
Por
defecto, muchas personas viven apocadas y restringidas en un mundo casi sin
derechos. Temen reclamar aquello que en justicia les corresponde por miedo a
pasarse, por temor a invadir el terreno del prójimo o por miedo a ser rechazado
afectivamente.
Por
exceso, otras muchas personas opinan lo contrario: piensan que tienen derecho a
todo y «pisan» el terreno ajeno sin el menor escrúpulo.
Ni lo
uno, ni lo otro. Cada persona tiene sus propios derechos, pero tienen que
medirse con justicia y objetividad. Uno es libre de querer alcanzar unos
determinados objetivos, pero siempre que se mantenga un respeto al prójimo y no
se atente contra la libertad de los demás.
Para
lograr la autoafirmación conviene tener claros unos cuantos conceptos antes:
A)
Conciencia social. Si vivimos en sociedad tenemos que admitir que no estamos
solos en el lugar que habitamos, que también otras personas pueden tener deseos
y aficiones comunes a los nuestros y, por tal motivo, interferir en nuestro
camino de una forma competitiva. Y que, en definitiva, vivir en comunidad tiene
sus ventajas porque nos aporta una mayor posibilidad de cubrir nuestras
necesidades al multiplicarse las ofertas disponibles, pero que, a cambio, tiene
sus inconvenientes, ocasionados por la masificación y la competencia a la hora
de satisfacer estas necesidades.
B)
Autoestima. Es el amor propio; es decir, el respeto y cariño hacia uno mismo.
Difícilmente podremos defender nuestros derechos si no nos apreciamos en lo que
valemos. Es el llamado narcisismo natural, fundamentado en la autogratificación
en una medida razonable y que nada tiene que ver con el egoísmo.
C)
Limitaciones. Debemos conocer, asimismo, nuestras auténticas posibilidades,
saber hasta dónde podemos llegar y ser realistas a la hora de marcar nuestros
objetivos en la vida. Si no nos engañamos con fantasías y aceptamos nuestras
limitaciones, sabremos asumir nuestros fracasos como algo probable y sin
sentirnos excesivamente frustrados por ello.
La
asertividad o autoafirmación es un proceso de aprendizaje que ya comienza en la
infancia: el niño, en principio, recibe la seguridad a través de sus padres o
protectores. Son ellos quienes deciden lo que debe o no debe hacer; delimitan
sus derechos y obligaciones, al tiempo que lo protegen de las adversidades del
exterior. Cuando recibe una educación adecuada, aprende, por un lado, a
renunciar a algunas de sus apetencias, percatándose de que no todo lo que hay en
el mundo le pertenece y de que debe respetar lo ajeno; y, por otro, a estimar y
defender lo propio como algo merecido. El niño, bien encauzado por sus
educadores, se entrena en tomar decisiones propias y ser consecuente con sus
actos.
Una
educación represiva, que no le proporcione oportunidades, le hace crecer en un
clima de miedos e indecisiones, pudiendo convertirse en un adulto anclado en la
infancia, que precisa constantemente de un protector que solucione sus
problemas. Anula sus propios derechos a fuerza de no ejercerlos. Tampoco es
eficaz una sobreprotección del niño. Este debe aprender de sus propios errores
para corregir su conducta y tiene que percibir los peligros que le rodean por
propia experiencia. Eso sí, con una adecuada tutela de sus educadores para que
tal experiencia no sea excesivamente peligrosa.
La
rivalidad con otras personas comienza con las que convive en el seno familiar y
se prolonga en la escolaridad. Allí debe competir y defender sus derechos frente
a compañeros y amigos. Si llega firme a la adolescencia, sabrá imponer su
personalidad cuando sea preciso, haciéndose valer ante los demás y desarrollando
su capacidad asertiva. Si no es así adoptará alguna postura negativa, como el
aislamiento social, convirtiéndose en un ser solitario e incapaz de relacionarse
con los demás por puro miedo al prójimo, o buscará refugio dentro del grupo,
perdiendo su identidad y criterios propios dentro de la «masa» (lo que
vulgarmente se conoce por «borreguismo»).
El
individuo asertivo tiene una conciencia clara de lo que son sus derechos, los
hace valer y no permite que éstos sean violados.
Pero tal vez sea más
gráfico conocer lo que es autoafirmación a través del modelo opuesto. Veamos
cómo sería el prototipo del individuo poco o nada asertivo.
No tiene muy claro dónde
finalizan sus derechos y comienzan los del prójimo, por lo que habitualmente
«cede terreno» y se deja manipular por los demás.
No confía
en sus propias fuerzas, por lo que generalmente no presenta batalla. Se siente
derrotado antes de luchar y elude las discusiones, pues, en su fuero interno,
está convencido de su fracaso, ya que, al no competir nunca, jamás adquiere
experiencia combativa y seguirá sintiéndose débil ante los otros.
Tiende a
estancarse en su vida por temor al riesgo que implica un cambio y llega a
acomodarse a las situaciones más incómodas con tal de no exponerse.
En el
plano laboral suele ser explotado por jefes y compañeros, asumiendo tareas y
obligaciones que no le conciernen. Todo ello por miedo a enfrentarse a los
mismos o plantear la más mínima queja.
En el
terreno afectivo es víctima de continuos chantajes. Su mayor temor es no ser
querido y con tal de mantener el supuesto aprecio se deja manipular con gran
facilidad. Cuando forma pareja, es manejado por el otro a su libre antojo, por
lo que puede llegar a ser tremendamente infeliz, viviendo un falso amor carente
de espontaneidad. A pesar de ello, es capaz de mantener toda su vida una
relación así, con tal de no plantearse un cambio en su ambiente.
En su
relación social puede ofrecer un aspecto de falta de sinceridad, pues da mil
rodeos antes de pedir lo que quiere y resulta falso porque pretende quedar
siempre bien y que no se le censure.
Será muy
raro que se queje ante las pequeñas injusticias cotidianas. Que, por ejemplo,
proteste en un lugar público cuando es mal atendido, devuelva un objeto
defectuoso en la tienda que lo compró, o llame la atención a alguien que se ha
saltado su puesto por delante de él en un turno de espera, etc.
En
definitiva, todas las facetas de su vida pueden verse afectadas por la falta de
asertividad, llegando al summum de la duda cuando se plantea, ante sí mismo, si
realmente «tiene derecho a tener derecho».
El
individuo consciente de su falta de asertividad siente habitualmente por ello un
alto nivel de angustia. Y, lo peor, puede caer en un círculo vicioso
neurotizante: autodesprecio por no saber imponerse y no imponerse por
autodesprecio.
Por todo
ello, no es raro que se arme de autoengaños para poder sobrevivir sin angustias
y justificar su falta de afirmación, como la zorra que renuncia a las uvas
inalcanzables, autoconvencida de que están verdes.