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La percepción de la realidad a partir de la mente superior
 
2. La mente superior, sede de la intuición.
 
El polo opuesto de la ilusión es la intuición. La intuición es el reconocimiento de la realidad, que se hace posible cuando desaparecen el espejismo y la ilusión. Cuando un ser humano ha conseguido tranquilizar la tendencia de su mente a construir formas-pensamiento, surge la verdad... La luz puede derramarse entonces libremente y sin desviación desde los mundos espirituales superiores sobre la persona y la humanidad.

La intuición es también una forma funcionar de la mente. Cuando se utiliza correctamente, permite al ser humano captar la realidad con claridad y verla despojada de los espejismos y las ilusiones del mundo. Cuando la intuición funciona en el ser humano, es capaz de obrar directa y correctamente, pues se encuentra en contacto con los hechos en estado puro y sin mezcla, y con las ideas libres de deformación. Hechos e ideas liberados de todo espejismo e ilusión, que vienen directamente de la Mente Universal... Entonces se ve la vida y todas las formas en su perspectiva más superior y real; entonces se manifiesta un justo sentido del valor –en el que se valoran adecuadamente las circunstancias y hechos.

La persona que vive espiritualmente aprende finalmente a sustituir el trabajo lento y laborioso de la mente, con sus caminos tortuosos, con sus ilusiones, sus errores, su dogmatismo y su pensamiento separativo por la intuición, con su rapidez e infalibilidad.

 

La palabra “intuición” se presta a confusión, así que vamos a intentar aclarar su sentido, pues a menudo se confunde la intuición verdadera con las reacciones automáticas inconscientes. Muchas personas buenas, creyendo que se dejan guiar por su intuición, están siguiendo de hecho una reactivación emocional inconsciente.

Numerosos adeptos de las filosofías de la Nueva Era, donde cada uno intenta lo mejor que puede salirse de los caminos trillados de la consciencia ordinaria y “seguir su intuición”, caen en esa trampa por falta de conocimiento de su dinámica interior. La confusión proviene del hecho de que las dos experiencias tienen exteriormente puntos comunes. Sin embargo, llevan a resultados muy diferentes porque tienen distinto origen. Vamos a examinar las similitudes que dan lugar a la confusión, y señalaremos al mismo tiempo las diferencias fundamentales.

La intuición es una percepción directa (y exacta) de las cosas que no necesita ser justificada mediante una explicación racional. Proviene del conocimiento exacto que posee el alma. La experimentamos como una idea, como una sensación; es como “sentir el significado” de las cosas, podríamos incluso decir que es una “certeza” que nos viene de manera espontánea, sin emoción, a menudo de forma inesperada. Es como una evidencia que no tiene explicación. Tenemos la impresión de que “sabemos” algo, sin poder justificar racionalmente ese saber. Puede corresponder tanto a situaciones de la vida cotidiana como a circunstancias especiales en las que interviene de forma más directa el intelecto. Por ejemplo, con mucha frecuencia, los grandes sabios intuyen primero la solución del problema sobre el que están trabajando, y sólo después encuentran una demostración lógica; casi todos los grandes descubrimientos se han hecho así. El talento de los grandes artistas está ligado a la inspiración, que es una de las formas de la intuición, y tampoco puede justificarse racionalmente.

La confusión aparece sobre todo en la vida cotidiana, que es donde la voluntad del Ser y la del ego están mezcladas casi siempre. En efecto, una reactivación procedente del “ordenador” y programación de la mente inferior puede presentar algunas similitudes con la verdadera intuición. En la vida cotidiana, cuando alguna circunstancia reactiva alguna de nuestras memorias, en general inconscientemente, tenemos la sensación directa de las cosas, una sensación “espontánea” y no racional, a menudo “inesperada”. El parecido termina ahí pero es suficiente para confundirlo con la verdadera intuición. En el caso de una reactivación de las memorias, la percepción es espontánea, sí, pero lo es en sentido automático; la reactivación no proviene entonces del justo sentido de las cosas captado por la sabiduría del alma, sino de los automatismos del ordenador mental que proyecta sobre la realidad su propia percepción deformada. Es “inesperada” porque no conocemos nuestro mecanismo, y nos salta a la cara en el momento en que menos lo esperamos. La “sentimos” porque procede del cuerpo emocional. Efectivamente, no es racional. Pero eso no significa que sea una intuición. ¡Ojalá fuera racional! Si entrara en juego una inteligencia racional cuando se reactivan antiguas memorias, al menos aportaría un poco de objetividad a la situación y limitaría los daños.

