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LOS CHANTAJES
Los
adolescentes, si se les deja, pueden convertirse en chantajistas, jugar con
ventaja; «¡hay que protegerlos!».
¿A que me
voy de casa?» es una frase que puede ser lanzada como un dardo. Algunos llegan
mucho más lejos, «me hacéis la vida imposible, no vale la pena vivir» (el
latigazo está dado, la angustia empieza a roer).
Estas
amenazas son inadmisibles; pasa como con los anónimos, existen, pero hay que
desecharlos. Afrontemos el chantaje, hablemos con rotundidad (no confundir con
rudeza), dejemos claro que no vamos a admitir el juego perverso. Los padres
también podrían desaparecer de la vida del hijo, ¿y entonces?
Educar
conlleva también asumir riesgos. No claudicar, no ser dubitativos. No al
chantaje, por parte de nadie.
Otros
hijos dirán: «Pues cuando sea mayor me independizaré». Cabe contestarles: «Ese
día podrás valorar y optar, nosotros te apoyaremos sea cual sea tu decisión».
Ciertamente algunos menores pueden decir y dicen: «Te voy a denunciar», es el
momento de oponer: «Vamos», e ir. La presunción de inocencia impera. Los
chantajes no se admiten. Si el niño o joven va «de farol» o empieza a ser un
tirano, se encontrará con la horma de su zapato.
Es
preocupante la redundante, reiterada y cansina expresión ¿quién defiende a los
padres? Las instituciones. Bien abordadas, las mismas instituciones que tienen
como máxima «el mejor interés del niño». El mejor interés del niño puede ser
protegerlo, apoyarlo, retirarlo temporalmente de la familia, pero también
sancionarlo y decirle: «Fuera de tu hogar hay unos topes que no se pueden
saltar. Es más, apoyamos a tus padres. A partir de hoy, tus padres saben que no
están solos».
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