LA CONCIENCIA
La
conciencia es el conocimiento que tenemos de nosotros mismos y del mundo
exterior, es el rasgo distintivo de la vida mental, lo que nos permite darnos
cuenta de lo que ocurre y permanecer alerta ante la realidad. Es el resultado de
la acción simultánea de una amplia serie de fenómenos psíquicos. Se basa en una
facultad de percepción que extrae directamente información del mundo exterior a
través de los sentidos, e indirectamente a través de los recuerdos almacenados
en la memoria.
Cuando
los elementos que componen la conciencia funcionan de modo adecuado, el
individuo tiene una percepción y una valoración nítidas de sí mismo, de los
demás y de las cosas que le rodean: dicho de otra forma, su conciencia está
lúcida. Lucidez y claridad son sinónimos que se utilizan en psiquiatría para
definir la situación normal de la conciencia.
La
conciencia se mantiene alerta mientras el individuo está despierto. Con el sueño
se va relajando progresivamente hasta quedar adormecida. Durante el sueño
normal, los elementos psíquicos de la conciencia se mantienen en reposo o se
encuentran modificados; así, al dormir el subconsciente se expresa a través de
los sueños. En el estado consciente, los estímulos del exterior se integran en
el sistema nervioso central. Las estructuras anatómicas que regulan este proceso
son la corteza cerebral, el hipotálamo y el sistema reticular, que determinan
conjuntamente el fenómeno de despertar, el mantenimiento del estado de vigilia y
el sueño.
La
conciencia puede afectarse e irse deteriorando progresivamente, hasta llegar a
la inconsciencia. Un primer estado es la somnolencia, situación similar a la
necesidad de dormir por la fatigabilidad de las funciones psíquicas, sobre todo
de la atención. Cuando se acentúa, aparece el sopor, en el que el sujeto sólo
responde a estímulos intensos. El coma es el grado máximo, en el que no hay
respuesta consciente a ningún estímulo psíquico.
Existen
entorpecimientos parciales de la conciencia, como la obnubilación. El sujeto
obnubilado tiene una percepción confusa y borrosa del mundo exterior y de sí
mismo, comprende lentamente, de forma incompleta, y suele tener dificultades
para recordar lo ocurrido durante ese período. Cuando a esto se añade patología
psíquica en forma de ilusiones y alucinaciones, aparece la confusión mental, en
la que el sujeto no es capaz de diferenciar lo real de lo que deriva de su
estado patológico. Los estados crepusculares son una forma particular de
alteración de la conciencia, en ellos se estrecha el campo de la conciencia,
toda la actividad consciente se centra exclusivamente en un objeto o grupo de
objetos, fuera de los cuales el sujeto actúa como un autómata.
Las
alteraciones de la conciencia derivan de problemas biológicos y psicológicos. El
alcohol, ciertos fármacos, sustancias tóxicas cerebrales, enfermedades
cerebrales agudas (encefalitis, hemorragias subaracnoideas...) y los tumores
pueden alterar la conciencia en mayor o menor grado. Los trastornos psicológicos
y determinadas enfermedades psiquiátricas, como la ansiedad, la angustia, la
depresión, la esquizofrenia, ciertas neurosis y la histeria pueden provocar
también alteraciones de la conciencia.
CONCIENCIA Y ALCOHOL. El alcohol es un alterador de la conciencia de primer
orden. De 30 a 60 g de whisky reducen lo suficiente la percepción consciente
como para transformar a un individuo tenso, ansioso y ligeramente deprimido en
un «alegre despreocupado». El alcohol bloquea las inhibiciones y hace
desaparecer la autocrítica, una persona «algo bebida de más» puede tener incluso
una mayor fluidez en la conversación, ser más rápida de ingenio, más sociable.
Una mayor
cantidad de alcohol reduce el funcionamiento cerebral al estado de embriaguez
manifiesta. Aparece el habla poco clara, paso inseguro, se reduce el control
sobre las emociones y la conducta. En esta situación de consciencia disminuida
ocurren muchos accidentes mortales, suicidios y asesinatos. Cuando las dosis de
alcohol aumentan, se entra en un estado de estupor, caracterizado por la
relativa incapacidad del individuo para responder a los estímulos del ambiente.
Si los niveles de alcohol en la sangre siguen aumentando, se puede llegar al
estado de coma —el coma etílico—, en el que el sujeto corre incluso peligro de
muerte, haciéndose necesaria la respiración asistida.
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