Esa confusión hace que las personas polarizadas mentalmente desconfíen de la intuición, porque a menudo se la ha considerado como algo vago y arbitrario, algo con lo que no se puede contar realmente, atributo propio de personas más bien emocionales. Sin embargo, la verdadera intuición es lo que en realidad ilumina a los grandes sabios, a los grandes artistas, a los grandes maestros espirituales, a todos los seres que han hecho avanzar a la humanidad, desde sus comienzos, en los diversos campos del conocimiento. Ya es hora de que pongamos a la verdadera intuición en su lugar. Hemos de procurar desarrollarla, sobre todo en los niños —los creadores del mañana— a través de un sistema educativo más rico y más abierto, favoreciendo especialmente el desarrollo del hemisferio cerebral derecho, sede de la intuición.

Para que se establezca el contacto entre el alma y la mente superior, la mente inferior no debe interceptar la vocecita de la intuición. Porque la intuición es una “vocecita”. No se impone. Y ésa es precisamente una de las señales que permite distinguir una percepción intuitiva exacta de las cosas de una reactivación de las memorias.

 

¿Cómo distinguir entre una exacta percepción intuitiva y una reactivación automática inconsciente?
 
No siempre es fácil establecer la diferencia, pero podemos aprender experimentando y observándonos a nosotros mismos. En concreto, nos daremos cuenta de que la percepción intuitiva no está “cargada”, no presiona... pero está presente, es clara en sus propuestas, pero no impone nada. Es una sensación tenue, como de grácil fascinación, de sutil embeleso, de libertad, de paz. Sobreviene a nuestro espíritu como una mariposa que se posa sobre una flor.

En cambio, la percepción automática está muy cargada emocionalmeme. Suele ir acompañada de una fuerte sensación de necesidad, se “siente” intensamente un lastre, una urgencia, una incomodidad. Esto tiene explicación. En efecto, la frecuencia vibratoria que se capta en este caso es mucho más baja. En lugar de oír la suave voz del alma, oímos el estrépito del ordenador mental con su programación. Si la persona ya es consciente de ese mecanismo, el ordenador intentará camuflar su alboroto sustituyéndolo por un murmullo que simule la vocecita del alma. Pero el murmullo del ego siempre será más denso que el soplo de la intuición...

En una vida pasada, Nicole murió en un naufragio en alta mar y lleva en su inconsciente una memoria no integrada respecto a los viajes en barco. Como vive en una ciudad del interior, nunca ha tenido ocasión de reactivarla. Un día, unos amigos le proponen hacer un crucero por los mares del sur. Es una ocasión inigualable; el precio es muy razonable, y el viaje incluye un programa educativo muy interesante. Cuando le enseñan las fotos del barco en el que piensan hacer el viaje, un barco muy grande, de pronto Nicole se siente mal, sin saber por qué pocas horas después se ha de meter en la cama con muchísima fiebre. El programa educativo corresponde exactamente al campo en el que ella está investigando en la actualidad; además, entraría en contacto con gente muy valiosa e interesante. Pero, a pesar de todo, no le apetece hacer ese viaje. Algo le dice que no es bueno para ella; y, cada vez que le hablan de él, se pone de mal humor. Es totalmente inconsciente de la memoria reactivada, por supuesto. En efecto, es posible que haga mal tiempo; tal vez las personas no sean tan interesantes como le dicen, sino muy aburridas, o quizá otras circunstancias hagan el viaje desagradable. O tal vez sea un viaje maravilloso... Ella no lo sabe. No hay ninguna realidad en lo que “siente”. Lo que siente es una reacción inconsciente de rechazo debido a una antigua memoria. Nicole se privará así, tal vez inútilmente, de un hermoso viaje.

