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MEDIDAS PARA LA EXTINCIÓN DE LA VIOLENCIA
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Prevención individual; en cada caso, ver cuáles son las actividades del joven,
los símbolos que utiliza, si posee, navajas, bates de béisbol, fanzines...
Precisamos una policía que prevenga. Los estadios de fútbol y otras
concentraciones sirven para identificar a jóvenes con actitudes y vestimentas
violentas. No se puede consentir que se subvencionen los viajes de Ultra-sur,
etc., que se sienten héroes al llegar a ciudades e ir custodiados por policías.
• La
sanción: Respecto a la institución judicial, la justicia de Menores avanza con
paso dubitativo, porque no acaba de tener claro si ha de ser sancionadora,
rehabilitadora o protectora. Esta duda permanente es fiel reflejo de la
dicotomía social. Ha de aprovechar el contacto con la infancia para conseguir de
ésta un mayor respeto y valoración, mediante la participación activa en cuanto
le afecte. Y ello desde un criterio científico que atienda a todas sus
circunstancias, familiares, sociales y personales (historia vivida,
motivaciones, intereses...). Una intervención que sea inmediata a los hechos que
se imputen y mínima dentro de lo posible, garantista, individual, basada en
principios mediadores. Donde primen las medidas alternativas, se implique la
comunidad y se repare a la víctima (como acudir durante un tiempo por las tardes
a un centro de Educación Especial a enseñar y ayudar a un deficiente mental, o
colaborar en tareas sociales como la limpieza de los vagones del metro manchados
con grafittis o la de parques, en todos los casos, tras haber pedido perdón a la
víctima). ¿Qué ocurre con las bandas? ¿No es verdad que es muy difícil castigar
la violencia ejercida por estos individuos, porque no se aclaran
responsabilidades penales? ¿Qué hacer? ¿Se castiga «solidariamente» a todos? Lo
que es perverso e inadmisible es que hechos terroríficos queden sin sanción, por
que hace que la ciudadanía se siente indefensa.
La
rehabilitación: conlleva una respuesta individual de modificación de las
conductas violentas, mediante la asunción de culpabilidad, de responsabilidad y
de intención de evitarlas; precisa de un cambio cognitivo, de percepción, de
«autolocalización». Por ende, son los profesionales en ese campo quienes han de
intervenir para que la sanción no se quede en mera-mente vindicativa, sino que
también sea efectiva; por respeto a la víctima, como prevención de riesgos a
posibles futuros afectados y como medio de recuperar socialmente al agresor. Con
esta filosofía, mucho más eficaz, se podría ir desjudicializando y
desinstitucionalizando a la par que se incrementaría el peso de la acción
educativa-comunitaria. Debemos entender y creer que las soluciones con los
adolescentes vienen de mano de la respuesta social, no de la punitiva penal.
Tenemos que desarrollar la sanción reparadora, implicando al entorno. El trabajo
en beneficio de la comunidad es una alternativa a un Código Penal que debe
utilizarse como última respuesta. Muchas veces se fracasa clamorosamente y es un
fracaso institucional, pues niños que tienen expediente de protección acaban en
uno de reforma, mostrándose a las claras la incapacidad para romper la profecía
autocumplida que desde muy temprano aseguró que eran «carne de cañón». Todos,
sin excepción, con mayor o menor responsabilidad, debemos implicarnos en este
tipo de problemas, que no son individuales aunque hablemos de temas tan
particulares como las agresiones o robos dentro de la casa, o la fuga de la
misma. O de otros que se refieren a jóvenes a los que se etiqueta de «ilegales»,
provenientes del norte de África o países extranjeros, sin vínculos, sin
horizontes. No juzguemos conductas, sino sus causas, y tratemos, sobre todo, de
buscar soluciones.
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