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Hera
y Hefesto. El patito feo.
LA HISTORIA DE HERA Y HEFESTO ES OTRO RELATO SOBRE LAS EXPECTATIVAS
PATERNAS. EN ESTE CASO LO QUE SE ESPERA NO ES LA INMORTALIDAD DEL NIÑO, SINO
LA BELLEZA FÍSICA DIGNA DE UN PERSONAJE DEL OLIMPO. A DIFERENCIA DE MUCHAS
HISTORIAS DE DIOSES, ESTA TIENE UN FINAL FELIZ. HEFESTO TERMINA SIENDO
RECONOCIDO POR SU GRAN TALENTO Y SE LE OTORGA UN LUGAR DE HONOR EN LA
FAMILIA. PERO DEBE SUFRIR PARA GANARSE SU PUESTO, Y SU SUFRIMIENTO ES
INJUSTO.
Zeus
y Hera, rey y reina del Olimpo, concibieron su hijo Hefesto antes de
casarse, en un rapto de pasión. Desgraciadamente, este hijo nació
contrahecho. Tenía los pies torcidos, y su aspecto vacilante y caderas
dislocadas suscitaba la risa incontenible de todos los inmortales cuando
caminaba entre ellos.
Hera, avergonzada de que a pesar de toda su belleza y esplendor hubiera dado
vida a semejante criatura imperfecta, trató de librarse de ella. Arrojó a su
hijo al mar desde las alturas del Olimpo, de donde fue recogido por Tetis,
la diosa de las aguas.
El niño permaneció durante nueve años escondido bajo las aguas. Pero las
dotes de Hefesto eran tan grandes como su fealdad, y pasó el tiempo forjando
un millar de objetos ingeniosos para sus amigas las ninfas marinas. Es de
comprender que también se sintiera furioso por el trato recibido y, a medida
que iba desarrollando fortaleza de cuerpo y mente, planeó una venganza
astuta.
Cierto día Hera recibió un regalo de su hijo ausente: un exquisito trono de
oro, bellamente trabajado y decorado. Se sentó en él con deleite, pero
cuando intentó levantarse, unas correas invisibles la detuvieron de repente.
En vano intentaron liberarla del trono otros dioses. Tan solo Hefesto era
capaz de ayudarle a soltarse, pero este se negó a abandonar las
profundidades del océano.
El dios de la guerra, Ares, que era su irascible hermano, trató de
levantarla por la fuerza, pero Hefesto le lanzó hierros de marcar
incandescentes. Dioniso, medio hermano de Hefesto y dios del vino, tuvo más
éxito: hizo que Hefesto se emborrachara, lo tendió sobre el lomo de una muía
y lo llevó al Olimpo.
Pero Hefesto siguió negándose a cooperar a menos que se atendiera a sus
demandas. Pidió por esposa a la más bella de las diosas, Afrodita. Desde
entonces reinó la paz entre Hera y su hijo. Olvidando su antiguo rencor,
Hefesto arriesgó su vida tratando de defender a su madre cuando Zeus le
estaba pegando. Irritado, Zeus cogió a su hijo por un pie y lo arrojó de la
corte celestial. Pero Hefesto logró volver al Olimpo nuevamente e hizo las
paces con su padre, y desde entonces Hefesto representó para siempre entre
los inmortales el papel de pacificador.
COMENTARIO:
Este relato nos habla de cómo solemos desear que nuestros hijos sean un
reflejo nuestro, y no lo que realmente son. ¿Cuántos padres, de aspecto
físico atractivo, desean que sus hijos o hijas sean igualmente bellos y
reflejen su mayor gloria? O, tal vez, deseamos que nuestros hijos puedan
desarrollar un talento que nosotros mismos no poseemos, o que sean capaces
de llevar adelante algún negocio familiar. Sin importar lo que seamos o lo
que nos gustaría, ser, esperamos que nuestros hijos sean extensiones
nuestras, y podemos dañarlos antes de que descubramos su verdadero valor.
Esta narración es compleja y hay en ella muchos motivos sutiles. Hefesto,
despreciado y mal recibido, encuentra amistad y apoyo entre los dioses del
mar, quienes lo aceptan en su reino submarino. Con frecuencia, un niño que
no es apreciado en el seno familiar puede tener la fortuna, de encontrarse
con un abuelo, tío o maestro comprensivo que lo aliente a desarrollar sus
habilidades.
Y no debe sorprendernos si descubrimos que el hijo en el que colocamos
expectativas injustas, nos muestra resentimiento e ira. La venganza de
Hefesto es ingeniosa. No desea destruir a su madre; lo que desea es ser
acogido por ella. Para lograrlo, le juega la pasada de mantenerla sujeta.
¿Cuál es esta atadura de la que ningún dios puede librarla ? Si bien Hera ha
sido dura y poco acogedora, no es inmune a los sentimientos de obligación
hacia su hijo. No es mala; es simplemente vana y egocéntrica, al igual que,
con frecuencia, lo son los seres humanos. Hefesto le hace recordar la
indestructible deuda que significa ser padres, que, en términos humanos, se
experimenta como un sentimiento de culpa. Cuando experimentamos culpa hacia
nuestros hijos, podemos sentir en lo profundo que hemos sido culpables de
fallar en reconocer la identidad y los valores nales del niño. Sólo podremos
librarnos cuando nos volvamos conscientes de cómo hemos tratado a quienes
decimos amar y podamos ofrecerles aceptación en lugar de imponerles
expectativas.
La naturaleza compasiva de Hefesto también nos señala algo respecto a que el
poder del amor es capaz de superar los conflictos y heridas familiares. Los
niños pueden perdonar a sus padres por múltiples actos tanto de omisión como
de acciones, si comprenden que esos actos fueron cometidos sin intención, y
si perciben que existe algun vislumbre de remordimiento y comprensión. Una
disculpa auténtica reduce la distancia que media hasta la curación de las
heridas.
Esta historia nos enseña que las heridas de la niñez no son irrevocables, y
nos anima a buscar el verdadero valor de aquellos a quienes amamos, incluso
si no satisfacen la imagen de lo que deseamos y esperamos de ellos.
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