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El Mokele-Mbembé: Un Misterio Africano.
Nessie
no está solo. En regiones remotas a inaccesibles de África quedan
dinosaurios vivos, si damos crédito a testimonios de nativos y
expedicionarios que han descrito animales semejantes a los grandes saurios
que se suponían desaparecidos.
¿Quedan dinosaurios vivos en la actualidad? Esta pregunta, que en un
principio puede parecer absurda, no lo es tanto si hacemos caso de los
testimonios provenientes de algunos de los más remotos e inaccesibles
pantanos del África ecuatorial o de las diferentes zonas lacustres del
globo. Estas narraciones hablan de la presencia de un extraño animal de gran
tamaño, tronco voluminoso, patas corpulentas, pequeña cabeza, cola grande y
musculosa y un largo cuello. Tal descripción, que parece extraída de un
libro de paleontología, coincide con la de un tipo de animales que se creía
extinguido desde hace 65 millones de años: los dinosaurios. Estos
testimonios, surgidos no sólo de nativos sino de científicos y exploradores
europeos que han tenido la ocasión de contemplarlos, hacen suponer que los
grandes saurios no están completamente extinguidos.
El
«Mokele-Mbembé»
El
escritor y naturalista inglés Ivan T. Sanderson pudo ver en 1932 a esta
criatura en una de sus expediciones por la pantanosa zona del río Mainyu, en
el África ecuatorial occidental. Se encontraba navegando junto con sus
compañeros en una zona inexplorada de este río, cuando de una cueva cercana
surgió un ruido ensordecedor y, según relata él mismo, «vimos cómo algo
enorme se levantó frente a nosotros, convirtiendo el agua en espuma». La
visión duró apenas unos instantes, pero fue un tiempo suficiente para que
pudiesen apreciar que lo que se había levantado del agua era «la cabeza
negra de un animal semejante a una enorme foca, aunque mucho más ancha que
larga». Si bien el tamaño de esta cabeza -única parte del animal que
pudieron contemplar- era del mismo tamaño que la de un hipopótamo adulto, la
forma de la misma no tenía ningún parecido con la de este mamífero.

El Mokele-Mbembé, llamado por los pigmeos "El que detiene
ríos".
Tras
esta visión, las dos piraguas que formaban parte de la expedición se
alejaron lo más rápido posible mientras los indígenas no cesaban de gritar
aterrados: «Mokele-Mbembé». Hablando más tarde con los nativos de la zona,
todos coincidieron en que en esos parajes vive un terrible animal, el
Mokele; un ser que pese a ser vegetariano -se alimenta de lianas- es un
terrible enemigo de hipopótamos y cocodrilos que evitan pasar por la zona
donde habita esta temible bestia.
La existencia de este extraño animal en las regiones pantanosas del corazón
de África es casi como un secreto a voces. Voces que dan los indígenas, para
los que su existencia está fuera de toda duda, y también los pocos
occidentales que han podido ver a este excepcional animal, que podría ser
una reliquia del pasado.

Roy Mackal (en el centro) navega por el río Oubangui en busca
del «Mokele-Mbembé».
Para
conocer si hay algo de verdad en los relatos de nativos y exploradores, se
han realizado multitud de expediciones a las zonas donde se han producido la
mayoría de los testimonios. En 1982, el doctor Roy Mackal, de la Universidad
de Chicago, organizó una exploración de la zona norte del lago Likusia, en
la República Popular del Congo. Desde esta región pantanosa habían llegado
multitud de noticias sobre este animal desconocido por la ciencia. Durante
varias semanas, el grupo de científicos recorrió esta extensa zona apenas
hollada por el hombre blanco recogiendo decenas de testimonios de los
nativos. Finalmente los científicos encontraron las huellas de un animal
desconocido pero de tamaño superior, sin duda, al de un elefante.
Otra expedición, en esta ocasión de científicos de la universidad de
Brazzaville: repitió pocos meses después el intento de encontrar esa bestia
misteriosa que se dice habita en las apartadas marismas. En esta ocasión,
los científicos tuvieron más suerte. El biólogo Marcellín Agnagna y su
equipo se encontraron frente a frente con ese animal. Se trataba de una
especie con aspecto distinto a cualquier otra conocida hoy día, y con una
morfología muy similar a la de un gran dinosaurio saurópodo, que, como si
proviniese de una máquina del tiempo, parecía surgido del Mesozoico, período
del secundario en que los grandes saurios dominaban la Tierra.
