EL PRIMER AMOR
Nunca se olvida, es
verdad.
Es estar en una nube y
saberlo y no importarnos, en un mundo único; es no querer bajarse de esa
verdad, de ese ensueño. Es sentir mariposas en el estómago, es un levitar,
es un cosquilleo, es único. Es sentir lo importante, es ver con el corazón,
es entregarse, es percibir la belleza y el equilibrio desde una ardiente
intensidad.
Pero, ¿es que para que
sea un verdadero primer amor debe acabar, no puede ser el único? ¿Qué tiene
la nostalgia del primer amor que no tiene el último?
Es esa dicha que aún no
ha sufrido, es la anestesia del tiempo y el espacio. Y, sin embargo, ese
amor tumultuoso tiene mucho de indefensión; es tormentoso.
Amar, ser amado, ésa es
la urdimbre del ser social que es el ser humano. El amor exige pasión,
entrega, dedicación. Por eso parte el corazón.
La posición de los
padres
Ha de ser de respeto al
ver la emoción, la alegría, el sufrimiento de la joven o el joven que se
enamora. Hay cosas —ésta es una— para las que un adolescente no tiene que
pedir permiso.
No se puede devaluar lo
que el hijo siente; como siempre, hay que escucharle, ponerse en su lugar,
revivir —en lo posible— aquel primer amor nuestro, comprender su insomnio,
su falta de apetito, su desbordamiento, su atontamiento.
Intentar entenderle, sin
proponerse trasladarle a otra realidad distinta a la que está viviendo
(incluso si se enamora de quien entendemos no debe, sólo conseguiríamos
aumentar el efecto contrario). Sí cabe servir de hilo conductor con el resto
del mundo (pues el enamorado no percibe más allá de su amada/o).
Vivir de cerca su
intensidad nos produce un rebrote de sabia, de vida. Para ello le hemos
formado en el respeto a sí mismo, en el respeto al otro, en la
responsabilidad para entender lo que significa planificación familiar.
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