Si Nicole no llevara esa memoria en su inconsciente, o si ya la hubiera asimilado (si hubiera alcanzado ya un grado suficiente de evolución), el flujo de la intuición hubiera circulado libremente hacia su consciencia. Entonces hubiera sabido la verdad. Si el viaje iba a ser seguro y rico en contenido, lo hubiera sabido, y hubiera podido beneficiarse de él. Si no iba a serlo, lo hubiera sabido también, y hubiera declinado la invitación. En ambos casos, hubiera actuado de forma apropiada.

Mientras haya memorias activas, el ordenador se embala a la menor ocasión y obstaculiza muchísimo la percepción de la intuición justa. La intuición no es algo que podamos desarrollar. Está siempre disponible. Lo que hemos de hacer es encontrar la vía de acceso, al menos en cuanto sea posible, y para ello nada mejor que desactivar las memorias de la mente inferior.

Este sencillo ejemplo puede aplicarse a todas las situaciones de la vida, desde la más sencilla hasta la más compleja. Cuando la intuición tiene vía libre, es decir, cuando podemos acceder a ella, tenemos una percepción justa de las cosas, tanto de las situaciones importantes como de las intrascendentes, tanto de las condiciones físicas como de las relaciones humanas. Podemos decir que conocemos la “verdad” en cada instante. En ese estado de consciencia no hay pasado ni futuro, sólo el conocimiento de la realidad del momento presente. Un conocimiento tranquilo, sin carga emocional, ligero, silencioso, suave.

Por el momento, el ser humano medio no tiene pleno acceso a este conocimiento superior. Pero todos poseemos, al menos en potencia, ese aspecto de la mente. Su actividad depende del nivel de evolución de la persona y de las experiencias con las que esté cargada la mente inferior. Al cultivar las cualidades de la mente superior y vaciar la mente inferior de las cargas emocionales, todo ser humano puede entrar cada vez más en contacto con esa parte de sí mismo, hallando así el conocimiento, el dominio y, en definitiva, la libertad.

Existe una dinámica interna muy importante, por no decir esencial, que ayuda muchísimo a avanzar en el proceso de apertura a la actividad de la consciencia superior. Es un punto de apoyo crucial en el camino. Vamos a verla a continuación, en el siguiente espacio.

 

El acceso a la mente superior y el control del cuerpo emocional mediante la aceptación dinámica, el desprendimiento y la no resistencia
 
La mente superior no puede funcionar más que cuando la mente inferior está silenciosa; estar desprendido, aceptar y no resistir crea el necesario silencio.
 
Cuando la realidad entra en contacto con el filtro mental y es procesada directamente por la mente superior, no es comparada con ninguna experiencia pasada. No hay evaluación consciente ni inconsciente, ni reacción emocional en función del pasado. No hay expectativas ni exigencias emocionales o mentales. Hay una percepción no deformada de lo que está ahí, un simple reconocimiento. En la percepción no intervienen las emociones (el caballo, por completo dominado, espera las órdenes del cochero antes de moverse, y no dispersa su energía en espantadas inútiles. Toda la potencia emocional está disponible para ejecutar la voluntad del dueño).

 
No estar atado a las demandas,
a las expectativas y a las falsas
necesidades del ego permite
entrar en contacto con el alma
a través de la mente superior.


Si la mente inferior no presenta resistencia alguna, lo que está ahí no encuentra eco en ningún mecanismo mental-emocional inconsciente que pudiera dar lugar a alguna reacción procedente de deseos insatisfechos o de puntos de vista establecidos a priori, con lo que la mente superior tiene un conocimiento objetivo y claro de la realidad. Entonces uno observa y evalúa conscientemente la situación, de una forma tan inteligente, clara y tranquila que le lleva a aceptar serenamente lo que está ahí en cada instante.

