El ser
humano tiene la necesidad ancestral de desarrollar su identidad dentro de un
territorio. Del mismo modo posee otra necesidad relacionada con la anterior e
igualmente instintiva: la búsqueda de guarida. Decimos instintiva porque es una
tendencia innata que desarrollan incluso los animales menos evolucionados para
protegerse de las inclemencias climatológicas y defenderse ante el ataque de sus
posibles depredadores.
El ser
humano, a lo largo de su evolución, abandona su primitivo temperamento nómada y
cazador para hacerse sedentario y practicar el pastoreo y la agricultura. A tal
fin se instalaba en los terrenos adecuados, más o menos ricos en vegetación y
con el suficiente suministro de agua para abastecer sus necesidades. Al igual
que los animales, se guarecía, en principio, en refugios naturales como las
cuevas situadas a la salida de los ríos y manantiales. Sus cacerías se fueron
restringiendo en extensión y tiempo con el fin de poder volver siempre a su
lugar de vivienda. Obviamente, con la superpoblación de la especie humana, no
era tarea sencilla encontrar suficientes cuevas como para albergar tan creciente
número de familias. De este modo surgió el hombre-constructor que se vio en la
necesidad de edificar «cuevas artificiales» en forma de chozas y posteriores
viviendas más o menos elaboradas.
En una
vertiginosa progresión geométrica llegamos al ser humano actual que vive
agolpado en las grandes urbes o, un poco más desahogado, en el medio rural.
Bajo unas
u otras circunstancias, lo cierto es que la necesidad de vivienda perdura en el
hombre a pesar de los siglos transcurridos. Aunque tal vez las necesidades y
motivaciones ya no sean tan simples como la mera necesidad de encontrar una
guarida, pues otras perspectivas emergen cuando el individuo evoluciona en todas
sus facetas humanas.
Podemos clasificar las
necesidades de vivienda en primarias y secundarias.
Las necesidades primarias
corresponden a las que cubren sus requerimientos básicos que serían la
protección ante las inclemencias climáticas y el almacenamiento de bienes y
alimentos.
Las
necesidades secundarias provienen de una selección, mejoramiento e incluso
sofisticación de las primarias: El hombre evolucionado y con una cultura a su
alcance ya no se conforma con una simple guarida. Si su poder adquisitivo se lo
permite aspira a una calidad y comodidad dentro de la misma. Y más aún: puede
caer en la más descarada ostentación.
Lógicamente las necesidades secundarias no aparecen mientras no se cubran las
primarias. Y dentro de aquellas, igualmente, se establece una escala de
prioridades: primero se trata de conseguir el espacio y comodidad deseados y
luego se hace más énfasis en la ornamentación y el lujo.
Otra
motivación que, paralelamente a las anteriores, incita al hombre a conseguir
casa propia es su ansia de independencia, libertad e intimidad. Es típica del
joven que trata de emanciparse del hogar paterno en busca de su propia
identidad. A veces dicha motivación es tan fuerte que el individuo está
dispuesto a renunciar a una serie de comodidades y lujos en su vivienda habitual
(considerada como ajena) con tal de residir en una propia aunque más modesta.
En cierto
modo esto ocurre porque aflora el instinto de territorialidad dentro de la
propia vivienda. A medida que los elementos de una familia crecen y maduran en
su personalidad, se desarrollan sus reivindicaciones de identidad, pudiendo
aparecer conflictos entre ellos por competencia de espacio (territorio).
Fenómeno que puede complicarse aún más cuando en una vivienda habitan dos o más
familias, como padres e hijos «políticos», donde la convivencia entre yernos,
nueras, suegros y respectivos hijos puede alcanzar tintes dramáticos.
Cada
individuo o, al menos, cada familia tiene la necesidad de un hogar propio donde
asentar su vida. La adquisición de una vivienda digna se ha convertido en un
derecho imprescindible en toda sociedad que se precie de desarrollada.