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Aceptación dinámica y desprendimiento: no estar atado y aceptar no significa sumisión.
 
Al contrario, el desprendimiento y la aceptación dinámica garantizan la libertad.

La sumisión no es más que la represión de las memorias activas, que mantienen su carga emocional (incluso la amplifican) y no dejarán de aparecer con fuerza a la menor ocasión. Es una resistencia no expresada, que origina mucha frustración y mucha cólera reprimidas. La sumisión tiene su sede en la mente inferior. La aceptación dinámica tiene lugar cuando ya no intervienen las memorias activas y es la mente superior la que lleva el control. Entonces se está en condiciones de reconocer objetivamente lo que está ahí, sin más, sin connotación emocional alguna.

Las situaciones de la vida son las mismas. Es posible que la realidad nos agrade y esté en armonía con nuestros anhelos. Entonces todo va bien. También es posible que la realidad, lo que está ahí, no nos agrade; en ese caso, como no estamos atados a nuestros anhelos, tenemos capacidad para pasar en todo momento a la acción desde la paz, la inteligencia y el amor, cambiando las cosas si es necesario. Así que no se trata de sumisión.

Si hay que llevar a cabo una acción, se hará en un contexto completamente distinto al del mecanismo de la mente inferior. Se actúa, pero de forma tranquila y equilibrada (casi se podría decir “impersonal”), sin la agitación emocional que consume la energía y aumenta la resistencia. El hecho de mantenerse equilibrado hace que no se dilapide la energía. Deja uno de resistir a las dificultades. Ya no las considera obstáculos, sino ocasiones que le permiten desarrollar la creatividad y contribuir a la construcción de algo mejor; o se ven las dificultades como desafíos que forman parte de la condición humana y que hay que afrontar. No es una filosofía. Es una actitud que procede del contacto permanente con el poder interior. Es un estado de libertad y de equilibrio que proviene del contacto con el alma y con el presente, y que nada exterior puede turbar. Cualesquiera que sean las circunstancias, favorables o desfavorables, se vive en un estado permanente de paz interior.

 

Estamos en julio. Dentro de unos días será mi cumpleaños y he pensado celebrarlo dando en mi casa una pequeña fiesta. Durante los días previos estoy pendiente de la información meteorológica, que anuncia buen tiempo. Así que prepararé la fiesta en el jardín. Por la mañana, unos amigos me ayudan a instalarlo todo: las guirnaldas, las mesas para el buffet, los sillones, etc.; todo está perfecto. A lo largo del día, el cielo va oscureciéndose más y más. Cuando llegan los invitados empiezan a caer algunas gotas, que se convierten rápidamente en un aguacero. Tengo dos opciones: o resisto, o no estoy atada. No estar atado quiere decir, en este caso, actuar: sin perder la tranquilidad ni el buen humor, acepto lo que el cielo me envía (de todas formas, lo acepte o no, llueve) e invito a mis amigos a trasladarlo todo al salón para seguir la fiesta en el interior de la casa. Éstos, consternados al principio, se dejan luego arrastrar por mi energía y por mi buen humor, y todo el mundo se pone manos a la obra, encontrando soluciones originales para que quepa todo. Algunos cantan mientras otros transportan los sillones, quitan las cosas de las mesas, ponen las guirnaldas en las paredes del salón, improvisan el buffet en torno a la chimenea, etc. Mi suegro, que normalmente tiene un aspecto serio, ríe como un niño. Nos divertimos como locos, y así pasamos el resto de la velada, con alegría y buen humor.

Hubiera podido pasar a la mente inferior, ponerme de malhumor y resistir sintiéndome víctima de la meteorología y de un destino injusto (“¿Por qué Dios me hace esto a mí, y precisamente el día de mi cumpleaños?”). Mi baja energía se hubiera transmitido a mis invitados. Hubiéramos pasado al salón (apretujados e incómodos entre los muebles) esperando a que dejara de llover; yo hubiera arrastrado mi frustración y malhumor durante el resto de la velada. A nadie le hubiera hecho gracia...

Del mismo modo que la sumisión crea tensión debido a que es un estado de resistencia, así la verdadera aceptación dinámica y el desprendimiento aportan paz, serenidad, energía y creatividad. Todo ello da lugar a un estado de espíritu ligero, en el que resulta natural quitar dramatismo a las situaciones, y tener alegría y buen humor, lo que está muy lejos de ser el caso de la sumisión.

Si nuestra experiencia de la realidad a través de la mente superior crea una paz interior que nos lleva a un estado de bienestar permanente cualesquiera que sean las circunstancias, ¿quiere esto decir que sobrevolamos el mundo en un estado de beatífica serenidad, sin deseos, sin motivación, iluminados e inactivos? No, todo lo contrario.

 

 

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