Por desgracia, tampoco en esta ocasión fue posible obtener la prueba
definitiva para demostrar al mundo entero la existencia de este fósil
viviente, conseguir la captura de un ejemplar. La complicada orografía, el
intrincado laberinto de pantanos y ríos que se entrecruzan, es sin duda uno
de los principales garantes del anonimato de los que tal vez pueden ser los
últimos dinosaurios sobre nuestro planeta. Otras expediciones que se han
realizado a la zona, tampoco han sido jalonadas por el éxito.
Tras
el monstruo de las marismas
Una
de las últimas exploraciones la realizó un equipo de once japoneses, entre
marzo y abril de 1988, algunos de los cuales habían participado con
anterioridad en otros viajes a la zona. Las marismas del lago Telle, en la
misma región de Likuala, fue el terreno elegido para realizar la expedición;
numerosos lugareños habían testificado sobre su contacto directo con el
monstruo. Uno de ellos afirmó haberlo visto entrar en el lago apenas un mes
antes, y otro, un cazador de elefantes llamado Inmanuel Mongoumelo, dice que
lo vio en los ríos Sanga y Bai, que están conectados con el lago Telle.
Incluso varios de los ancianos de la aldea recuerdan que, a principios de
siglo, una de estas criaturas fue cazada por los pigmeos de la cercana zona
de Oumé. Los expedicionarios sólo pudieron ver en una ocasión, un gran
objeto negro flotando en el centro del lago, pero la niebla les impidió
observar más detalles.

Fotografía tomada en 1996. Según su autor, Bob Teeney, paseaba con un amigo
cerca del lago Howwick Falls, cuando ante ellos se presentó; este
extrañísimo saurio. El autor, que cree pueda tratarse del mítico
Mokele-Mbembé.
La sospecha de que en algunas apartadas zonas del continente africano hay un
extraño y enorme animal de costumbres anfibias no es algo reciente. Uno de
los grandes exploradores y cazadores del pasado siglo, Alfred Aloysius Horn,
pudo ver personalmente las pisadas de un desconocido animal que los
indígenas del Camerún llamaban «Jagonini», que quiere decir «el
buceador gigante». "Las huellas de la bestia eran del tamaño de unas
grandes sartenes, pero con tres enormes garras", cuenta este traficante
y cazador, que recogió abundantes testimonios entre los nativos sobre la
fiereza de la bestia.
Años más tarde, en 1913, el capitán de las fuerzas coloniales alemanas en
Camerún, el barón von Stein zu Lausnitz, realizó una completa investigación
sobre las riquezas minerales y naturales de este territorio que estaba
administrado por el Imperio Alemán. Unos párrafos de su trabajo, hablan de
que «existe al parecer, una criatura que causa el terror entre los negros de
determinadas zonas del Congo, del bajo Ubangui, del Sanga y del lkelemba, al
que se le da el nombre genérico de «Mokele-Mbembé». Según diversos
relatos provenientes de guías experimentados, el animal es de color oscuro,
piel lisa y tamaño cercano al de un elefante. Su cuello es largo y flexible
y cuenta con una cola de gran poder».
El
informe del meticuloso militar alemán explica que, «los rumores señalan que
emplea la cola para hacer zozobrar las canoas que caen bajo su radio de
acción, para a continuación matar con saña a sus ocupantes, pero sin llegar
a devorarlos. Se asegura que el animal vive en las oquedades y cavernas que
forma la arcilla en las márgenes del río. Unos nativos incluso me han
enseñado el alimento predilecto de este monstruo, una liana con grandes
flores blancas que da una savia lechosa y que tiene unos frutos parecidos a
las manzanas». Incluso en una ocasión el barón von Stein pudo ver el sendero
que había trazado el animal.

El
fruto de la «Landolphia» es el alimento principal del «Mokele Mbembé».
El
«Shimpekwe», Mitad Elefante Y Mitad Dragón
De
otras zonas del corazón del Continente Negro llegan más testimonios que
hablan de la presencia de un extraño y desconocido animal. El nombre que se
le da cambia, pero la descripción es, en esencia, similar. En 1910, un
traficante de animales salvajes, Karl Hagenbeek, recibió por varios caminos
la noticia de la existencia de un gran animal desconocido, el «Shimpekwe»,
una bestia «mitad elefante y mitad dragón», que habitaba en la región sur
del Congo Belga y el norte de Rhodesia (la actual Zimbawe). Tan convencido
estaba de que se trataba de un dinosaurio, «posiblemente relacionado con los
brontosauros», que organizó una expedición hacia la zona del lago Bangweolo,
a unos 260 kilómetros al este de Elizabethville, la actual Lubumbashi.
