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LA RELACIÓN CON EL
PODER
Es la
dificultad fundamental de esta estructura; se presenta bajo la forma de
resistencia al poder.
La
dinámica sumisión-rebelión (negación del propio poder —miedo— o resistencia al
poder de los demás —cólera—) desempeña aquí un papel importante; es la piedra de
toque de la estructura, y da lugar a reacciones muy fuertes frente al poder.
Observemos que, si es evidente que no hay ni poder ni libertad en la sumisión,
tampoco lo hay en la rebelión. Cuando uno es rebelde, no hace lo que quiere;
hace, simplemente, lo contrario de lo que quieren los demás. Se actúa en función
de los demás en vez de actuar con independencia, es decir, en función de la
propia libertad. En el camino hacia la transformación, tras una larga etapa de
sumisión, a veces se ha de pasar por otra de rebelión; es una etapa intermedia
en el camino hacia el propio poder. Sin embargo, esta etapa de rebelión debe ser
temporal, y ha de llevar a alcanzar al fin una auténtica independencia.
La
estructura maso odia el poder, el propio (a causa de las experiencias pasadas
como verdugo) y el de los demás (a causa de las experiencias pasadas como
víctima). No intentará, pues, tener poder directo, sino más bien combatirlo. El
maso reaccionará constantemente contra la autoridad, que proyecta ciegamente
sobre todo y sobre todos. Algunas veces es muy justo combatir ciertas formas de
poder; pero el maso no tiene ese discernimiento. La motivación que tiene el maso
para combatir el poder, cualquiera que sea la forma bajo la que se presente, no
es una motivación inteligente y objetiva, sino traumáticay automática y, por lo
tanto, ciega, y, en consecuencia, ineficaz. La violencia que el maso combate no
es más que el reflejo de la que lleva en sí mismo, y sólo puede generar más
violencia.
Hemos
observado una curiosa dinámica del maso, y es que se encuentra a menudo en el
papel de salvador. Al parecer, proteger a las pobres víctimas frente al mundo
ingrato y cruel que hace sufrir a los inocentes es un exutorio a su propia
rabia. Por desgracia, será incapaz de devolverles el poder a las víctimas que
«salva», puesto que él mismo no está en contacto con su propio poder. Al
contrario, alimentará el rencor y la cólera contra los malvados que han abusado
de ellas y no hará más que alimentar su sentimiento de impotencia, lo que las
hundirá aún más en sus sufrimientos.
El maso
percibe a los demás según tres categorías:
• las
víctimas que él quiere salvar,
• los
verdugos, gentes malvadas, ingratas, que no respetan al otro, que él quiere
destruir,
• los
ídolos sobre los que proyecta sus ideales, pero que, tarde o temprano, incluirá
en la categoría de verdugos (cualquiera que sea la calidad de la persona
idealizada) cuando se imponga en él el mecanismo de la crítica y de la
agresividad.
Considerando el maso que el mundo está dividido en dos partes —las pobres
víctimas indefensas y los grandes malvados—, la persona atrapada en esta
estructura no puede ayudar a nadie a encontrar su poder. Al contrario, como su
consciencia está anclada en el sentimiento de impotencia, haga lo que haga,
quita poder a todo el mundo.
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