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El
anamoramiento
¡Qué poco dura la alegría de la nieve! Los copos nos hacen sentir más guapos
de lo que somos, pero la nieve hay que recibirla quietos. Porque cuando nos
ponemos en marcha, la ensuciamos.
El enamoramiento a la nieve se basa en ese silencio sólido que nos embarga.
Los copos sobre las mejillas no tienen la incomodidad resbaladiza y babosa
de la lluvia. Al contrario: un copo sobre la piel parece una caricia. Ante
la lluvia bajamos la cabeza. Ante la nevada plácida no dudamos en mirar al
cielo y dejar que las estrellas fractales de la nieve se depositen sobre la
piel. El amor a la nieve acaba fundiéndola. Hay un momento en el que la
nieve empieza a ser excesiva. La nieve caída nos empapa los bajos de los
pantalones. La nieve no se limita a dar una mano de pintura a los prados. Se
trata a menudo de nieves insaciables que buscan ser cada vez más altas y más
posesivas. La nieve se instala en las ramas de los árboles cansados del
invierno, en los respaldos de los bancos del jardín, en los aleros de los
tejados. Cada copo se sostiene en esas extrañas esculturas hasta que, de
pronto, por un capricho de la gravedad la nieve de la rama se desmorona en
polvo y los aleros se destilan en largos y afilados carámbanos
Pero como en todas las pasiones el enamoramiento pasa por dificultades. A
veces la nieve no nos deja avanzar. Al principio es un juego, poco a poco
empieza a ser un infierno gélido. De pronto el suelo da miedo y pisar el
freno del coche nos recuerda que somos un peso inestable. A veces la nieve
se convierte en muñeco terso y enhiesto el primer día y ajado y vencido a lo
largo de su efímera vida, tan parecida y distinta a la vez de la nuestra. En
otras ocasiones, la nieve es un proyectil de una batalla incruenta que nos
hiela el cogote y que se adhiere a nuestra espalda, aunque, eso si, si la
lanzan nuestros hijos el escalofrío es más soportable. Pero al final la
nieve, a la que tanto quisimos cuando la vimos llegar, es sólo un barro
incómodo y vergonzante sobre el que todas las huellas se confunden.
Aquella nieve que tanto nos enamoró se convierte en una vergüenza a la vista
y al asfalto. Queremos regresar a la seguridad del negro parquet de las
sucias calles. La nieve es para soñar. Pero ya se sabe... “si el invierno
viene frío, quiero estar junto a ti”.
Cosas de la fuerza del Destino.
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