CONDUCTORES SUICIDAS
Existe
toda una psicología del conductor. En la sociedad actual son muchas las personas
que conducen de forma más o menos cotidiana y que, desafortunadamente, utilizan
el automóvil como un medio de descargar su agresividad. Se puede afirmar que
muchas personas conducen con violencia, mostrándose intolerantes y violentas con
el resto de los conductores; son frecuentes las reacciones explosivas y
agresivas como respuesta a cualquier pequeño contratiempo que se produzca con
uno u otro vehículo. Por otra parte, conducir dentro de las grandes ciudades
incrementa notablemente el nivel de estrés y genera agresividad de un modo
recíproco. El claxon se utiliza a veces como un instrumento agresivo y la
velocidad como un cauce para descargar tensiones psíquicas internas.
A estos
factores se añade el de que algunas personas demuestren su afán por el riesgo
cuando se ponen al volante de su automóvil; especialmente, algunos adolescentes
hacen gala de la velocidad que alcanzan con sus coches o de su habilidad para
tomar curvas de forma arriesgada, lo que se corresponde con el afán de
impresionar a otras personas o simplemente con un deseo de afianzar su
personalidad o de conocerse, «de probarse», a sí mismos. Este tipo de conductas
no son exclusivas de los más jóvenes, y se pueden advertir también en adultos
con una personalidad inmadura o con un trastorno de personalidad. A menudo
influye también una cierta sensación de poder que estas personas experimentan
con su conducción temeraria, especialmente si son motos o motocicletas lo que
conducen, ya que en estos casos la fusión hombre-máquina es más uniforme e
intensa.
Durante
los últimos años se vienen observando frecuentes casos de lo que se vienen
denominando «conductores suicidas». Son personas que se introducen en una
autopista por dirección contraria y sin cambiar en ningún momento de carril,
esperando que sean los otros los que se desplacen en caso de tener suficientes
reflejos y de tener circunstancialmente suficiente capacidad de maniobra. Se ha
comprobado cómo algunas de estas actitudes temerarias corresponden a apuestas en
las que ni tan siquiera tiene por qué intervenir directamente el conductor
suicida, sino que son realizadas por otras personas que pagan una cierta
cantidad de dinero al conductor para poder así realizar su juego. A pesar de lo
que en un principio se podía suponer, la edad de este tipo de conductores suele
estar situada en la madurez y no en la juventud, siendo personas que pertenecen
a clases sociales bastante acomodadas. En algunos casos podemos pensar que se
trata de personas con un desmesurado afán de experimentar nuevas sensaciones, de
sentir intensamente el riesgo, centradas plenamente en el presente, sin que
tengan en cuenta las consecuencias que su comportamiento puede ocasionar a otras
personas o a ellas mismas. Este tipo de conductas son más frecuentes entre las
personalidades inmaduras y en los trastornos psicopáticos de la personalidad,
especialmente dentro de lo que se viene denominando como trastorno asocial de la
personalidad por los psiquiatras de la asociación americana de psiquiatría.
En pocas
ocasiones parece que se elige este tipo de conducción temeraria, adentrándose en
el carril opuesto de una autopista, como una forma de suicidio; sin embargo,
aunque muchos accidentes de tráfico son, en realidad, suicidios que de este modo
quedan encubiertos, la hipótesis es poco probable: los suicidas prefieren no
involucrar en el accidente a otras personas e intentan que éste se desarrolle de
tal modo que aleje de ellos la sospecha de que hayan intentado perder la vida
voluntariamente, ya que por regla general, prefieren que su muerte se considere
puramente accidental, porque de este modo descargan a sus familiares de
sentimientos de culpa o del oprobio social del que muchas veces se acompaña el
suicidio, a la vez que así consiguen que su familia pueda cobrar el seguro de
vida. Sin embargo, sí que se podría tratar de comportamientos que se agrupan
como equivalentes suicidas, que consisten en formas indirectas de suicidio, como
conductas de riesgo o de desafío a la muerte, que provienen de un deseo más o
menos inconsciente de morir, dejando la decisión en manos de la fortuna o del
destino.