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Experiencias de la
vida presente favorecen la re-creación de la estructura oral
La
observación ha mostrado que raramente hay vivencias de carencia durante la vida
intrauterina. En general, la naturaleza asegura al feto todo lo necesario a
nivel físico, a expensas de la madre. Pero, apenas nace, son numerosas las
ocasiones en las que el niño experimenta carencia y abandono.
Al nacer,
el niño necesita energética y psíquicamente la presencia de su madre; es una
necesidad real para su desarrollo posterior. La naturaleza, con gran sabiduría,
asegura al niño cuanto necesita haciendo actuar lo que se llama el instinto
maternal, que impulsa a la madre a dar espontáneamente el pecho a su hijo y a
querer tenerlo a su lado lo más a menudo posible, al menos durante el primer
año. Por desdicha, nuestra sociedad materialista ha decidido otra cosa.
Las
prácticas que se han estado llevando a cabo durante los últimos cincuenta años
en los nacimientos convencionales de cualquier hospital han favorecido mucho la
re-creación de la estructura oral. (Afortunadamente, las cosas están cambiando.
Pero todavía somos muchos, en el mundo occidental, los que hemos pasado por ese
tipo de nacimiento) En primer lugar, a nivel físico, porque cortar
prematuramente el cordón umbilical hace vivir al niño la experiencia brutal de
la separación, con la sensación de muerte inminente.
Aparte del sentimiento de agresión que se experimenta en ese momento (que
reactiva la estructura esquizo), la detención brutal del alimento que asegura la
vida puede reactivar de inmediato memorias pasadas en las que ha faltado lo
esencial para vivir. Al
miedo por la supervivencia física se añade el pánico por la carencia. El
corte prematuro del cordón umbilical puede reactivar también momentos de
separaciones brutales y, por lo tanto, pérdidas y abandonos crueles vividos en
el pasado.
Normalmente, después se baña al niño, se lo envuelve en pañales y se lo separa
de la madre. En la cuna el niño se siente muy solo. Desde un punto de vista
convencional se nos quiere hacer creer que, una vez ha nacido, el cuerpo del
niño es independiente del de la madre. Nada más falso, porque, aunque ha salido
físicamente de ella, sus cuerpos etéricos están todavía unidos. Por eso necesita
estar muy cerca de su madre, para alimentarse energéticamente. La separación lo
sitúa frente a una soledad dolorosa, se siente abandonado y en un estado de
carencia afectiva muy cruel, más cruel todavía a causa de la carencia
energética. Se puede llegar con relativa facilidad hasta la memoria de esos
momentos cruciales; especialmente el trabajo con la respiración, del que
hablaremos en espacios posteriores, trae a menudo a la memoria ese tipo de
experiencias. Se cuentan ya por miles las personas que han revivido la
experiencia del nacimiento.
Además de
las condiciones físicas, también tienen un profundo impacto en la psique del
niño las condiciones psicológicas que rodean el nacimiento, pues su
hipersensibilidad capta mucho más de lo que parece. Bernard Montaud habla así de
los primeros contactos del niño con sus padres:
"A través
de los primeros abrazos, el niño sabe cuál es el ciclo traumático de su papá y
el de su mamá. Los ve, los conoce. También sus padres son inconscientes de sus
imperfecciones, pero, además, se sirven de su vida recién estrenada para seguir
mintiendo. El niño... no comprende nada. «¿Qué amor es éste? ¿Cómo me aman ?
¿Cómo se aman ellos?» Pero el horror no termina ahí. A él se añade otra
dimensión. No olvidemos que el amor maternal es el único que le queda. El gran
calor cósmico, el gran amor nutricio se ha marchado para dejar sitio al amor
maternal. El amor maternal es, pues, su último recurso. Y es en ese aspecto
concreto en el que el niño siente el más terrible de los abandonos, la más
grande de las traiciones: la única solución amorosa que le queda, su mamá,
también le falta..."
Todo esto
que, visto desde fuera, no es espectacular, es más que suficiente para crear una
experiencia de abandono o para reactivar la vivencia de alguna pérdida cruel que
el niño traiga en su memoria.
