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FIESTAS NOCTURNAS
Aparte de las fiestas institucionalizadas (Nochevieja, carnavales, etc.),
cualquier motivo es bueno para reunirse unos cuantos jóvenes y armar una
buena juerga entre semana: cumpleaños, santo, mitad de curso, final de
curso, despedida de soltero, inicio del servicio militar, conciertos, etc.,
amén de los obligados fines de semana, que a menudo empiezan en la noche del
jueves... A juntarse la pandilla y a desinhibirse lo más posible con el
efecto sinérgico de la noche, el alcohol, el tabaco, el ruido, la velocidad
y, en último término (aunque para algunos es el primero), las drogas más
duras. Luego, ya vendrá el domingo -secular día instaurado para el descanso-
para sacudirse las resacas acumuladas y reparar el cuerpo en lo posible (el
espíritu no tanto) para iniciar el aburrido lunes sin dar un traspiés.
Fue el genial humorista Forges -el madrileño Antonio Fraguas- quien comparó
las noches del fin de semana con una especie de reserva india para los
jóvenes, bien acotada y delimitada, que la sociedad (que no sabe dónde
ubicarles durante el día, aparte de tenerles entretenidos estudiando) les
concede, magnánimamente, para que puedan campar a sus anchas, con una
permisividad y relajación de las costumbres, que las autoridades, hasta
cierto punto, permiten condescendientes.
El problema está en la tendencia actual que parece conceder a los jóvenes un
exceso de holganza. Tanto es así que se pone en peligro la posibilidad de
recuperarse en el tramo opuesto de la responsabilidad. Los jóvenes parecen
necesitar dosis cada vez mayores de jolgorio. El aspecto más llamativo quizá
sea el de las noches enteras de continuas libaciones, con la única finalidad
de beber para emborracharse y lo más rápidamente posible. Y la mezcla se
hace explosiva cuando se añade la afición a la velocidad, el culto al ruido
y el consumo de otras drogas sintéticas más efectivas para "colocarse"
(todos sabemos del reguero de víctimas juveniles que dejan los fines de
semana).
Hay quien ve en estas tumultuosas juergas nocturnas una manera abierta y
desafiante de enfrentarse los adolescentes al mundo "ordenado" de los
adultos y de modo simbólico a sus padres. Un claro enfrentamiento al mundo
productivo, tanto en términos económicos como -su equivalente psicológico-
en la actitud de esfuerzo, sacrificio y exigencia a uno mismo. Primando el
otro polo de la estructura social: el consumo. Es decir, el lado del placer,
la satisfacción inmediata, el dinero fácil, el gasto, el ocio...
¡A divertirse, que son tres días! Realmente nuestros jóvenes están viviendo
un momento histórico excepcional: los años de la adolescencia se alargan y
los de la juventud también. Pero este alargamiento significa, asimismo, una
mayor dependencia económica de los padres más allá de lo que aconseja la
experiencia. Y la consecuencia natural de esta situación es un agudo
sentimiento de inferioridad en los adolescentes, que se manifiesta en la
dificultad de encontrar un primer trabajo, en la de establecer una relación
amorosa comprometida (y, luego, de tener el primer hijo). En pocas palabras:
el paso al estado adulto se ve cada vez más lejano.
Bajo esta óptica, la desmesurada afición a las juergas nocturnas de muchos
adolescentes no puede contemplarse como un indicio de vitalismo juvenil sino
como una huida (si se quiere, "hacia delante", pero huida, al fin y al
cabo). Otra cosa, bien distinta, son las juergas, aisladas y puntuales, que
a todos nos alegran el cuerpo y el espíritu. |
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