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Una civilización repentina V
La primera excavación significativa de un lugar sumerio la comenzaron
algunos arqueólogos franceses en 1877; y los descubrimientos en este lugar
singular fueron tan ingentes que otros arqueólogos continuaron excavando
allí hasta 1933 sin poder acabar el trabajo.
Aquel lugar, llamado por los lugareños Telloh (“montículo”), resultó ser una
primitiva ciudad sumeria, la auténtica Lagash de cuya conquista se jactaba
Sargón de Acad. Ciertamente, era una ciudad real cuyos soberanos llevaban el
mismo título que Sargón había adoptado, excepto por el hecho de que era en
lengua sumeria: EN.SI (“soberano justo”). Esta dinastía había tenido sus
inicios alrededor del 2900 a.C. y había durado casi 650 años.
Durante este tiempo, 43 ensi's reinaron ininterrumpidamente en Lagash. Sus
nombres, sus genealogías y la duración de sus reinados estaban pulcramente
anotados. Las inscripciones proporcionaron gran cantidad de información.
Súplicas a los dioses “para que brote el grano y crezca la cosecha, para que
la planta regada dé grano”, atestiguan la existencia de la agricultura y la
irrigación. Una copa inscrita en honor a una diosa por “el supervisor del
granero” indicaba también que se almacenaba, se medía y se comerciaba con el
grano.

Un
ensi llamado Eanatum dejó una inscripción en un ladrillo de arcilla que dice
claramente que estos soberanos sumerios sólo podían asumir el trono con la
aprobación de los dioses. También anotó la conquista de otra ciudad,
revelándonos la existencia de otras ciudades estado en Sumer a comienzos del
tercer milenio a.C.
El sucesor de Eanatum, Entemena, escribió acerca de la construcción de un
templo y de haberlo adornado con oro y plata, de haber plantado jardines y
de haber ampliado los pozos de ladrillo. Alardeaba de haber construido una
fortaleza con torres de vigilancia e instalaciones donde atracar las naves.
Uno de los soberanos mejor conocidos de Lagash fue Gudea. Se encontró una
gran cantidad de estatuillas de él, mostrándole en todas ellas con una
postura votiva, orando a sus dioses. Esta postura no era simulada: Gudea se
había consagrado a la adoración de Ningirsu, su principal deidad, y a la
construcción y la reconstrucción de templos.
Sus muchas inscripciones revelan que, en la búsqueda de exquisitos
materiales de construcción, trajo oro de África y de Anatolia, plata de los
Montes Taurus, cedros del Líbano, otras maderas poco comunes del Ararat,
cobre de la cordillera de los Zagros, diorita de Egipto, cornalina de
Etiopía, y otros materiales de tierras que los estudiosos no han conseguido
identificar todavía.
Cuando Moisés construyó una “Residencia” para el Señor Dios en el desierto,
lo hizo según unas instrucciones muy detalladas que le había dado éste.
Cuando el rey Salomón construyó el primer Templo de Jerusalén, lo hizo
después de que el Señor le hubiera “dado su sabiduría”. Al profeta Ezequiel
se le mostraron unos planos muy detallados para el Segundo Templo “en una
visión divina”. Se los mostró “un hombre de aspecto semejante al del
bronce”, que “tenía en la mano una cuerda de lino y una vara de medir”.
Ur-Nammu, soberano de Ur, relató un milenio antes que su dios, al ordenarle
que construyera para él un templo y al darle las instrucciones pertinentes,
le había entregado una vara de medir y un rollo de cuerda para el trabajo.

Mil
doscientos años antes que Moisés, Gudea contó lo mismo. Las instrucciones,
que plasmó en una larguísima inscripción, le fueron dadas en una visión. “Un
hombre que brillaba como el cielo”, y a cuyo lado había “un pájaro divino”,
“me ordenó construir su templo”. Este “hombre”, que “desde la corona de su
cabeza era, obviamente, un dios”, fue identificado posteriormente como el
dios Ningirsu. Con él había una diosa que “sujetaba en una mano la tablilla
de su estrella favorable de los cielos”; en la otra mano, “sujetaba un
estilo sagrado”, con el cual le indicaba a Gudea “el planeta favorable”. Un
tercer hombre, dios también, sujetaba en sus manos una tablilla de piedra
preciosa; “contenía el plano de un templo”. Una de las estatuas de Gudea le
muestra sentado, con esta tablilla sobre las rodillas; sobre la tablilla se
puede observar con claridad el dibujo divino.

Aun
siendo sabio, Gudea estaba desconcertado con aquellas instrucciones
arquitectónicas, y solicitó el consejo de una diosa que pudiera interpretar
los mensajes divinos. Ella le explicó el significado de las instrucciones,
las medidas del plano, así como el tamaño y la forma de los ladrillos que
había que utilizar. Después, Gudea empleó a un hombre “adivino, tomador de
decisiones” y a una mujer “buscadora de secretos” para localizar el sitio,
en las afueras de la ciudad, donde el dios deseaba que se construyera su
templo. Después, reclutó a 216.000 personas para el trabajo de construcción.
El desconcierto de Gudea es fácilmente comprensible, pues se supone que el
aparentemente sencillo “plano de planta” le tenía que dar la información
necesaria para la construcción de un complejo zigurat que se tendría que
elevar en siete fases. En 1900, en su libro Der Alte Orient, A.
Billerbeck fue capaz de descifrar al menos una parte de las divinas
instrucciones arquitectónicas. El antiguo dibujo, aun en la parcialmente
deteriorada estatua, viene acompañado en la parte superior por grupos de
líneas verticales cuyo número disminuye a medida que aumenta el espacio
entre ellas. Parecería que los arquitectos divinos eran capaces de dar las
instrucciones completas para la construcción de un templo con siete
elevaciones a partir de un sencillo plano de planta acompañado por siete
escalas variables.
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