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CÓMO AYUDAR A UNA PERSONA QUE TIENE MIEDO A MORIR Y PADECE UNA ENFERMEDAD
TERMINAL
Una de las cuestiones que tenemos que saber, en este tema, es que acompañar
a una persona con una enfermedad terminal no es fácil y, por tanto, es
necesario, si llega un momento en el que no podamos dar una respuesta que
alivie, solicitar asesoramiento, apoyo e intervención de un profesional de
la psicología.
Cualquier movimiento que hagamos, sea desde el acompañamiento o pidiendo
ayuda profesional, tiene que tener como objetivo que la persona no sufra
inútilmente y pueda afrontar y superar sus miedos y, si esto no es posible,
al menos paliarlos. Esto es necesario porque el miedo puede convertirse en
una fuente de sufrimiento añadida al malestar propiciado por la propia
enfermedad e incluso desencadenar o afectar a otras áreas que provoquen a su
vez más sufrimiento, como por ejemplo un aumento o una amplificación del
dolor.
El miedo a morir es, a pesar de que no se exprese abiertamente, mucho más
habitual de lo que se reconoce y lo más frecuente es que no sea planteado
por las personas abiertamente ni directamente, sino a partir de, o a través
de, temas concretos, como por ejemplo temor al dolor y al sufrimiento
durante la enfermedad terminal, temor a dejar sin concluir proyectos muy
significativos para las personas, temor a quedar aislado y solo, a ser una
carga para los demás, a dejar desatendidos a los suyos, miedo a ser
abandonado, a desfigurarse, a un castigo posterior asociado a sentimientos
de culpa, incertidumbre respecto a lo desconocido e incluso pueden aparecer
contenidos fóbicos como temor a ser enterrado vivo o a morir solo. Lo
habitual no es tampoco que las personas hablen de ello, por eso para
identificar cuál es la fuente de temor en estas situaciones hay que:
1. Al menos, facilitar la expresión de sentimientos y pensamientos asociados
a la pérdida prevista y para ello es muy importante posibilitar un clima y
un ambiente que permita la intimidad, la confianza y la sensación de
control.
Tenemos que saber que el solo hecho de expresar un temor es ya en sí mismo
terapéutico, en tanto que permite a la persona hablar de ello y sentirse
acompañado en la escucha del mismo. Pero, a veces, no es suficiente con
liberar el temor, hay que dar, en los casos donde esto sea posible, algún
tipo de solución.
2. Y la posible solución vendrá determinada por la identificación de los
temores concretos en cada persona, teniendo en cuenta sus circunstancias
vitales y sociales. No es lo mismo abordar un temor asociado al dolor físico
o la pérdida de autonomía personal que otro asociado a la desfiguración, al
abandono o a ser juzgado. Y no es lo mismo en una persona que pregunta
abiertamente y quiere información que en aquella que teme y duda en
preguntar. Tampoco es lo mismo en personas sin apoyo familiar y social que
en aquellas que sí lo tienen y tampoco es lo mismo en aquellas personas que
aun teniendo apoyo familiar, la familia se opone a que se informe y/o
conteste al paciente cuando éste pregunta porque niegan lo que ocurre, por
su propio temor o bien por una actitud proteccionista mal entendida.
La identificación de la fuente de temor y de las circunstancias subjetivas y
familiares de las personas son esenciales para acompañar, ayudar e
intervenir con programas específicos en cada caso.
3. Actitud de disponibilidad en la relación y en la comunicación. Pero si es
importante hablar y/o permitir hablar de los miedos, más importante es saber
qué hacer, como acompañar cuando esto se produce. Tenemos que estar
dispuestos también a acompañar y a hacernos cargo de aquellas reacciones
emocionales que se despierten o se produzcan, como por ejemplo angustia,
irritación, tristeza, o bien aceptación, comprometiéndonos a estar aunque
nos sintamos vulnerables. Uno de los antídotos del miedo es transmitir, por
parte de la persona que acompaña, a pesar de sus propios miedos, seguridad y
confianza, pero sobre todo es muy importante no abandonar ni dejar solo al
que está sintiendo este estado emocional. En este sentido es elemental tener
y transmitir una actitud de disponibilidad en la relación y en la
comunicación.
La comunicación humana tiene mucho que ver con la capacidad de empatizar que
tengamos, es decir, de interpretar e incluso sentir lo mismo que los demás a
partir de la observación del movimiento y la expresión, de la conjugación de
las palabras con el tono de voz y el lenguaje corporal. En gran medida, que
la relación que establezcamos sea o no de calidad y cálida, depende de
nuestra capacidad para comprender al otro con estos parámetros.
4. Escucha activa. A la capacidad de empatizar es importante y necesario que
la acompañemos del grado de atención necesaria para captar lo que se dice,
cómo se dice y, a veces, lo que se insinúa cuando hablamos o, lo que es lo
mismo, nuestras intenciones. Comunicar no es algo automático, es necesario
prestar atención al proceso y, sobre todo, tener ganas de entenderse y de
comprender.
Esto
es así, porque las personas ni pensamos de la misma manera, ni las creencias
son las mismas, ni sentimos y, menos aún, nos expresamos igual. Cada persona
significa las palabras de modo diferente y además las tiene asociadas a
experiencias diferentes. Una de las cuestiones que tenemos que saber, para
que no sea un obstáculo en la relación, es que es bastante habitual que en
el proceso de lectura que realizamos del otro (palabras, gestos y
expresiones), de interpretar su significado, muchas veces lo que hacemos es
proyectar, es decir sólo vemos aquello que queremos o le atribuimos al otro
nuestras cuestiones, con lo cual en ese momento dejamos de acompañarlo, de
escucharlo y de entenderlo, emocionalmente hablando. Gran parte de los
conflictos que aparecen en la comunicación entre las personas tienen su
origen en el hecho de no ser conscientes de cómo emplazamos este mecanismo
cuando nos relacionamos.
5. Toma de decisiones. Mientras que acompañamos a la persona a expresar e
identificar sus miedos, también, desde esta posición de disponibilidad,
empatía y escucha, hemos de propiciar que sea ella misma de la forma más
relajada posible, y siempre que sea posible, quien tome decisiones respecto
a la causa o causas de su miedo y si no es posible solucionar el origen, al
menos podamos situar algunos recursos personales para hacer frente y paliar,
si no todos, al menos alguno.
Permitir, identificar, compartir y situar qué recursos tenemos las personas
para afrontar el miedo a la muerte es un modo de intervenir sobre el
sufrimiento que este miedo puede generar. Acercarnos con respeto y
aceptación, centrando nuestra atención en el otro, incide en la calidad de
la comunicación y puede posibilitar, en gran medida, la expresión emocional.
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