La
delincuencia
La
delincuencia constituye un grave problema social de difícil prevención. Hay
muchos tipos distintos de delincuentes al igual que factores de índole
individual o social que favorecen el que una persona se convierta en un
delincuente. La psiquiatría y la psicología se han interesado en profundidad por
este problema, aportando datos de gran interés a la hora de comprender este
fenómeno.
Uno de
los estudios más clásicos, dentro de los recientes, es el de Bromberg, que
estudió diez mil delincuentes de Nueva York buscando la presencia de trastornos
mentales con los siguientes resultados: un 41 por 100 eran personas
absolutamente normales, otro 41 por 100 no podían ser diagnosticadas de padecer
un trastorno psicopatológico, aunque presentaban ligeras alteraciones de
personalidad; el 18 por 100 restante padecían una alteración psicopatológica que
correspondía en un 7 por 100 a las personalidades psicopáticas, otro 7 por 100 a
las neurosis, un 2,5 por 100 a los deficientes mentales y un 1,5 por 100 a las
psicosis. De este estudio se desprende que son relativamente poco frecuentes los
actos delictivos cometidos por enfermos mentales, ya que incluso dentro del 18
por 100 considerados por el autor como tales, se incluyen trastornos, como las
personalidades psicopáticas que son más bien personalidades anómalas y no
enfermedades, ya que se pueden encuadrar dentro de ese campo intermedio que se
sitúa entre la normalidad y la enfermedad propiamente dicha.
También
se ha estudiado la posible carga genética de la delincuencia sin que se hayan
obtenido resultados significativos. El descubrimiento de la existencia en
algunas personas, de un cromosoma «Y» supernumerario que configuraría la
alteración cromosómica denominada trisomía XYY, hizo sospechar que estas
personas en las que se había advertido un mayor nivel de agresividad serían más
propensas a las conductas delictivas, pero no se hallaron diferencias
verdaderamente significativas, tanto más si tenemos en cuenta que se trata de un
trastorno muy poco frecuente. Sin embargo, sí se ha podido comprobar que existen
ciertas familias dentro de las cuales la delincuencia es mucho más frecuente
entre sus miembros en relación a otras características similares, lo que se
explica por la influencia de factores ambientales referidos al propio medio
familiar; es decir, intervendría la educación que los padres de forma explícita
o a través de su propio ejemplo, transmiten a sus hijos.
Desde el
punto de vista sociocultural existen una serie de factores que favorecerían,
especialmente durante la infancia, el que un niño se llegue a convertir en un
delincuente cuando alcance una edad que se lo permita. La falta de cariño
experimentada durante la infancia por ausencia o abandono de uno o ambos padres,
o simplemente, por despreocupación de los mismos en lo que respecta a la
educación de sus hijos, así como un ambiente familiar en el que predomina la
violencia entre sus miembros, el hacinamiento, etc., que facilitan que el niño
tienda a salir de casa el mayor tiempo posible, y por tanto, a reunirse en la
calle con otros niños formando pandillas de marginados, serían factores que
facilitarían mucho el que se desarrollase en éstos una cierta tendencia a
cometer actos delictivos.
Hay que
tener también en cuenta que todas estas circunstancias dificultan la escolaridad
del niño, que en ocasiones ni tan siquiera acude a la escuela, lo que va a
dificultar sus perspectivas de futuro y su adaptación social, configurándose dos
factores más que lo pueden predisponer hacia la delincuencia. Paradójicamente,
también se puede favorecer las tendencias delictivas cuando los padres adoptan
con sus hijos una actitud de sobreprotección, especialmente si se trata de hijos
únicos, ya que éstos se sienten inseguros y carecen de un patrón de conducta
personal y están acostumbrados a obtener rápidamente todo lo que desean casi sin
esfuerzo, siendo muy intolerantes ante las frustraciones. Estas circunstancias
cobran aún mayor importancia cuando actúan sobre niños con un temperamento en el
que destaca la impulsividad y un manejo inadecuado de la agresividad.
Por
último, cabe señalar que algunas conductas delictivas son llevadas a cabo de
forma totalmente esporádica, siendo relativamente frecuentes los casos en los
que no se repiten a lo largo de toda la vida. El consumo de drogas es un factor
de una importancia decisiva a la hora de valorar las características del
delincuente dentro de la sociedad actual, ya que se trata tal vez del factor que
induce con más frecuencia a la realización de actos delictivos. Hay que tener en
cuenta dos aspectos cardinales en este sentido: muchas personas predispuestas a
la delincuencia coinciden en sus rasgos de personalidad con las que consumen
drogas, por lo que confluyen simultáneamente en las mismas personas ambas
tendencias, a la delincuencia y a la drogadicción. Por si esto fuera poco, se
añade la circunstancia de que el consumo de drogas supone un desembolso
periódico de cantidades importantes de dinero, que no tienen a su disposición la
mayoría de los drogadictos con lo que éstos se ven obligados a obtenerlo de
forma ilícita (generalmente traficando también ellos con la droga) para mantener
la dependencia que han contraído con este tipo de sustancias.
Si junto
con los factores anteriores tenemos en cuenta que uno de los principales efectos
de la drogadicción consiste en un deterioro progresivo de la personalidad del
sujeto dependiente con pérdida grave de los valores éticos y de proyección
social, seguida de una degradación que se amplía al vínculo familiar y
finalmente a un nivel puramente individual, se comprende fácilmente que las
drogodependencias constituyan en el momento actual el principal factor
determinante de las conductas delictivas, cobrando una progresiva importancia en
el análisis de las causas que influyen directamente en el incremento
experimentado por el problema de la delincuencia durante los últimos años.