Para que eso ocurra, el ordenador de la mente ha de estar en silencio; es decir, no ha de ponerse en marcha activado por viejas memorias. Lo que significa que uno ya no está atado a las demandas, exigencias, expectativas y falsas necesidades del ego.

¿Y eso puede hacernos felices? Lo que ocurre en realidad es que la serenidad y la receptividad inherentes al funcionamiento de la mente superior nos permiten estar en contacto directo con toda la riqueza de nuestra alma. Nos sentimos llenos de su presencia; experimentamos de un modo natural la plenitud, porque su presencia nos alimenta; tenemos la vivencia profunda de nuestra propia identidad; vive en nosotros la paz, la potencia del alma, la alegría, el amor. No necesitamos buscar en el exterior. Lo tenemos ya.

Un gran maestro zen vivía cerca de un pueblo de pescadores. Todas las tardes, sentado a la puerta de su casita, impartía su enseñanza a todos los que la querían recibir. Entre sus alumnos, había una joven que acudía con asiduidad y que lo admiraba muchísimo. Tenía relaciones con un joven pescador, y un día se encontró que estaba encinta. Su amigo, que la amaba, pensaba pasar fuera una larga temporada pescando; esperaba, con el resultado de su trabajo, poder fundar un hogar. Le prometió casarse con ella al regresar, Y se marchó. La joven trató de ocultar su estado cuanto pudo, pero pasaba el tiempo y su amigo no volvía. Le daba mucho miedo decírselo a sus padres, porque en el pueblo estaba muy mal visto que una joven soltera tuviera un hijo. Como el maestro zen era muy venerado por todos, les dijo que él era el padre de la criatura, suponiendo que así evitaría represalias. Pero eso no arregló las cosas, al contrario. Los aldeanos, furiosos, sintiéndose traicionados, insultaron al maestro y le dijeron que no volverían nunca más a recibir sus enseñanzas. El maestro, tranquilo y sereno dijo; “Muy bien”. Cuando el niño nació, se lo llevaron, y le dijeron que, puesto que él era el padre, era él quien tenía que ocuparse del niño. El maestro, tranquilo y sereno, dijo: “Muy bien”. Tomó al niño y se ocupó de él durante todo un año, rodeándolo de cuidados y de amor. Cuando el joven pescador regresó algún tiempo después de haber hecho fortuna, la joven confesó que el padre de su hijo era su amigo. Los aldeanos fueron entonces a ver al maestro, le dijeron de todo por haberlos inducido a error, y le pidieron que les diera el niño. El maestro se lo entregó y, tranquilo y sereno, dijo: “Muy bien”... Nada había podido alterar ni su serenidad ni su amor...

Es fácil imaginar cuál hubiera sido la reacción de cualquier persona menos evolucionada en la misma situación, dependiendo del contenido de su inconsciente. Sin embargo, el maestro zen estaba en contacto con el amor, con la sabiduría y con la impersonalidad de su alma. Ese estado de aceptación, de desprendimiento y de serenidad nos parece muy lejano; además, ¿lo deseamos realmente? Es una dinámica que, por ahora, al ser humano le resulta extraña. Nos preguntamos cómo podemos conseguirlo, incluso si no irá contra la naturaleza... Por otro lado, ¿no nos convertirá la aceptación en seres sumisos y sin sensibilidad? Y, además, si lo aceptamos todo, ¿no acabaremos convirtiéndonos en seres pasivos? ¿No terminaremos dejándonos manipular y zarandear por las personas y por las circunstancias?

No. En realidad, es todo lo contrario. Tenemos que clarificar lo que entendemos por “aceptación”, pues la descripción de esa dinámica, tan poco familiar, requiere precauciones. Estamos tan habituados a percibirlo todo en función de los deseos que tenemos programados en el inconsciente que difícilmente podemos imaginar que se puedan percibir las cosas de otra manera. Ya hemos visto, en efecto, que el mecanismo del deseo está anclado en el ordenador, y desde hace mucho tiempo, y lo difícil que resulta dejar de identificarse con él. Sin embargo, vamos a ver en el siguiente espacio que significa la genuina aceptación... dinámica.

