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LA
CHICA MARIMACHO
Para etiquetar a una jovencita de marimacho, tiene que haber manifestado en
su niñez los siguientes comportamientos:
1. Haber expresado en más de una ocasión su deseo de ser niño.
2. Relacionarse con un grupo de compañeros, en el que al menos el 50 % sean
varones.
3. Mostrar preferencia por vestir prendas tradicionalmente consideradas como
masculinas, a la vez que rechaza prendas convencionalmente consideradas como
femeninas.
4. Pérdida de interés por jugar con muñecas.
5. Mostrar una clara preferencia por los papeles masculinos, especialmente
por aquellos de tipo deportivo, que exigen un gran vigor y un importante
compromiso.
6. Manifestar un interés muy superior al de sus compañeras de igual edad por
dar volteretas, revolcarse por el suelo y otras actividades recreativas.
En un trabajo en el que se entrevistaron y compararon los resultados
obtenidos por 50 niñas marimachos y 50 niñas sin estos rasgos
comportamentales, igualadas las niñas en edad, número de hermanos, lugar que
ocupaban entre ellos, estado marital, raza, educación y religión de los
padres, dos de cada tres madres describían a sus hijas marimachos con un
gran interés -superior a la media de sus compañeras- por los deportes y por
juegos y juguetes de los chicos, destacando que el 90 % de ellas nunca
habían jugado con muñecas. Según las declaraciones de las madres, el 80 % de
estas chicas habían dicho expresamente que ser chicos les hubiera gustado
más o hubiera sido mejor para ellas.
Viendo estos datos, es importante reflexionar en la diferente visión y
tolerancia que tiene la sociedad, y el propio ámbito familiar, ante las
chicas marimachos y ante los chicos afeminados. ¿Es idéntica la presión y
las críticas que sufren los padres cuando tienen un hijo afeminado que
cuando tienen una hija marimacho? Indudablemente, no.
Las niñas marimachos, al margen de que todas ellas preferían jugar con
compañeros varones, se habían integrado muy bien con sus compañeras, no
habiendo sido rechazadas (según se desprende de las investigaciones
realizadas al respecto) y siendo muchas de ellas (en la proporción de una de
cada tres) las líderes de sus respectivos grupos. Por contra, los niños
afeminados no sólo no son líderes en su clase o entre sus compañeros, sino
que éstos muy frecuentemente les insultan, les descalifican o acaban por
rechazarles, haciendo que se perciban a sí mismos, además de por los demás,
como seres desdichados, atormentados y condenados al ostracismo.
Algo similar acontece si estudiamos la evolución de estos comportamientos
masculinos y femeninos al llegar a la adolescencia. Al contrario de lo que
sucede en el caso del chico afeminado, en las chicas marimachos no se ha
podido demostrar la presencia de ninguna variable significativa que
diferencie su conducta de la de las otras niñas al llegar a la adolescencia.
Como que, por otra parte, ninguna de ellas fue jamás rechazada por sus
compañeras, la relación entre ellas se consolida, recuperándose ahora
totalmente la amistad, sin dejar ningún residuo ni marca. Mientras que, en
el chico afeminado, si ha sido anteriormente rechazado por los compañeros, o
especialmente al llegar a la adolescencia, su conducta puede quedar
seriamente trastornada en esta etapa evolutiva, reflejándose en su
autoconcepto y en su manejo social. |
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