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Experiencias de la
vida presente que favorecen la re-creación de la estructura psicópata
Cuando el
Ser decide trabajar la personalidad en función de este tipo de memorias,
normalmente elige una dinámica familiar en la que se den unas condiciones de
infancia que las reactiven. A menudo el niño es el preferido de uno de sus
padres, o de los dos. Es el ojito derecho de su papá, o de su mamá; suele
funcionar mejor si es el del sexo opuesto, aunque no es indispensable.
Será hijo
único, o el mayor, o el pequeño, o el más inteligente. Lo que significa que,
desde el principio, ocupa ya un lugar importante, con lo que el orgullo empieza
a arraigar en él desde el primer momento de su nueva vida.
¿Qué
ocurre entonces? El niño es amado de forma excesiva por el padre o la madre que,
en general, proyecta sobre él o ella una imagen ideal como compensación a sus
propias insatisfacciones emocionales inconscientes. Es el niño adulado,
contemplado, mimado, protegido en exceso. Se le da lo mejor de lo mejor, incluso
en detrimento del propio padre o madre. Se convierte en el centro de interés de
la familia. Es importante (y él lo percibe). De hecho, el padre o la madre, a
menudo con las mejores intenciones, al mismo tiempo que ama al niño lo asfixia
con sus propios mecanismos inconscientes. Pero el niño percibe de forma
instintiva las expectativas inconscientes que se ponen en él, y reaccionará en
consecuencia.
Y así,
desde muy pequeño, el niño tiene una falsa experiencia del amor. Una distorsión
que sentará la base de todo un conjunto de comportamientos específicos. Una de
las características fundamentales de la estructura es utilizar la energía del
amor con fines puramente egoístas.
El niño
se da cuenta instintivamente de que, para conservar el lugar privilegiado de
preferido del padre o de la madre, es decir, un lugar de poder, tiene que
complacerle y satisfacer sus expectativas. Aprende así, muy pronto, la dinámica
de la seducción. Si se conforma a lo que su papá, su mamá, o los adultos en
general (son ellos los que tienen el poder de momento y el inconsciente
generaliza siempre) esperan de él, si los complace, sabe que, en compensación,
consolidará su lugar de favorito y, por lo tanto, de poder. Para obtener
aprobación y amor, hace cosas extraordinarias: aprende a seducir, a manipular y
a dar una imagen de sí mismo que no es la real. Ser él mismo no es suficiente.
Es incluso peligroso, porque podría ser imperfecto, y, por lo tanto, decepcionar
y perder el amor y el afecto que le prodigan. Y entonces perdería la influencia
que tiene sobre los demás. De modo que aprende a comportarse en función de los
demás para tener la seguridad de ser amado, de que es «perfecto» y, si es
posible, el más guapo y el mejor.
Así es como, muy pronto, el niño pierde el contacto consigo mismo. Ya no
sabe exactamente quién es él, y pierde confianza en sí mismo. Al principio sabe
que está representando determinados papeles; pero, con los años, se va
identificando cada vez más con los papeles que representa para seducir y
manipular. Está atrapado en el mecanismo.
Otra
dinámica que tiende a generar el mismo tipo de comportamiento es aquella en la
que el niño no ocupa un lugar especial en la familia pero ha de competir, por
una razón u otra, con alguno de sus hermanos; puede que éste ocupe un lugar que
el niño envidia. Por ejemplo, si el mayor es el preferido y el más brillante, el
otro observará la dinámica y envidiará su posición, sobre todo si arrastra
memorias kármicas de poder. Tiene siempre ante sí la prueba de que, para ser
amado, hay que ser especial. Y, según unos principios bien conocidos en
psicología, intentará imitar el comportamiento del hermano o hermana que
quisiera ser, y pasará su vida demostrando que también él es el mejor.