Lamentablemente esta expedición fracasó; ni siquiera logró encontrar el
lago.

Sin
embargo, un colono y escritor inglés, J.E. Hughes, vivió 18 años a orillas
del Bangweolo y pudo realizar una detallada encuesta entre los nativos de la
zona, recogiendo multitud de testimonios sobre este animal, que ellos llaman
«Chipekwe». Uno de los más destacados es la narración del jefe de la
tribu de los Wa-ushi, cuyo abuelo fue testigo presencial de la caza de una
de estas bestias en las aguas del río Luapula, que une los lagos Bangweolo y
Mweru, en la zona fronteriza de los actuales estados de Zaire y Zambia. Este
colono inglés cuenta que el funcionario británico retirado, M.H. Croad, se
despertó una noche por un gran ruido de chapoteo y que, al revisar intrigado
los contornos, encontró sobre la arena unas enormes huellas totalmente
desconocidas.
John Millais, un naturalista inglés que durante los años veinte exploró
amplias regiones del continente africano, escribió un amplio informe sobre
el extraño animal del que se hablaba en el país de los Ba-rotses, en el
Zambezee medio (al este de la actual Zambia). Las apariciones de este
animal, al parecer un gran reptil acuático de un tamaño superior al de un
elefante, con largo cuello, cabeza parecida a la de una serpiente y patas de
lagarto, que los indígenas llamaban «Isigugumadevu», intrigaron
vivamente al rey Lewanika, que investigó los testimonios de sus súbditos y
envió un amplio informe al Residente británico en Zululandia, el coronel
Hardinge, en el que le relataba que él mismo había podido ver el sendero
formado por esta bestia entre los cañaverales, un rastro que tendría un
grosor de un metro y medio. Los habitantes de las zonas pantanosas de Zaire
llaman «Mbilintu» a este extraño animal que habita en las ciénagas y
tiene un tamaño comparable al de un elefante.
El
«León de las Aguas»
Angola es otra de las zonas de donde llegan testimonios de la existencia de
un monstruo acuático, el «Coje Ya Menia», un animal que emite unos
potentes rugidos que le han valido el apelativo de «León de las Aguas».
Según los nativos, este animal es un enemigo acérrimo de los hipopótamos, a
los que mata en cuanto tiene oportunidad. Un comerciante portugués, Pereira
da Costa, tuvo noticias durante su estancia en Luanda en los años treinta,
de que uno de estos monstruos había matado a un hipopótamo. El intrigado
portugués se desplazó al día siguiente a la zona donde se había producido
este suceso y pudo encontrar el cuerpo del hipopótamo, convertido en una
piltrafa, totalmente desgarrado y deshecho, pero al parecer, sin haber sido
devorado. El terreno mostraba claros indicios de que se había producido una
feroz lucha, las hierbas y la maleza estaban aplastadas y casi
arrancadas. La única pista de lo que pudo acabar con la vida del pobre
animal son las pisadas de otra bestia de un tamaño mucho mayor. Las huellas
eran, sin duda, similares a las de un elefante. Sin embargo, a diferencia de
las huellas de estos paquidermos, las encontradas por Pereira da Costa
mostraban claramente las marcas producidas por unos dedos bien
diferenciados.

Las
historias sobre la presencia de este extraño animal provocaron que el
Smithsonian Institute ofreciese una recompensa de tres millones de dólares a
quien fuese capaz de capturar a ese monstruo, vivo o muerto. Una suma que
nadie pudo cobrar pese a que se organizaran varias expediciones.
Las
extrañas bestias del Nilo
En
las zonas colindantes con el lago Victoria y en los afluentes del Nilo
también hay indicios que avalan la existencia de un extraño animal, que si
bien presenta algunas diferencias con el de los pantanos del corazón de
África, su descripción también se acerca asombrosamente a la de un
dinosaurio.