 

La aceptación dinámica
 
Nuestro vocabulario ha sido construido para describir niveles de consciencia ordinarios. Por eso es por lo que el término “aceptación” se presta a confusión, y recuerda sumisión, inacción, abandono, insensibilidad o indiferencia. La aceptación a nivel de la mente superior es lo contrario a todo eso. Para subrayar la diferencia, le llamaremos aceptación dinámica.



La aceptación dinámica consiste
en no estar atado a los deseos ni
A las falsas necesidades de la
personalidad.
 
 

Aceptar, a nivel de la mente superior, significa estar libre del mecanismo del ordenador mental, simplemente. Es decir, aceptar significa no estar atado a los deseos ni a las falsas necesidades de la personalidad, lo que permite que la consciencia pase del ego al Ser. Es el primer paso, indispensable, para que comience el proceso de desidentificación de la consciencia con el ego, o sea, el proceso fundamental de transformación.
 
 
El desprendimiento
 
En todas las enseñanzas espirituales se nos exhorta al desprendimiento. Ahora comprendemos mejor la dificultad de llevarlo a la práctica.



Estar desprendido significa no
estar sometido a la influencia de
las memorias activas.
 
 

Las memorias activas, de las que está cargada la mente inferior, tienen apresada nuestra energía y son ellas las que dirigen nuestra vida. La aceptación dinámica significa que ya no estamos sometidos a la influencia de las memorias activas porque nos hemos liberado de su atadura. La mente inferior está entonces silenciosa y la mente superior puede entrar en acción. Como la mente superior nos pone en contacto con la plenitud del alma, ya no nos resulta difícil aceptar lo que está ahí, lo que es; ya no nos cuesta estar desprendidos, porque no esperamos que sean las personas o las circunstancias los que nos aporten la felicidad.

La necesidad de llenarnos física o psíquicamente, la necesidad de aprobación, la angustia existencial, los miedos, la búsqueda del placer o del poder, la necesidad de ser amado, todos los deseos que nos importunan..., todo eso se ha acabado. Está uno en paz y es libre.

Como la felicidad proviene de la concordancia que existe entre lo que yo quiero y lo que en realidad se produce, si en lugar de exigir que el mundo corresponda a mis expectativas soy yo quien me pongo en concordancia con él, el resultado será el mismo; entonces habrá armonía y desaparecerá el conflicto y la frustración.

Fácil de decir, ¡pero difícil de hacer!..., porque la consciencia humana actúa a impulsos de la personalidad desde hace miles de años. Sin embargo, es ese tipo de funcionamiento superior el que garantiza el poder de la acción, la verdadera felicidad y la auténtica libertad. Por eso es importante comprender de qué se trata exactamente. Clarificar la cuestión nos permitirá exponer, de paso, algunas consecuencias muy positivas que se derivan de la utilización de la mente superior en la vida cotidiana.
 
 
1. Aceptación dinámica no significa sumisión.
 
Al contrario, el desprendimiento y la aceptación dinámica garantizan la libertad.

La sumisión no es más que la represión de las memorias activas, que mantienen su carga emocional (incluso la amplifican) y no dejarán de aparecer con fuerza a la menor ocasión. Es una resistencia no expresada, que origina mucha frustración y mucha cólera reprimidas. La sumisión tiene su sede en la mente inferior. La aceptación dinámica tiene lugar cuando ya no intervienen las memorias activas y es la mente superior la que lleva el control. Entonces se está en condiciones de reconocer objetivamente lo que está ahí, sin más, sin connotación emocional alguna.