Hemos
observado que también se construyen estructuras psicópatas en entornos
familiares opuestos al que acabamos de describir; por ejemplo, cuando no se ama
a la persona y se la denigra y humilla (de forma directa o indirecta, mediante
violencia física o verbal). El niño siente entonces profundamente herida su
identidad. Si lleva consigo memorias de poder, a la estructura maso, que se
construye por el aplastamiento, se añade un aspecto psicópata que exige ser
reconocido y apreciado. Hará cualquier cosa para obtener un poco de aprobación.
En ese caso, se une la arrogancia del psicópata a la agresividad y la cólera del
maso, y tendremos una estructura muy fuerte, brillante, atractiva y, al mismo
tiempo, muy destructiva, dispuesta a atacar en cuanto sean reactivadas las
estructuras.
La
traición
La
traición completa la reactivación de las memorias profundas; no es
imprescindible, pero las refuerza. Las condiciones reales o aparentes en las que
el niño se siente traicionado son muy diversas; pero, según lo que hemos
observado, generalmente tienen lugar a medida que el niño va creciendo. Al ir
adquiriendo autonomía, el papá o la mamá empiezan a desinteresarse un poco de su
chiquitín, que está muy cambiado, en particular cuando llega a la adolescencia.
El adolescente parece casi un adulto y el padre o la madre sienten cierta
desazón en su presencia. Otra condición clásica es cuando llega un nuevo hijo a
la familia y el precedente pierde su posición privilegiada. El padre y/o la
madre empiezan a interesarse por otro. El divorcio de los padres también aumenta
la sensación de traición que tiene el niño, pues la separación suele llevar
consigo nuevas relaciones que sin duda reducen el interés especial que el niño
recibía antes. La desaparición física del padre o de la madre puede conducir
también al mismo resultado. Cualesquiera que sean las circunstancias externas,
el niño las interpretará como una traición, y reforzará su sistema de defensa.
Incluso
si las condiciones de la infancia no son tan especiales como las que acabamos de
describir, es fácil dejarse atrapar en la dinámica de búsqueda de amor y de
aprobación y recrear la estructura, al menos en sus aspectos menos profundos. En
efecto, lo mismo que ocurre en el aspecto maso, la dinámica padre-hijo recuerda
la del dominante-dominado. Son muy raros los padres que saben escuchar de verdad
al niño y atenderlo en todas sus necesidades sin crearles ninguna alienación
afectiva. El niño necesita el amor, la aprobación y el apoyo de sus padres para
construirse interiormente. Necesita ser reconocido por lo que es, tal como es.
Pero si el amor y el reconocimiento no se dan de forma libre y generosa, o si se
dan con expectativas o ataduras inconscientes, entonces el niño ha de ganárselos
complaciendo, representando un papel, sometiéndose o rebelándose; en definitiva,
siendo distinto de como es, con lo que se dan las condiciones requeridas para
que se constituya esta estructura. Por eso se encuentran rasgos de caracteres
psicópatas, en particular el egoísmo, la necesidad de ser amado y la
sensibilidad a la opinión de los demás, en casi todo el mundo.
Cuando el
individuo abandone la familia, intensificará la dinámica aprendida en la
infancia. En las relaciones cotidianas (pareja, hijos, trabajo, amigos) tendrá
otro tipo de actuaciones extraordinarias, otros modos de seducción, otras
máscaras que refuercen su imagen (la que quiere mostrar). Es una carrera, sin
fin y sin esperanza, en persecución de la propia identidad.
Como para
las otras estructuras, lo que determinará en definitiva las reacciones del
individuo a las condiciones de la vida presente será su grado de evolución; de
modo que, o bien le servirán para reforzar sus mecanismos, o bien, por el
contrario, para manifestar las cualidades de su alma.
Todos
tenemos algunos aspectos de la estructura psicópata, sin manifestar
necesariamente sus excesos. La estructura está entonces menos cargada y se ha
construido porque hemos aprendido que, para ser amados, hemos de comportarnos en
función de lo que desean los demás.
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