También
desempeña un papel importante en la formación de esta estructura la forma en que
es alimentado el niño. La naturaleza da a la madre la posibilidad de amamantar a
su hijo. Desde la óptica materialista, la leche materna tiene sólo un valor
nutritivo para el cuerpo físico, por lo que no hay problema en sustituirla por
otra, adecuada al pequeño cuerpo infantil. Pero para la realidad energética y
psíquica del niño sí que es un problema. En primer lugar, porque un biberón no
contiene mucho calor humano, ni contiene la energía y el amor de la madre que el
niño, tan vulnerable en su pequeño cuerpecito, necesita profundamente. No se
trata de sentimentalismo, sino de una auténtica necesidad psíquica que, si no se
colma, entraña consecuencias muy lamentables. No basta que la madre coja al niño
en sus brazos, pues, en definitiva, la leche «maternizada», artificial, no tiene
la energía que posee la leche materna. En segundo lugar, porque en cada pezón
hay un pequeño «chakra» que comunica energía al cuerpo etérico del niño. Cuando
la ciencia haya desarrollado instrumentos de análisis más precisos, reconocerá
este hecho; y tal vez deje de recomendar, como hace ahora por ignorancia, la
alimentación artificial. Es cierto que si la madre no puede amamantar al niño
por una razón u otra, el biberón es un sustituto necesario y útil. Pero, salvo
casos excepcionales, es la propia madre quien debe asegurar la lactancia de su
hijo, lo que hace al niño muy feliz.
Aunque,
en realidad, hay que reconocer que no todo es ignorancia en la recomendación que
se ha estado haciendo del biberón durante tanto tiempo en nuestra sociedad. Hay
muchos intereses económicos en juego. En efecto, la leche de una madre no cuesta
nada y contiene unos anticuerpos que protegen al bebé de las enfermedades; está
al alcance de todos, hace a las personas autónomas, ¡pero no hace ganar dinero a
nadie! Mientras que la lactancia artificial interesa muchísimo a las grandes
compañías que controlan el mercado. Afortunadamente, muchas personas empiezan ya
a ser conscientes de esa explotación económica que, apoyándose en la ignorancia
de la gente, va en detrimento de la salud y del bienestar de todos. Entretanto,
el niño alimentado con la leche de un biberón sentirá, en general, una carencia
energética que puede reactivar otras memorias del mismo estilo.
Durante
la primera infancia, en especial durante los dos primeros años, es la época de
la vida en la que se graba más profundamente en la consciencia la estructura
oral, porque entonces el niño depende de los demás para satisfacer sus
necesidades físicas y psíquicas, necesidades auténticas para que su crecimiento
físico y psicológico sea armonioso, y que no siempre ve satisfechas.
En primer
lugar están todos los que han tenido una infancia más o menos desgraciada. No es
preciso recordar aquí las penas y sufrimientos que soportan algunos niños en el
seno de ciertas familias en las que carecen de todo, en especial de presencia y
de amor. No es preciso que haya habido violencia para que se construya esta
estructura; la violencia sufrida en la infancia conducirá más bien a la
formación de la tercera y quinta estructuras (maso y rígida), que veremos más
adelante. La ausencia y el abandono de los padres, reales o percibido como tales
por el niño, bastan para causarle un gran sufrimiento, porque, para él, la
carencia es real.
Subrayemos aquí que, no porque el alma haya elegido las condiciones de su
infancia, hay que inhibirse. Al contrario. Las situaciones que propone el alma
son oportunidades para actuar, para aprender, para cambiar las cosas y poder así
sanar. Eso significa que, cuanto más apoyo y sostén se proporcione a esos niños
malqueridos, tanto más rápidamente podrán sanar sus heridas del pasado.
Luego
están los que han crecido en familias en apariencia normales, pero en las que la
frialdad, la incompetencia, la ausencia física o psicológica de los padres, por
diversas razones, han hecho que el niño haya sentido una profunda falta de
afecto o un abandono que se le ha grabado en el fondo del corazón. Si el niño
lleva consigo fuertes memorias similares procedentes de vidas pasadas, una breve
estancia en casa de unos vecinos o en el hospital a edad muy temprana, como en
el caso de Charles, unos meses en un pensionado o el alejamiento momentáneo de
uno de los padres, pueden haber sido interpretados por el niño como un abandono
terrible, incluso si los padres han sido razonablemente afectuosos.
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