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La evolución moral: seis cualidades
El desarrollo de este sentido se propicia de la siguiente manera. En primer
lugar, el discípulo empezará por regular el desarrollo de sus pensamientos,
lo que se llama el control o dominio de los pensamientos. Así como el loto
de dieciséis pétalos requiere para su desenvolvimiento pensamientos
significativos, ajustados a la verdad, el de doce pétalos se desarrolla por
el dominio interior del decurso de los pensamientos. Los pensamientos que
divagan incontrolados, o que se suceden desordenadamente y no de una manera
razonable y lógica, deterioran la forma de esta flor de loto. Cuanto más se
logre una sucesión ordenada de los pensamientos, evitando todo desvío
ilógico, tanto más adecuada será la forma que este órgano desarrolle.
Cuando el discípulo oiga expresar pensamientos ilógicos, se representará
inmediatamente el pensamiento correcto respectivo. No debe, naturalmente,
sustraerse al trato de personas tal vez carentes de lógica, para así
favorecer su propio progreso, ni tampoco sentirse impulsado a corregir
instantáneamente cuanto de irrazonable se exprese en derredor suyo; tratará
más bien de encauzar tranquilamente en su alma, conforme a la lógica y la
razón, los pensamientos que le invadan desde fuera, y se esforzará en
conservar en todo momento la orientación de sus propios pensamientos.
En segundo lugar, deberá introducir en su actuar la misma lógica consecuente
(control o dominio de las acciones). Toda inestabilidad, toda discordancia
en el obrar, ejercen una influencia perniciosa sobre la mencionada flor de
loto. Después de haber realizado algo, el discípulo dispondrá la siguiente
acción de tal manera que sea la consecuencia lógica de la precedente. El que
hoy obre de una manera y mañana de otra, no desarrollará jamás el sentido
caracterizado.
El tercer requerimiento es el cultivo de la perseverancia. El discípulo no
se dejará desviar por influencia alguna del objetivo que se haya impuesto,
en tanto que lo pueda considerar como acertado. Los obstáculos le serán
motivo para vencerlos y no para abandonar su propósito.
El cuarto requisito es la tolerancia hacia los hombres, hacia los demás
seres, incluso hacia los hechos. El discípulo ha de reprimir toda crítica
superflua de lo imperfecto y de lo malo; por el contrario, tratará de
comprender todo lo que se le presente. Al igual que el sol no niega su luz a
lo malo, así tampoco el discípulo negará su sentimiento comprensivo. Si le
toca algún infortunio, no se dejará arrastrar por juicios condenatorios,
sino que lo aceptará como una necesidad y procurará, en todo lo posible,
darle un giro hacia lo benéfico. No considerará las opiniones de los demás
exclusivamente desde su propio punto de vista, sino que tratará de colocarse
en la situación de ellos.
La quinta actitud es mantenerse libre de prejuicios frente a cuanto se
presente en la vida. A este respecto se habla también de la "fe" o de la
"confianza". El discípulo la dispensa a todo hombre y todo ser viviente y
procede lleno de confianza en todas sus acciones. Al referírsele algún hecho
nunca se dirá: no lo creo porque está en contradicción con la opinión que me
he formado. Antes bien, en todo momento estará dispuesto a examinar y
rectificar su propio parecer, según otro criterio; estará siempre sensible a
todo cuanto se le presente. Confía en la eficacia de lo que emprende,
desterrando de su ser la vacilación y el escepticismo. Si se propone algo,
tiene también fe en el poder de su propósito; cien fracasos no pueden
arrebatarle esta fe que es la "fe que mueve montañas".
La sexta cualidad es la adquisición de cierto equilibrio interior
(ecuanimidad). El discípulo se esfuerza en conservar esta ecuanimidad, tanto
frente al dolor como frente a lo afortunado, y renuncia a la vacilación
entre el estar lleno de júbilo y el hondamente afligido. La desgracia y el
peligro, así como la dicha y la prosperidad, le encontrarán siempre por
igual escudado.
Los estudiantes de la ciencia espiritual reconocerán en lo anteriormente
descrito las llamadas "seis cualidades" que el aspirante a la iniciación
debe desarrollar en sí mismo. Aquí hemos destacado su relación con el
sentido anímico al que se denomina la flor de loto de doce pétalos.
Nuevamente, es la enseñanza oculta la que puede dar instrucciones especiales
para que madure esta flor de loto, pero también en este caso la evolución de
su forma regular depende del desarrollo de las cualidades enumeradas.
Si no se pone el debido cuidado, dicho órgano se convierte en una caricatura
de lo que debe ser. En este caso, de adquirir cierto don de clarividencia,
las cualidades mencionadas podrían tomar un giro hacia el mal en vez de
hacia el bien; el hombre podría tornarse particularmente intolerante,
irresoluto, negativo hacia sus semejantes; podría, por ejemplo, tornarse
sensible respecto al modo de pensar de otras almas y, a raíz de ello,
rehuirlas u odiarlas. Podría suceder que, a causa del frío anímico que le
embarga al escuchar opiniones contrarias, no fuera capaz de prestar atención
a lo que le dicen, o adopte una actitud de rechazo.
Si a cuanto hemos dicho se añade la observancia de ciertas instrucciones,
que el discípulo sólo puede recibir por comunicación personal con el
iniciado, se adelantará el desenvolvimiento de la flor de loto. Bastan, sin
embargo, las instrucciones aquí transmitidas para introducir al discípulo en
la verdadera enseñanza oculta. El vivir con arreglo a estas indicaciones,
será útil incluso para aquel que no desee o no pueda someterse a la
enseñanza oculta, puesto que el efecto sobre el organismo anímico se
producirá de todos modos, aunque sea lentamente.
Para el discípulo, es indispensable la observancia de estos principios. Si
él intentara buscar la enseñanza oculta sin atenerse a ellos, sólo podría
entrar en los mundos superiores con visión deficiente en sus pensamientos y,
en vez de conocer la verdad, estaría sujeto a engaños e ilusiones. Aunque
clarividente en cierto sentido, recaería realmente en mayor ceguera. Antes,
siquiera podía sentirse seguro y, en cierto modo, firme en el mundo de los
sentidos; ahora, ve lo que está tras este mundo y se desorienta en él antes
de poner pie firme en el mundo superior. Corre el peligro de no poder
discernir entre la verdad y el error y pierde toda orientación en la vida.
Por esta razón es particularmente necesario tener paciencia en estas cosas.
Siempre hay que tener presente que la ciencia espiritual no puede ir más
lejos en sus instrucciones sino en la medida en que exista el firme
propósito de buscar el normal desarrollo de las "flores de loto". Si se
alcanzara su madurez antes de que hubieran adquirido gradualmente la forma
que les corresponde, se formarían verdaderas caricaturas de estas flores.
Las instrucciones especiales de la ciencia espiritual propician la madurez
de esas flores, en tanto que su forma les es dada por el modo de vivir
arriba descrito.
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