Psicología de la
creación artística
La
creación artística siempre ha tenido algo de impenetrable, de misterioso para el
ser humano. Los antiguos griegos pensaban que los dioses o las musas infundían
con su aliento ideas creadoras al artista por lo que éstos, antes de comenzar su
trabajo, invocaban a las musas, las nueve hijas de Zeus que regían las artes y
las ciencias, en demanda de inspiración. De aquí proviene el término, plenamente
actual, de «estar inspirado» cuando se tiene una buena idea, ya que inspirar
significa tomar aliento. Se concibe, entonces, la capacidad artística superior,
como un don divino por el que el artista general viene a ser un instrumento o un
mensajero de alguien superior.
Tradicionalmente se ha insistido en la espontaneidad de los grandes artistas, de
los que surge de un modo súbito, espontáneo y natural la idea genial, como si
poseyesen una cualidad especial que les permitiese lograr hacer estas grandes
obras, idea que se difundió plenamente durante el Romanticismo. A la luz de la
moderna psicología, la creatividad artística se comprende según modelos menos
románticos. Se piensa que la creatividad artística se establece realmente de
forma paulatina, de modo que se va profundizando progresivamente en el problema
creativo hasta que éste queda resuelto. Aquí influirían por un lado todos los
conocimientos adquiridos anteriormente (la creación se entiende como un proceso
evolutivo) y la facultad para asociar e interpretar el problema hasta encontrar
una nueva solución, lo que dependería de la aptitud individual del artista. A
veces, la información acumulada no procede exclusivamente de la conciencia, sino
que también podrían intervenir procesos e información procedente del
inconsciente, especialmente de la llamada memoria experiencial. Pero parece
evidente que en todo lo novedoso intervienen los conocimientos previos del
artista. Esto explicaría también el carácter evolutivo de todas las formas del
arte, que resulte difícil comprender las nuevas tendencias si no hemos estudiado
las históricamente anteriores.
Según
esta nueva concepción de la creatividad artística, no serian procesos de
pensamiento extraordinarios los que darían lugar a los grandes procesos
creativos, sino que la creatividad resultaría de procesos de pensamiento
ordinarios, que se habían ido estableciendo de un modo progresivo, evolutivo,
«incremental» como dice Weisberg, hasta lograr producir lo deseado, de modo que
la forma habitual de concebir la expresión artística va evolucionando
gradualmente hasta convertirse en algo nuevo.
La
creatividad artística no tiene que proceder necesariamente de individuos
extraños, con personalidades fuera de lo común. La extravagancia de que se
rodean y han rodeado durante los dos últimos siglos algunos artistas parece
destinada más a fortalecer esta imagen de personas «geniales», casi como una
labor, más o menos constante, de marketing. La creatividad artística puede ser
el resultado de procesos ordinarios de sujetos ordinarios. Su calidad
invariablemente, al igual que en otra actividad, dependerá de la dedicación que
estas personas otorguen a su trabajo y de sus capacidades para el mismo;
teniendo presente que la creatividad dentro de cualquier orden es una de las
funciones superiores del ser humano, pero sin que esto implique que los artistas
sean personas extrañas, necesariamente superiores.