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EL ASNO CARGADO DE SAL Y EL ASNO CARGADO DE ESPONJAS.
Un arriero con su vara en la mano conducía, como un emperador de Roma, dos
caballerías de largas orejas. Una, cargada de esponjas, caminaba como un
caballo de silla. La segunda avanzaba lentamente, como si llevara huevos: su
carga era de sal.
Nuestros tres caminantes, recorriendo montes, valles y caminos, al fin
llegaron al vado de un río. El arriero, que todos los años lo atravesaba,
montó sobre el asno cargado de esponjas, echando adelante a la otra bestia,
la cual, tozuda como ella sola, se precipitó en un agujero; pero al fin pudo
salvarse porque, luego de unas brazadas, la sal se disolvió por completo y
el asno se sintió ligero sin carga sobre su lomo.
El compañero siguió su ejemplo, como carnero que sigue a otro. He aquí
nuestro segundo asno al agua; hasta el cuello ya se hunde; el borrico, el
arriero y las esponjas empiezan a tragar agua a cual más y mejor. Mas las
esponjas tragaron tanta agua y aumentó de tal modo su peso, que el asno no
pudo ganar la orilla. Abrazado el arriero al borrico, esperaba una muerte
pronta y segura cuando alguien acudió en su socorro; quien fuera, eso no
importa.
Basta con haber aprendido que no debemos proceder todos de igual manera. |
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