|
Cuatro facultades.
La ciencia espiritual define cuatro cualidades que el ser humano debe
adquirir en el llamado sendero de prueba para elevarse al conocimiento
superior.
* La primera es la facultad de discernir en los pensamientos lo verdadero de
lo aparente; la verdad, de la simple opinión.
* La segunda cualidad es la apreciación acertada de lo verdadero y de lo
real frente a la apariencia.
* La tercera facultad consiste en practicar las seis cualidades ya descritas
en el espacio anterior; control y dominio de los pensamientos, dominio de la
acción, perseverancia, tolerancia, fe y ecuanimidad.
* La cuarta es el amor a la libertad interior.
Una comprensión meramente intelectual de lo inherente a estas cualidades no
es de la menor utilidad; han de ser incorporadas al alma, de modo que formen
la base de hábitos naturales. Tomemos, por ejemplo, la primera cualidad: el
discernimiento entre lo verdadero y la apariencia. El hombre tiene que
ejercitarse de manera que sepa discernir siempre espontáneamente, en todo lo
que se le presente, entre lo secundario y lo que tiene significación e
importancia. Sólo es posible lograrlo si, con toda calma y paciencia, se
repiten estas tentativas en cada observación del mundo exterior.
Al final, se llega a fijar la mirada con toda naturalidad en lo verdadero,
como antes uno se contentaba con lo accidental. Todo lo temporal sólo es
símbolo. Esta verdad se convierte en convicción palmaria del alma. Otro
tanto puede decirse con respecto a las otras tres cualidades.
Bajo la influencia de estos cuatro hábitos del alma se transforma
efectivamente el sutil cuerpo etéreo del hombre. Mediante el primero, o sea,
el "discernimiento entre lo verdadero y la apariencia", se crea en la cabeza
el referido centro y se prepara el de la laringe. Su verdadero desarrollo
requiere, por cierto, los ejercicios de concentración antes descritos; ellos
favorecen el desarrollo, en tanto que los cuatro hábitos conducen a la
madurez. Una vez preparado el centro en la región de la laringe, la correcta
apreciación de lo verdadero frente a la apariencia accidental, da por
resultado el libre dominio del cuerpo etéreo, así como su revestimiento y
delimitación mediante el mencionado tejido filamentoso.
Si el hombre adquiere esta facultad de apreciación, paulatinamente se le
tornan perceptibles las realidades espirituales, mas no deberá creer que
basta realizar acciones que parezcan significativas conforme a un criterio
intelectual; la acción más sencilla, el más pequeño quehacer, tienen algo de
importante dentro de la gran economía universal; sólo se trata de adquirir
conciencia de esta significación. Lo que importa no es el menosprecio, sino
la estimación correcta de los quehaceres cotidianos de la vida.
Ya hemos hablado de las seis virtudes que integran la tercera cualidad;
guardan relación con el desenvolvimiento del loto de doce pétalos en la
región del corazón y, como ya indicamos, es a este centro adonde debe
encauzarse efectivamente la corriente vital del cuerpo etéreo. La cuarta
cualidad, o sea, el anhelo de liberación, sirve para hacer madurar el órgano
etéreo cerca del corazón. Cuando esta cualidad se haya convertido en hábito
del alma, el hombre se libera de todo lo que se vincula exclusivamente con
las facultades de su naturaleza personal; deja de considerar las cosas desde
su punto de vista particular. Desaparecen los estrechos límites de su propio
ser que lo ataban a este punto de vista, y los misterios del mundo
espiritual se abren paso hacia su interioridad. He ahí la liberación, pues
aquellas ataduras hacían que el hombre juzgara las cosas y seres de acuerdo
con su naturaleza personal. El discípulo tiene que librarse e independizarse
de este modo personal de considerar las cosas. |
|