Los ribereños del lago Victoria hablan de un extraño animal, el «Lukwata»
o «Amaliv». Esta bestia estuvo a punto de hacer zozobrar en el año
1900 a un pequeño vapor que se dirigía de Kimusu, en Kenia, a Entebbe, en
Uganda. Según el relato de un testigo inglés, Sir Ciement Hill, el animal
surgió de las aguas e intentó apoderarse de un indígena que se encontraba
sentado en la proa, sin llegar a conseguirlo. Sólo pudo apreciar la cabeza
del animal, que era de forma redondeada y color oscuro, lo suficiente para
descartar que se tratase de un cocodrilo. Los testimonios que hablan de la
presencia del «Lukwata» se suceden. Según los nativos de una tribu de
Uganda, los carivondos, este animal combate a menudo con los cocodrilos, y
en el transcurso de la pelea suele perder alguna parte de su anatomía, que
después es buscada afanosamente por los indígenas, que consideran que es un
eficaz amuleto. Durante estas batallas se puede escuchar el mugido de este
animal en muchos kilómetros a la redonda. Esta característica descarta que
se trate de algún tipo de serpiente, como la pitón, pues estos animales
carecen de cuerdas vocales.
La
efigie de un «Lau»
En
las fuentes del Nilo, los indígenas hablan de la existencia de una terrible
bestia, que los pueblos nuer califican como una serpiente de enorme tamaño,
cortas patas y gran ferocidad. El naturalista John Millais exploró
ampliamente las grandes marismas del valle del Nilo y se encontró que tanto
los nativos dinka como los shilluk y los propios nuer hablaban de un gran
reptil de una longitud entre los doce y los treinta metros y el grosor de un
caballo, con un color amarillo oscuro o castaño. Estos le relataron como en
algunas ocasiones habían asistido a una cacería de esta bestia.

Fotografía de una extraña serpiente marina tomada en Australia. Este podría
ser el aspecto de un «Lau».
El
gobernador británico del Sudán, H.C. Jakson, publicó en 1923 un estudio
sobre el pueblo nuer del Alto Nilo, en el que hablaba del extraño animal que
estos nativos llamaban «Lau», y que vive preferentemente en la zona
del Nilo Blanco. Según las descripciones facilitadas por los nuer, el animal
vive en agujeros cavados en las orillas de los ríos o en lugares pantanosos,
como los de Bahr el Ghazal y Addar, su tamaño supera los cuatro metros y
tiene una corta cresta de pelos en la parte alta de la cabeza. Un rasgo
común en los relatos de los indígenas es el terror que les produce este
animal, muy superior al que les provoca una pitón.
Un
dato que avala su existencia es la efigie de la cabeza de un «Lau» hecha en
madera por un artista de la tribu Iramba. El capitán William Hichens,
funcionario de los Servicios de Información y de Administración del Este
Africano, encontró y fotografió esta talla, un expresivo testimonio de la
presencia de ese extraño animal en las marismas del gran río africano.
Algunos estudiosos en Criptozoología, la ciencia que estudia la posible
existencia de animales que permanecen desconocidos, opinan que el «Lau» y el
«Lukwata» son en realidad el mismo animal. Las descripciones de estas
bestias, como grandes serpientes con unas patas rudimentarias y la
comunicación del lago Victoria con las fuentes del Nilo, avalan esta
posibilidad.
En los alrededores del gran lago Victoria vive otro extraño animal
desconocido, al que los masais llaman «Olumaina». La bestia tiene
alrededor de unos cinco metros de longitud, una cabeza parecida a la de un
perro, con unas pequeñas orejas en forma de cuernos, patas cortas armadas de
garras y un cuello pequeño. Al parecer cava zanjas en las orillas de los
ríos, en los que se esconde tan pronto como hay algún peligro, dejando sólo
la cabeza visible. Este animal ha sido visto por cazadores occidentales en
el río Mara y en el río Gori, en la zona fronteriza entre Kenia y Tanzania,
que añaden a la descripción de los masais que su cuerpo está recubierto por
escamas, como si fuera un armadillo, su lomo es ancho como un hipopótamo y
moteado como un leopardo, su cabeza se parece a la de una nutria y las
huellas que dejan sus patas son tan grandes como las de un hipopótamo, pero
con la presencia de garras como las de un reptil.