Las situaciones de la vida son las mismas. Es posible que la realidad nos agrade y esté en armonía con nuestros anhelos. Entonces todo va bien. También es posible que la realidad, lo que está ahí, no nos agrade; en ese caso, como no estamos atados a nuestros anhelos, tenemos capacidad para pasar en todo momento a la acción desde la paz, la inteligencia y el amor, cambiando las cosas si es necesario. Así que no se trata de sumisión.

Si hay que llevar a cabo una acción, se hará en un contexto completamente distinto al del mecanismo de la mente inferior. Se actúa, pero de forma tranquila y equilibrada (casi se podría decir “impersonal”), sin la agitación emocional que consume la energía y aumenta la resistencia. El hecho de mantenerse equilibrado hace que no se dilapide la energía. Deja uno de resistir a las dificultades. Ya no las considera obstáculos, sino ocasiones que le permiten desarrollar la creatividad y contribuir a la construcción de algo mejor; o se ven las dificultades como desafíos que forman parte de la condición humana y que hay que afrontar. No es una filosofía. Es una actitud que procede del contacto permanente con el poder interior. Es un estado de libertad y de equilibrio que proviene del contacto con el alma y con el presente, y que nada exterior puede turbar. Cualesquiera que sean las circunstancias, favorables o desfavorables, se vive en un estado permanente de paz interior.

 
Estamos en julio. Dentro de unos días será mi cumpleaños y he pensado celebrarlo dando en mi casa una pequeña fiesta. Durante los días previos estoy pendiente de la información meteorológica, que anuncia buen tiempo. Así que prepararé la fiesta en el jardín. Por la mañana, unos amigos me ayudan a instalarlo todo: las guirnaldas, las mesas para el buffet, los sillones, etc.; todo está perfecto. A lo largo del día, el cielo va oscureciéndose más y más. Cuando llegan los invitados empiezan a caer algunas gotas, que se convierten rápidamente en un aguacero. Tengo dos opciones: o resisto, o no estoy atada. No estar atado quiere decir, en este caso, actuar: sin perder la tranquilidad ni el buen humor, acepto lo que el cielo me envía (de todas formas, lo acepte o no, llueve) e invito a mis amigos a trasladarlo todo al salón para seguir la fiesta en el interior de la casa. Éstos, consternados al principio, se dejan luego arrastrar por mi energía y por mi buen humor, y todo el mundo se pone manos a la obra, encontrando soluciones originales para que quepa todo. Algunos cantan mientras otros transportan los sillones, quitan las cosas de las mesas, ponen las guirnaldas en las paredes del salón, improvisan el buffet en torno a la chimenea, etc. Mi suegro, que normalmente tiene un aspecto serio, ríe como un niño. Nos divertimos como locos, y así pasamos el resto de la velada, con alegría y buen humor.

Hubiera podido pasar a la mente inferior, ponerme de malhumor y resistir sintiéndome víctima de la meteorología y de un destino injusto (“¿Por qué Dios me hace esto a mí, y precisamente el día de mi cumpleaños?”). Mi baja energía se hubiera transmitido a mis invitados. Hubiéramos pasado al salón (apretujados e incómodos entre los muebles) esperando a que dejara de llover; yo hubiera arrastrado mi frustración y malhumor durante el resto de la velada. A nadie le hubiera hecho gracia...

Del mismo modo que la sumisión crea tensión debido a que es un estado de resistencia, así la verdadera aceptación dinámica y el desprendimiento aportan paz, serenidad, energía y creatividad. Todo ello da lugar a un estado de espíritu ligero, en el que resulta natural quitar dramatismo a las situaciones, y tener alegría y buen humor, lo que está muy lejos de ser el caso de la sumisión.

Si nuestra experiencia de la realidad a través de la mente superior crea una paz interior que nos lleva a un estado de bienestar permanente cualesquiera que sean las circunstancias, ¿quiere esto decir que sobrevolamos el mundo en un estado de beatífica serenidad, sin deseos, sin motivación, iluminados e inactivos? No, todo lo contrario.
 

2. No estar atado y aceptar no significa inacción.
 
Al contrario, la aceptación dinámica aumenta el poder de acción y de creación, y potencia su eficacia.

