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La transformación
instantánea
Cada
vez que manifestamos una
cualidad del alma, el ego ha
soltado una atadura.
Aunque nos parezca
que se puede pasar progresivamente a una manifestación del Ser cada vez más
plena, no es así. No se pasa poco a poco de la experiencia del ego a la
experiencia del Ser. La manifestación del Ser no es una expresión mejorada
de la expresión del ego. Al contrario, para que se manifieste el Ser, tiene
que haber habido un desprendimiento previo de los mecanismos del ego. Son
dos dinámicas opuestas. Es como saltar en paracaídas: o se está en el avión,
o se está en el vacío. Pero no se puede tener al mismo tiempo la relativa
seguridad del avión y la maravillosa experiencia de flotar en el aire. Es en
ese sentido en el que uno de los más grandes filósofos y maestros, J.
Krishnamurti, decía que la transformación no es progresiva, sino
instantánea.
Ninguna preparación resulta útil para captar la verdad. Preparación quiere
decir tiempo, y el tiempo no es un camino hacia la verdad. El tiempo es
continuidad y la verdad es intemporal, y únicamente puede percibirse en el
ahora, en el instante eterno, cuando la atención y el silencio son
completos. La comprensión, la consciencia, la percepción de la verdad...
sólo pueden tener lugar en el instante.
Lo que sí requiere tiempo es, por una parte, la construcción del ego y, por
otra, una vez construido éste, despertar a sus límites y decidir liberarse
de él. Eso lleva tiempo y, antes de estar preparado para tomar la decisión,
supone mucho sufrimiento (del mismo modo que requiere cierto tiempo seguir
un curso de paracaidismo, subir al avión, doblar el paracaídas, colocarlo
sobre la espalda, llegar a una altura suficiente y... decidirse a saltar).
Pero, cuando ha llegado el momento de la decisión, ésta se hace en un
instante. En ese sentido, el cambio de consciencia, o mejor dicho, el
ejercicio de la consciencia es necesariamente instantáneo.
Por otra parte, desde el momento en que se está realmente liberado del ego,
desaparece la idea misma del tiempo: el pasado ya no existe (no tiene ningún
impacto sobre la consciencia del momento) y el futuro tampoco (ya no hay
expectativas, esperanzas ni temores). Sólo queda el eterno presente, vivido
de instante en instante, en la paz, en la plenitud y en la creatividad. Es
una hermosa perspectiva que, mientras no sea asimilada y vivida realmente,
queda en una simple abstracción del espíritu. De todas formas, para jugar el
juego de la vida que ha elegido la consciencia, hay que respetar la regla
del tiempo. Esto es así porque existe un tiempo físico que debe ser
respetado... Necesitamos tiempo para llegar a casa, para desmontar un
máquina... es obvio. Pero fuera de este ámbito es un error manejarse en el
terreno del tiempo psíquico. Aquí la consciencia debe salir del cerco de la
mente, la memoria, el pensamiento y de la dualidad del tiempo, y el ser
humano será totalmente libre... Podrá entonces pasar a otros juegos, con
otras reglas...
Hay que saber dejar madurar los granos, molerlos y dejarlos en infusión en
la cafetera. Así también, cuando la situación está madura (hagamos un sonoro
chasquido con los dedos), ¡ya está!, ¡se acabó! Si no es repentino, no es el
despertar. Porque no hay una continuidad o graduación entre la ignorancia y
la sabiduría. No es una escalera que haya que subir. ¡Es un salto! Hay que
franquear un abismo, por eso es por lo que se dice que es una vía abrupta.
Es muy importante comprender bien esta aparente paradoja. Sabemos que la
transformación es instantánea (entonces, ¿no hemos de hacer nada?, ¿sólo
esperar?) y, al mismo tiempo, se nos dice que trabajemos sobre nosotros
mismos por el método que sea (¿qué significa la práctica?). Hay que moler
los granos (preparar el ego), eso lleva tiempo, pero el café (el Ser), se
degusta en un instante. Para poder degustarlo, hay que prepararlo
previamente. La comprensión de esta aparente paradoja no sólo permite
reconciliar enfoques que parecen contradictorios, sino tener además la
actitud justa cuando se realiza un trabajo sobre la personalidad.
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