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EL ESTRÉS Y LA SALUD
Una de las principales razones por las que
el estudio del estrés ha suscitado un gran interés es su relación con la salud
y, por tanto, con la calidad de vida. En este aspecto hay que resaltar que no
todo estrés es nocivo. En primer lugar, su presencia ayuda a la subsistencia de
todas las especies, no sólo de la humana. La activación que produce, el estado
de alerta que se alcanza, permite mejorar las condiciones para enfrentarse a
situaciones potencialmente adversas y/o peligrosas. Si no fuera así, no se
lucharía o huiría cuando las circunstancias lo aconsejan. Además, optimiza el
rendimiento de las tareas. En un examen, por ejemplo, es necesario, para
funcionar lo mejor posible, tener una cierta dosis de estrés. Ahora bien, tanto
en un caso como en otro no es conveniente que se sobrepase una cierta intensidad
porque entonces pueden aparecer bloqueos, respuestas erráticas...
Por otro lado, se ha comprobado que el
estrés puede afectar a la salud. Cuando su presentación es aguda puede hacerlo
en algunas ocasiones, pero cuando es repetida o crónica su incidencia puede
llegar a ser relevante y, en algunos casos, crucial. Se le ha asociado & con el
infarto de miocardio, la hipertensión, el cáncer, la diabetes...
Es verdad que no puede decirse que
constituya una variable etiológica, esto es, que cause o provoque directamente
las enfermedades pero sí que suele ser un importante factor de riesgo en un buen
número de ellas. No está claro si es el estrés el que las causa o al contrario,
entre otras razones, por el problema ético que supondría el inducir estrés en
personas y, después, comprobar si les origina enfermedades.
¿Cómo puede afectar el estrés a la salud? Se
han propuesto varias vías. Una de ellas es que lo hace a través de
comportamientos concretos que se relacionan con la salud. Por ejemplo, se ha
apreciado un aumento en el consumo de tabaco y alcohol vinculados con
incrementos de estrés. Asimismo, pueden verse afectados los hábitos
alimenticios, el ejercicio o la probabilidad de accidentes. Por otro lado, las
mismas enfermedades son susceptibles de ser acontecimientos estresantes, con lo
cual se origina un efecto bidireccional, perjudicando al organismo. Por último,
es de destacar los cambios fisiológicos propios de la respuesta de estrés como,
por ejemplo, los cambios en la activación simpática (tasa cardiaca, tensión
arterial, sudoración...), con una mayor producción de adrenalina y
noradrenalina, que incrementan el riesgo de enfermar. Por supuesto, en todas
estas cuestiones existen interacciones, es decir, influencias mutuas, y
variabilidades individuales.
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