Esto por varias razones:

A. Una motivación clara y firme.

Cuando se está atrapado en la mente inferior, no hay otra motivación que la de querer satisfacer, consciente o inconscientemente, los deseos personales procedentes de viejas memorias. El que se encuentra en ese estado de consciencia sólo actúa cuando tiene deseos; si no los tiene, permanece amorfo e inactivo. La “aceptación” de lo que es, es decir, no estar atado a los deseos automáticos, desactiva el mecanismo del deseo y sus motivaciones. Podría uno temer entonces que, al no tener deseos, tampoco iba a tener motivaciones. Pero en realidad es todo lo contrario.
 
 
La intención y voluntad del alma reemplaza a los deseos de la personalidad cuando éstos se han transcendido.
 
En efecto, cuando se ha trascendido el mecanismo de los deseos, éste ha sido sustituido por el contacto, la unión con el alma y su intención y voluntad. Pues bien, el alma no quiere en modo alguno permanecer inactiva. Al contrario, su voluntad es actuar cada vez más en el mundo; para eso ha construido su instrumento. De modo que el alma no envía deseos reforzados con expectativas (el alma no espera nada, no necesita nada para Ser), sino una motivación, una intención clara y firme para realizar su propósito. Un propósito muy fácil de definir: lograr la felicidad y la plena realización de toda la humanidad. Ésa es la intención que nos guía cuando es la mente superior la que dirige nuestra vida y no los deseos automáticos personales con su cortejo de dificultades. La motivación del alma es muy fuerte; además es muy estable y recibe energía constantemente. Por contra, las motivaciones del ego, estimulan en el momento pero agotan después y llevan a la decepción y al desánimo, mientras que la intención del alma crea una motivación alegre y constante, empuja a la acción, potencia la creatividad y una intensa actividad. Siendo su intención crear un mundo de paz y de amor, ¡tenemos mucho trabajo por delante!

 
B. Energía

En el estado de aceptación de la mente superior, toda la energía creadora del cuerpo mental y toda la energía del deseo del cuerpo emocional están disponibles para actuar. No se dilapida energía resistiendo. Se está en armonía con el flujo de la vida. De modo que el funcionamiento flexible y sin expectativas, es decir, sin resistencia, de la mente superior permite acceder a un depósito de energía casi infinito. Lo que refuerza la capacidad de acción.
 

C. Percepción justa
 
La percepción de la realidad a partir de la mente superior es mucho más objetiva que la de la mente inferior, porque no hay interferencias causadas por las memorias activas o programación mental. Lo que significa que las decisiones, elecciones, acciones, etc., todo el modo de proceder guiado por esa parte de la mente se adapta mucho mejor a la realidad tal como es y, por lo tanto, es mucho más eficaz.


D. Flexibilidad y gran capacidad de adaptación

No estar atado significa también no estarlo a los propios puntos de vista, y garantiza la apertura de espíritu. Se es capaz de poner en tela de juicio en cualquier momento la propia acción, modificándola para mejorarla en función de la realidad, si es necesario. De modo que se tiene una gran flexibilidad ante los cambios y una inteligente capacidad de adaptación, que contrasta con la rigidez de la mente inferior, que se aferra a sus sistemas como una lapa. Esa actitud proporciona una gran eficacia a la acción.


E. Creatividad

Cuando se deja uno guiar por la mente superior, como la consciencia no revive los registros del pasado sino que está en contacto con la potencia del alma, se tiene acceso a una gran capacidad creadora que abre caminos nuevos y originales. Así pues, la creatividad también se ve reforzada por la mente superior.


F. Intuición

La creatividad se ve potenciada también por la intuición procedente del conocimiento del alma, que impulsa a crear y a actuar de forma apropiada. Así que la acción es siempre adecuada, eficaz y constructiva.


G. Estabilidad, habilidad, equilibrio

El control emocional que surge en el ser humano por el desprendimiento proporciona gran estabilidad y equilibrio, y lleva a actuar de forma coherente y continuada, con lo que la acción es verdaderamente eficaz.

