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GILGAMÉS Y EL ÁRBOL DE LA VIDA
Aceptar la condición de mortales


LA EPOPEYA BABILONIA DE GILGAMÉS ES UNA LARGA HISTORIA DE HACE CUATRO MIL AÑOS QUE DESCRIBE LAS AVENTURAS DEL PPIMERO DE LOS GRANDES HÉROES MÍTICOS. GILGAMÉS, AL, IGUAL QUE SUS HOMÓLOGOS POSTERIORES, REPRESENTA UNA IMAGEN DEL ASPECTO HEROICO DE CADA UNO DE NOSOTROS, ESFORZÁNDOSE POR LLEGAR A SER UN INDIVIDUO, ENTRANDO EN LA BATALLA DE LA VIDA Y DEFENDIENDO UN LUGAR EN EL MUNDO. LA PARTE DEL RELATO QUE NOS CONCIERNE AQUÍ DESCRIBE EL MODO
EN QUE GILGAMÉS DECIDIÓ SER INMORTAL, Y PARTIÓ EN BUSCA DEL ÁRBOL DE LA INMORTALIDAD BAJO EL MAR, ESTA DE MÁS DECIR QUE APRENDIÓ LO QUE TODOS TENEMOS QUE APRENDER, TARDE O TEMPRANO, A MEDIDA QUE NUESTRAS ESPERANZAS Y ASPIRACIONES JUVENILES CHOCAN CON LA REALIDAD DE LA VIDA EN ESTE MUNDO TERRENAL.


El joven Gilgamés y su amigo Enkidu libraron muchas duras batallas contra monstruos y demonios, y siempre regresaron victoriosos. Pero Enkidu incurrió en la ira de la gran diosa Ishtar, y esta persuadió a los demás dioses de que Enkidu debería morir. Cuando Gilgamés descubrió la muerte inesperada e injusta del más bravo y amado de sus camaradas, se lamentó profundamente. Lloró no solo por haber perdido a un amigo, sino también porque la muerte de Enkidu le recordó que él también era mortal y tendría que morir algún día.

Como era un héroe, Gilgamés no podía quedarse sentado preocupado por el destino último de toda la humanidad. Decidió continuar en busca de la inmortalidad. Sabía que su antepasado Utnapishtim, el sobreviviente de la Gran Inundación enviada por los dioses para castigar a la humanidad, era la única criatura de la tierra que había logrado la inmortalidad. Estaba determinado a encontrar a este hombre y aprender de él los secretos de la vida y de la muerte.

Al comienzo de su viaje, arribó al pie de una gran cadena de montañas, guardada por el hombre escorpión y su esposa. El hombre escorpión le dijo a Gilgamés que ningún mortal había cruzado nunca las montañas, ni había superado los peligros que ellas encerraban. Pero Gilgamés le contó el propósito de su búsqueda, y el hombre escorpión, lleno de admiración, dejó pasar al héroe. Este viajó doce leguas en medio de la oscuridad y, finalmente, llegó a la morada del dios sol. Este advirtió al héroe de que su búsqueda era en vano; pero Gilgamés no se sintió disuadido y continuó en su camino.

Por último, arribó a la orilla del mar de las aguas de la muerte. Allí encontró a un guardián, una mujer con un jarro de cerveza que, lo mismo que el hombre escorpión y el dios sol, se esforzó por disuadirlo de la búsqueda. La mujer de la cerveza le recordó que la vida era para disfrutarla:

Gilgamés, ¿adonde te diriges?
No hallarás lo que buscas.
Cuando los dioses crearon a los seres humanos,
le asignaron la muerte a los mortales,
reteniendo el secreto de la vida en sus manos.
Llena tu vientre, Gilgamés,
Y haz una fiesta de regocijo cada día.
Día y noche, baila y juega.
Báñate, y hazle caso al niño que se coge a tu mano,
y deja que tu esposa se deleite en ti.
Pues esta es la tarea de la humanidad.


Pero Gilgamés no podía olvidarse de Enkidu ni de su propio e inevitable fin. Continuó hasta el final de su peligroso viaje. En la playa encontró al anciano barquero que había sido el conductor del barco de Utnapishtim, cuando la Gran Inundación destruyó la mayor parte de la tierra, y le ordenó al anciano que lo llevara a través de las aguas de la muerte. Pero el barquero le dijo que se hiciese un barco y que no tocara nunca ni una gota de las aguas de la muerte mientras remara a través del mar. Gilgamés hizo todo cuanto le había recomendado y, finalmente, llegó a una isla en donde moraba el superviviente de la Gran Inundación.

