ENFERMEDADES PSICOSOMATICAS
Al
paciente, tras mucho deambular de médico en médico, le han mandado al
psiquiatra, por un acné, una úlcera de estómago, asma o un dolor sin causa
aparente. ¿Cómo es posible? Por algo que parece enteramente una enfermedad
orgánica le remiten al «especialista de los nervios» y le dicen que padece un
trastorno psicosomático.
Como su
mismo nombre indica, en las enfermedades psicosomáticas se combinan lo psíquico
y lo somático. Mente y cuerpo forman una unidad indivisible en permanente
diálogo y que mantiene intercambios constantes con el exterior; los estímulos
psíquicos pueden en un momento dado alterar la armonía de esta estructura. Esta
idea es el punto de partida y apoyo de la medicina psicosomática, rama de la
medicina a caballo entre la psiquiatría y la medicina general. En los problemas
psicosomáticos se parte de un conflicto puramente psicológico, que, al no ser
elaborado de forma correcta, hace surgir una enfermedad somática con toda su
sintomatología, como una úlcera gastroduodenal, un eczema o una hipertensión,
apareciendo una lesión orgánica evidente y demostrable. En esto se distingue de
un proceso neurótico que también tiene como partida un conflicto psíquico y una
manifestación somática, pero que, sin embargo, no cuenta con una lesión
orgánica, ni una expresión física cuantificable que justifique los síntomas
corporales.
En la
aparición de estos procesos intervienen factores psicológicos, biológicos,
sociales y de aprendizaje. Tensión, miedo y angustia, junto al exceso de trabajo
y actividad, generan el estrés que va produciendo cambios en el organismo. Se
alteran las hormonas, aparecen descargas de adrenalina, el organismo se resiente
y, en un momento dado, un órgano lanza una señal de alarma. Surge una enfermedad
somática en respuesta a la inquietud psicológica, es una consecuencia del
estrés. En la elección del órgano no se actúa al azar, sino que siempre se
afecta al más débil. Es la teoría de la inferioridad de los órganos: ante un
problema psicológico que tiene que aflorar por algún sitio, se aprovecha el
punto más débil para la somatización. Esta respuesta se puede repetir; cuando el
sujeto se ve envuelto en conflictos y tensiones, aparece el mismo problema
orgánico que en situaciones similares. Se produce también un fenómeno de
conversión que consiste en que un síntoma psicológico se convierte en otro
orgánico con el que de alguna manera tiene una relación simbólica. Por ejemplo,
ante un problema de relación con otras personas el inconsciente se manifiesta a
través de un problema en la piel.
Las
enfermedades psicosomáticas se relacionan con la capacidad de expresión verbal
condicionada por factores socioculturales. A medida que ésta es más baja, la
persona tiende a expresarse más con un lenguaje corporal y el mismo camino
siguen sus conflictos psicológicos. Apunta una personalidad psicosomática al
estilo de las personalidades neuróticas, con un yo superestructurado incapaz de
comunicar los conflictos del subconsciente, pero que, ante la necesidad de
expresarlos, los materializa al corporizarlos.
Finalmente, hay que anotar lo que en psiquiatría se llama la «ganancia
secundaria»; a través de la enfermedad, el enfermo puede obtener una serie de
beneficios más o menos valorables, como más atención por parte de quienes lo
rodean, consideraciones especiales en el trabajo, en la familia, una baja...
Así, de forma consciente o inconsciente, el enfermo puede querer seguir
siéndolo.
Hay una
serie de puntos a tener en cuenta en las enfermedades psicosomáticas:
— Pueden
independizarse de la causa psicológica que las originó e ir avanzando en el
plano orgánico, transformándose en un proceso patológico independiente.
— Pueden
manifestarse por fases, de acuerdo a las crisis de la biografía del enfermo.
— Pueden
cambiarse de un trastorno psicosomático a otro, sin reglas fijas, y dependiendo
de las situaciones ambientales y personales que concurran en cada momento.
— Pueden
asociarse a otros procesos psicopatológicos, como la depresión o la crisis de
angustia.
Enfermedades psicosomáticas:
Aparato
digestivo:
— Úlcera
gastroduodenal.
— Colitis
ulcerosa.
Aparato
respiratorio:
— Asma.
— Alergia
respiratoria.
—
Síndrome de hiperventilacíón.
—
Síndrome de retención respiratoria.
— Rinitis
vasomotora.
Piel:
— Eczema.
—
Psoriasis.
— Acné.
—
Hiperhidrosis.
—
Alopecias.
Aparato
cardiovascular:
—
Hipertensión arterial.
—
Síndromes algoriodes, enfermedades coronarias.
—
Arritmias cardíacas.
Cefaleas.
Enfermedades ginecológicas:
— Síndrome de Tensión
Premenstrual.
— Dismenorrea (regla
dolorosa).
—
Trastornos menopáusicos.
Disfunciones sexuales:
—
Impotencia.
—
Frigidez.
—
Vaginismo.
Enfermedades del sistema endocrino:
—
Obesidad.
Enfermedades psiconeurovegetativas.
El
espectro de las enfermedades psicosomáticas es ciertamente amplio, incluye más
aún de las que aparecen en este cuadro, pero hay que tener en cuenta que, aunque
estas enfermedades pueden ser psicosomáticas, no siempre lo son. A la hora del
diagnóstico, lo primero es descartar que no se trate de un proceso orgánico (una
cefalea, dolor de cabeza, puede deberse a una lesión cerebral y no tener nada
que ver con la situación psicológica). Existe el riesgo de convertir la
patología psicosomática en un cajón de sastre donde todo puede ir a parar. Esto
es grave, puede poner en peligro la vida de una persona y por supuesto retrasar
el diagnóstico y el tratamiento de lo que verdaderamente le ocurre.
En el
tratamiento hay que combinar la asistencia del médico general o especialista con
el psiquiatra. Entre ambos se tratan las vertientes orgánicas y psicológicas de
la enfermedad. Uno trata la úlcera, el acné o la hipertensión. El otro se
encamina al origen en sí del problema psicosomático y, posiblemente, de otros
cuadros acompañantes, como la angustia o la depresión. Existen dos armas
fundamentales para el psiquiatra: la psicoterapia y los psicofármacos, que
combina a la hora de afrontar este problema.