Todos esos aspectos, consecuencia de la aceptación dinámica y del desprendimiento, no sólo no nos alejan de la acción, sino que nos hacen muchísimo más activos, eficaces y creadores.


3. No estar atado y aceptar no significa insensibilidad.

Al contrario, ambas cosas permiten la expresión de la verdadera sensibilidad.

Mientras la consciencia se identifique con el ego, lo que se llama “sensibilidad” no es más que una dinámica de reacción emocional a determinadas memorias. Ser sensible en cuanto al ego, únicamente en el nivel del ego significa, en general, que se es “susceptible, egoísta y ¡se está siempre a la defensiva”. O, en otras palabras, que puede uno ser reactivado emocionalmente en cualquier momento. Pero eso es una sensibilidad mecánica que no hace sino expresar los automatismos del ordenador de la mente. Se confunde sensibilidad con emotividad. Podemos fácilmente suponer qué es lo que activa la falsa sensibilidad de las estructuras del inconsciente.

La verdadera sensibilidad sólo brota en un estado de apertura, de presencia sin expectativas, de intuición justa y de amor verdadero. Sólo aparece si no se está atado a demandas alienantes, a miedos, a falsas necesidades, a deseos. La aceptación dinámica, que supone haberse desprendido de los mecanismos del ego, es lo único que garantiza una verdadera sensibilidad.

Cuando decimos que no tengáis deseos, no queremos decir que seáis insensibles. Al contrario, significa: “Transmutad el deseo por la voluntad irresistible de acceder al conocimiento puro”. Con esa voluntad invocáis todo el poder de la luz, y hacéis que su corriente actúe en vosotros en la misma medida en que sea intenso y puro vuestro esfuerzo.
 

 

4. No estar atado y aceptar no significa indiferencia.

Al contrario, el desprendimiento aporta, el amor verdadero.

 

Sólo se puede amar
incondicionalmente,
con espontaneidad y alegría,
cuando se tiene verdadero
desprendimiento.
 
La aceptación dinámica implica no estar atado a las expectativas, y, por lo tanto, supone el desprendimiento. El ego tiembla ante esa posibilidad, porque tiene un gran apego a las cosas y a las personas, y espera de los demás una reacción análoga. Puede uno creer que el desprendimiento, como la ausencia de deseos automáticos señalada en el espacio anterior, hará a las personas insensibles, frías, indiferentes, incapaces de “amar”. Cuesta mucho comprender que no estar atado a los deseos, y el consiguiente desprendimiento, no sólo proporciona la verdadera sensibilidad, sino también una gran capacidad de amar.

Pero precisamente es el desprendimiento y no estar atado lo que permite crear las más hermosas relaciones con los demás, relaciones de amor incondicional, de autonomía, de respeto, de alegría, de libertad. Se acabaron los dramas pasionales procedentes de los mecanismos del ego. El “amor-emoción” vivido por el ego es sólo un conjunto de exigencias, de expectativas, de reactivaciones emocionales. No estar atado permite experimentar la potencia del amor del alma sin bloqueos personales, sin ataduras inútiles y dolorosas. Permite amar verdaderamente, porque uno es libre y deja libre al otro.

Al ego le da pánico la simple idea de dejar libres a las demás personas. Le interesa tenerlos atadas como rehenes, para poder alimentarse de su energía. Eso es lo que se llama “amor” a nivel de la personalidad, pero sólo es apego.

Si queremos que nos guíe la mente superior, tendremos que aprender a vivir en ese estado de no resistencia, de aceptación dinámica, no estar atados frente a las exigencias del inconsciente, es decir, frente a lo que creemos (erróneamente) que más necesitamos en la vida. Veremos un poco más adelante qué es lo que tenemos que hacer para no estar atados, porque no es nada fácil.

Luego, la liberación del mecanismo inferior de la mente tiene además un impacto muy importante en el funcionamiento de la inteligencia.

 

 

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