Pero Utnapishtim se limitó a repetir al héroe todo cuanto le habían dicho todos los demás: los dioses se habían reservado la inmortalidad para ellos y habían convenido que la muerte le fuera asignada a la humanidad. Gilgamés, abandonando por fin toda esperanza, se preparó para partir. Pero Utnapishtim se apiadó de él y le habló de un Árbol secreto que crecía en el fondo del mar y que tenía el poder de hacer nuevamente jóvenes a los viejos. Gilgamés se fue remando hasta el medio del mar, se sumergió en las aguas de la muerte y encontró el Árbol, llevándose consigo una rama hasta el bote. Cruzó a salvo hasta la orilla otra vez y comenzó el viaje de regreso a casa con su tesoro oculto en un saco. Durante el viaje de vuelta se detuvo cerca de una laguna para bañarse y cambiarse la ropa. Pero una serpiente que se arrastraba por allí cerca olió el perfume celestial del Árbol de la Inmortalidad, cogió la rama y se comió las hojas. Esta es la razón por la que la serpiente puede renovarse deshaciéndose de la piel.

Gilgamés, el héroe, arrodillado a la orilla de la laguna, se llevó las manos a la cara y lloró. Ahora comprendió que lo que le habían dicho era verdad: incluso el más poderoso y valiente de los héroes es humano y tiene que aprender a vivir con alegría tanto el momento presente como aceptar el fin inevitable.


COMENTARIO.

Este relato no necesita interpretación; su mensaje es claro y su importancia no es menor hoy que hace cuatro mil años. Gilgamés, el joven héroe que ya había logrado muchas conquistas, se enfrenta cara a cara con una manifestación característica de la injusticia de la vida. Pierde a su amigo, y la única explicación que obtiene es que era la voluntad de los dioses. Así es como todos, tarde o temprano, descubrimos la primera percepción del rostro cruel de la vida, a través de la pérdida de un ser querido. Con frecuencia es uno de los padres o un abuelo muy amado, pero también puede ser un compañero de estudios o un colega del trabajo quien fallece. O puede que no sea la muerte la que nos hace recordar el destino de la humanidad; puede ser el conocimiento de las dificultades en que tantas personas viven, una confrontación con la propia enfermedad, o circunstancias difíciles que alteran nuestra vida y nos destrozan los planes y los sueños.

Gilgamés, al igual que la parte joven de todos nosotros, rehúsa, al principio, aceptar su destino. Después de todo, él es especial; es un héroe; ha vencido a monstruos y está dejando su impronta en el mundo. Cuando oímos hablar de los infortunios de los demás, casi todos nos decimos: «¡Qué triste, pero eso no me va a suceder a mil» La persecución de nuestro destino en la juventud está llena de confianza y de un profundo sentido de singularidad. Este es uno de los grandes dones de la primera mitad de la vida y, si somos afortunados, puede que lo conservemos también —quizá en formas más sutiles, más moderadas— durante el resto de la vida. Pero esta creencia firme en la propia capacidad de vencer cualquier cosa chocará algún día con la realidad. Gilgamés recibió la advertencia de los dos guardianes, y la de su antepasado Utnapishtim, respecto a que la inmortalidad está reservada solo a los dioses. Ignora su buen consejo y, con gran riesgo, roba una rama del Árbol de la Inmortalidad. La historia de Gilgamés es más antigua que el Génesis, y el héroe babilónico no es castigado por los dioses como lo fueron Adán y Eva. Es la misma Naturaleza, en forma de serpiente, quien le deja con suavidad el mensaje. Existe una paradoja profunda oculta en este antiguo relato. Nosotros, lo mismo que Gilgamés, necesitamos desafiar a la vida cuando somos jóvenes, y probar nuestra fuerza contra los límites de la vida. Y, al igual que Gilgamés, puede que ganemos a menudo y logremos nuestras metas. Demostrar cobardía en la juventud es ignorar el propósito de la vida, y tratar de evitar el conflicto aferrándonos a la niñez es evitar nuestro destino final como seres humanos. Pero, si bien es correcto que el joven desafíe la injusticia de la vida y ponga a prueba lo que parece ser el destino, puede que se nos recuerde, al final, que existen ciertos límites que no podemos atravesar. Cualquiera que sea nuestra convicción religiosa o espiritual, y aun cuando llamemos a esos limites la voluntad de Dios, las limitaciones humanas, o simplemente «el modo de ser de la vida», no podemos creer que somos algo más que humanos. Debemos aceptar el dolor así como aceptamos el gozo, y el fracaso igual que el éxito.

Algunos creen que el Árbol que renueva la vida y transforma la vejez en juventud puede crecer en cada clínica de salud o de cirugía cosmética, y muchos tienden, al llegar a los treinta, a tratar de buscar modos de prolongar la juventud. Quizá eso vaya bien y sea adecuado. Pero el descubrimiento de Gilgamés se relaciona con el gran momento decisivo de la llegada a la madurez. La persona que es capaz de reconocer sus potenciales y de asumir los desafíos de la vida es, por supuesto, heroica, y todos tenemos esa capacidad, dentro de los límites de nuestros dones y personalidades individuales. El joven o la joven que puede hacer esto —aunque recuerde también que los límites son para respetarlos y que la vida es una escuela que nos enseña a ser consciente y obrar apropiadamente— se ha convertido en un verdadero adulto.

 

 

 

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