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EDUCACIÓN,
INFORMACIÓN Y EXPERIMENTACIÓN SEXUAL DE LOS ADOLESCENTES
Ya lo advertía Jean-Jacques Rousseau en 1762, cuando publicó la
revolucionaria obra pedagógica Emilio o de la educación, criticando
duramente a los padres que se despreocupaban de la educación sexual de sus
hijos, alegando que "es secreto de gente casada"; porque, según él, quien
recibe semejante respuesta, "molesto por el tono despreciativo, no se dará
punto de reposo hasta haber descubierto el secreto de la gente casada".
Para entender la actitud sexual de un joven debemos tener un planteamiento
sistémico de la educación sexual. Así, por ejemplo, consideremos la actitud
negativa hacia la sexualidad de una persona determinada. Esta actitud se
genera en un sistema compuesto por la familia, la escuela y la sociedad.
Para empezar, la familia, que acostumbra a ser erotofóbica (es decir, con
rechazo hacia el conjunto de tendencias e impulsos sexuales de sus
miembros), transmite al hijo una actitud sexual negativa. En ello es
secundada por la escuela, que también acostumbra a ser erotofóbica, actuando
por omisión, por ambigüedad o por miedo. Y nos queda la sociedad, que en
este caso sí que es erotofílica, por la instrumentalización que hace del
sexo con fines de sometimiento y comerciales y, en consecuencia, también
emite una actitud sexual adulterada. Y así ya tenemos completado el circuito
sistémico.
Nadie niega hoy día la necesidad de la educación sexual. Pero el modo de
entenderla depende de la idea antropológica que cada uno tenga . No es lo
mismo, por ejemplo, una educación sexual libertaria y humanista, que la que
se imparte dentro de otros contextos.
Una relación sexual moral debe respetar las siguientes cinco
características:
1. consensual
2. Sin explotación (o sea que un miembro de la pareja no tenga poder sobre
el otro).
3. Honesta.
4. Placentera para los dos.
5. Protegida (de embarazo no deseado y de enfermedades de transmisión
sexual).
Si se tiene en cuenta la aplicación de estas normas, es de total evidencia
que los adolescentes tempranos y medios (es decir, desde los 10 a los 16
años, aproximadamente) no poseen la madurez suficiente para mantener
relaciones eróticas que incluyan el coito (si bien ciertamente están en
condiciones de experimentar pasión e intercambiar miradas, besos y
caricias). De hecho, la mayoría de ellos no han tenido relaciones sexuales y
en muchos casos, cuando han tenido, han sido el resultado de presiones de
una persona varios años mayor, de falta de control y de alteraciones en la
familia.
En todos los casos de relación interpersonal la comunicación es esencial;
las parejas de adolescentes tardíos (de 17 a 19 años) y jóvenes adultos
deben hablar claramente de sus valores espirituales y de los límites
eróticos que desean establecer en su relación. Es fundamental que los
jóvenes aprendan a respetar lo que gusta o no gusta a su pareja.
Cuando se informa sobre sexualidad, tanto en el hogar como en la escuela o
en los medios de comunicación social, es necesario evitar banalizarla o
trivializarla, descolgándola del contexto general de la afectividad que debe
impregnar esta sublime actividad de relación entre los humanos. No hay que
reducirla ni a un simple proceso biológico ni a una mera enumeración de
posibilidades anticonceptivas. Esto deben saberlo los adolescentes (y ser
parte de nuestro diálogo con ellos), además de estar informados puntualmente
de los métodos y técnicas de contracepción y de prevención de las
enfermedades de transmisión sexual.
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