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Experiencias de
vidas pasadas que están en el origen de la estructura rígida
Esta
estructura proviene de un intenso sufrimiento que el individuo no ha podido
asimilar. En un momento en que su corazón estaba abierto y dispuesto a sentir
vivamente cualquier emoción, sobrevino una situación tan dolorosa que el
individuo no la pudo soportar, era demasiado sufrimiento. Entonces se le heló la
sensibilidad, y el corazón se le cerró por completo para no sentir nada nunca
más. Siguiendo la anolofía del carruaje, el caballo hizo una espantada que costó
muy cara, así que se lo dejó atado al borde del camino.
Durante
un ejercicio de respiración, Brigitte entra espontáneamente en contacto con una
vida pasada, que se desarrolla ante los ojos de su consciencia con una nitidez
increíble. He aquí lo que cuenta:
Soy un
caballero perteneciente a la nobleza española del siglo XVII aproximadamente.
Estoy casado con una mujer muy guapa, Rosalía, a la que quiero más que nada en
el mundo. No sólo es hermosa, sino muy inteligente, tiene un gran talento
musical y un encanto divino. Me quiere muchísimo y somos muy felices. Nos veo a
los dos en una recepción que ofrezco en mi castillo. Ella lleva un vestido largo
de un color muy vivo, y tiene los cabellos recogidos en un bonito peinado, está
resplandeciente de hermosura. ¡Me siento tan orgulloso de estar a su lado...! De
pronto desaparecen esas imágenes y me veo a su cabecera. Está enferma; tiene una
enfermedad que ninguno de los médicos que he hecho venir de todas partes del
reino ha sido capaz de diagnosticar ni de curar. Mi mujer se muere. No puedo
tolerarlo. Me hablan de un sanador que vive a dos días de camino y que tal vez
podría hacer algo. Decido ir a buscarlo yo mismo para traerlo al castillo lo
antes posible. A caballo, y forzando la marcha, podría llegar en menos de un
día. Apenas pongo el pie en el suelo, le expongo mi súplica. Es un poco
reticente al principio pero, ante mi insistencia y mi generosa oferta de dinero,
acepta venir conmigo. El tiempo que tarda en preparar sus remedios me parece
interminable. Y partimos sin tardanza. Pero cuando vuelvo a montar en mi
caballo, me ahoga una terrible angustia, una intuición que rechazo con
violencia. Rosalía acaba de morir. No, no es cierto. «¡Vámonos, sanador!
¡Vámonos rápidamente, que el tiempo apremia!» Llegamos al castillo unas horas
más tarde, corro a la habitación y me acerco a la cabecera de la cama de mi
querida esposa. No respira. Está muerta. No puedo creerlo. Su madre y su hermana
entran con discreción y asienten tristes con la cabeza. No. Me hace demasiado
daño. Entonces parece como si un bloque de hielo cayera sobre mi corazón. Nada
podrá ya calentarlo nunca. Se enfría todo mi ser, mi rostro se hace impasible y
mi sensibilidad se atrofia para no sentir nunca nada más, para no sufrir. Tienen
lugar las exequias; yo no hablo con nadie. Mis hijos lloran, pero a mí me da
igual. Tengo el corazón tan cerrado como la tumba de mi muy amada esposa, y así
seguiré teniéndolo. Continúo viviendo así, frío y distante. Ya no me ocupo de
mis hijos, que he dejado en manos del ama de llaves.
Y así voy
envejeciendo, cada vez más taciturno y más aletargado emocionalmente. Muero con
una resolución anclada en el fondo de mi ser: «Amar, tener el corazón abierto,
tener sentimientos, todo eso hace mucho daño. En adelante no quiero sentir nada.
Para protegerme, he de tener el corazón cerrado».
En su
vida presente, Brigitte tiene, en efecto, una estructura rígida. Era consciente
de que faltaba en su vida algo importante, en particular en sus relaciones.
Parecía como si no tuviera sentimientos. Se mantenía más bien lejos del amor;
ante las efusiones emocionales, se sentía a disgusto. Siguiendo un largo proceso
de interiorización, consiguió desactivar esa dinámica y encontró en sí misma una
nueva fuente de energía, desconocida para ella hasta entonces, que le devolvió
la capacidad de amar, de sentir, de vibrar con la vida.
En el
caso de Brigitte, la estructura fue creada a partir de una intensa pena del
corazón. Otras experiencias, si son muy dolorosas, pueden llevar igualmente al
letargo emocional. Por ejemplo, una joven, también de estructura rígida, entró
en contacto con un recuerdo en el que, siendo muy niña, se vio presenciando la
tortura de sus padres, a los que después mataron y echaron a una fosa común. Los
vio muertos encima de un montón de cadáveres, después de haber oído sus gritos
desgarradores durante la tortura. Era demasiado. Había que bloquear el
sufrimiento para protegerse. Y eso fue lo que hizo. Pero llevó esa memoria
consigo, y vino a esta vida con un corazón de piedra. ¿Podemos juzgar a las
personas por su conducta, por su frialdad, por su indiferencia, cuando sabemos
que ha sido un intenso sufrimiento lo que las ha llevado a tener esa actitud?
Como
ocurre con las demás estructuras, a ninguno de nosotros nos han faltado
ocasiones de tener este tipo de experiencias a lo largo de nuestras numerosas
vidas. Basta observar la historia de la humanidad, con todas sus guerras,
invasiones, brutalidades colectivas o personales, etc., para comprender
fácilmente que el inconsciente colectivo esté cargado de ese sistema de defensa.
Bien sea una separación brutal de los padres, o de los hijos, o la pérdida
inesperada de un ser querido (el cónyuge, el amante, un hijo), o un horrible
espectáculo de torturas o de injusticia impuesto a seres queridos, etc., todo lo
que supera los límites de lo soportable dará lugar a un bloqueo emocional. El
factor común es la brutalidad del choque emocional. Que la persona haya vivido
en sí misma esas situaciones o que las haya incluido en su bagaje personal en
resonancia con la carga del inconsciente colectivo, no tiene importancia
práctica. Lo que importa es saber que esas memorias están alojadas en nuestro
inconsciente y que debemos desactivarlas para encontrar de nuevo la totalidad de
nuestro ser y la libertad de vivir con plenitud.
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