Esbozando una Teoría
La
idea de que puedan sobrevivir algunos dinosaurios aislados en las más
remotas regiones de África, puede parecer absurda para muchos, pero no lo es
tanto si se tiene en cuenta que en este continente, al igual que en otras
regiones remotas de nuestro planeta, el clima apenas es distinto en la
actualidad a como lo era hace más de sesenta millones de años. No hay que
olvidar que en nuestro planeta hay auténticos fósiles vivientes, animales
tanto o más antiguos que los grandes saurios, como los cocodrilos o el
dragón de Komodo, en el asiático archipiélago de la Sonda.
La acumulación de testimonios ha popularizado la idea de que en las regiones
pantanosas de África podría vivir un dinosaurio. Esto ha provocado que los
productores de cine se hayan fijado en este misterio. Hace unos años se
estrenó una película, "Baby", que trataba del descubrimiento de un
dinosaurio vivo en la selva africana. Por otro lado, algunos diarios de gran
tirada, pero poco rigurosos con las noticias, han publicado la información
del encuentro de estos seres. El 27 de agosto de 1985 el rotativo británico
The Sun, publicó la noticia de que se había capturado con vida un dinosaurio
en África. Casi dos años después, el 21 de abril de 1987 el periódico
americano National Inquirer, volvió sobre el asunto, afirmando que una
expedición había encontrado dinosaurios vivos en este continente. En ambos
casos, huelga decirlo, la información no se confirmó.
Los últimos dinosaurios de nuestro planeta no hay que buscarlos sólo en los
pantanos, lagos, ríos y en las selvas más inexploradas. Diversos testimonios
apuntan que algunos de estos animales casi míticos, habría que descubrirlos
mirando hacia arriba, en el cielo. Buscarlos como si fueran pájaros porque
son capaces de volar.

Pterodáctilo
Con
todos los testimonios que hemos ido repasando podemos empezar a hacernos una
idea de cómo pueden ser los últimos dinosaurios. Si bien según las zonas de
donde llegan los testimonios hay algunas diferencias, éstas podrían ser
debidas en parte a que el alejamiento de los habitats hubiese provocado con
el paso de los milenios, desigualdades entre estos saurios. Sin embargo, se
puede decir que, por un lado, tenemos a un reptil de entre seis y diez
metros de longitud, con el cuerpo grueso, como el tórax de un caballo, y con
unas fuertes y poderosas garras, una musculosa y fuerte cola, y un largo
cuello. Su piel es de aspecto liso como un hipopótamo y de color gris y la
cabeza sería similar a la de una serpiente: corta y redondeada, con algo
parecido a un cuerno sobre las fosas nasales y una cresta carnosa en la
cabeza. Se trata de un animal anfibio, con un fuerte rugido, seguramente
vegetariano, pero dispuesto siempre a la lucha con singular agresividad, en
especial si se trata de combatir por su espacio o comida con los animales
que serían sus competidores más directos, los hipopótamos, y en menor medida
los manatíes. Luchas en las que suele salir bien parado a causa de su
fortaleza y sus bien armadas garras. Por otro lado están los testimonios
sobre lo que parece un gran reptil volador, un pterodáctilo.
Retrato Robot
El
zoólogo Bernard Heuvelmans, uno de los principales expertos en el estudio de
los animales «ocultos», presidente de la International Society of
Criptozoology y con más de treinta años estudiando la posible existencia de
esta bestia, ha elaborado un retrato robot de la misma en función de las
explicaciones dadas por los testigos y de los bajorrelieves del pórtico de
Ishtar. Según sus conclusiones, la descripción del extraño animal de los
pantanos africanos se corresponde con la de un dinosaurio del tipo de los
ornitópodos, o dinosaurios de patas de ave. En especial los relatos de los
testigos apuntan al grupo de los tracodontídeos, o dinosaurios con pico de
pato. Unos reptiles vegetarianos que vivían la mayor parte del tiempo en el
agua y que cuando salían de ella andaban a cuatro patas.
Otros investigadores, sin embargo, apuntan que las descripciones se acercan
más a la de un saurópodo, un tipo de dinosaurios gigantes, algunos de los
cuales como el brontosaurio, llegaron a medir cerca de cuarenta metros de
longitud.
El misterio permanece. Pese a todos los intentos y expediciones realizadas
para conseguir encontrar a esta bestia surgida del pasado, su existencia
todavía sigue siendo una incógnita. Un misterio que nos hace preguntar si
los dinosaurios están totalmente extintos, o si por el contrario, algunas
remotas zonas pantanosas de África serán la última morada de estos animales
fabulosos cuya evocación forma parte del recuerdo colectivo de la humanidad. |
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