Psicología de la técnica
A partir
de la Revolución Industrial llevada a cabo durante el siglo XIX, la técnica se
ha ido desarrollando extraordinariamente hasta la actualidad, de modo que bien
se puede decir que nos encontramos dentro de una sociedad tecnificada. Mediante
avances técnicos, en casi todos los campos, el ser humano ha establecido una
cultura tecnocrática, dominada por el espíritu técnico, que afecta también a la
forma de manifestarse de los cuadros psicopatológicos.
La
tecnificación se acompaña de un afán por consumir, no ya los productos
necesarios, sino también otros superfluos que a veces sirven para distinguirse
de los demás, o incluso, para situarse socialmente por encima de ellos. Técnica,
consumo y competitividad se unen estrechamente en la cultura actual, dentro de
un marco de hedonismo, o culto al placer, donde se teme más que nunca al dolor,
a la enfermedad y a la muerte, por lo que en cierto modo se puede afirmar que
nos encontramos inmersos en una sociedad hipocondrizada. La preocupación por la
corporalidad, tan acentuada en nuestros días, procede de este intenso deseo de
bienestar corporal y de la orientación de los ideales hacia el propio cuerpo por
motivos estéticos. La obesidad, por ejemplo, constituye un doble problema;
aumenta el riesgo de padecer enfermedades, como el infarto de miocardio y ofrece
una imagen antiestética y de persona que goza de escasa salud. Es comprensible
entonces que hayan aumentado considerablemente los casos de anorexia nerviosa,
que generalmente están precedidos de este temor a la obesidad. En general, la
técnica favorece la racionalización exagerada, con lo que cada vez son más
escasos los ingredientes propios del pensamiento mágico tan frecuentes en los
pueblos primitivos, y por tanto, menos tecnificados, a un tiempo que provoca una
pérdida de los valores espirituales en proporción con los materiales.
Por otro
lado, se produce una situación un tanto paradójica. Mientras que los avances
técnicos actuales permiten lograr una fácil comunicación con personas alejadas
de nosotros (teléfono, Internet, etc.), o informarnos a través de los numerosos
medios de comunicación (radio, televisión, prensa, etc.), el ser humano actual
se encuentra más solo, y más incomunicado que nunca. La comunicación directa e
interpersonal se ha sustituido por los medios de comunicación de masas; se
cambian las tertulias por la audiencia de la televisión, del DVD, etc., en los
bares, en el hogar familiar. La conversación se mantiene, a veces durante mucho
tiempo a través del teléfono o de Internet, lo que no es igual que cara a cara;
los medios de transporte alejan al ser humano, en cierto modo, de la naturaleza,
ya que si bien gracias a ellos le resulta más fácil acceder a nuevos paisajes,
muchas veces éstos sólo se contemplan de un modo superficial, a gran velocidad y
desde una ventanilla.
A este
problema se añade el desarrollo de sistemas administrativos burocratizados,
impersonales y deshumanizados, que hacen que el ser humano se sienta un tanto
sometido a las consecuencias del progreso técnico, comprobando que la técnica es
“algo más” que un instrumento que la civilización actual pone a su servicio.
Esta incomunicación, sentimientos de soledad y desarraigo favorecen el
incremento de algunas patologías, como la depresión, el alcoholismo o el consumo
de otras drogas, a la vez que contribuyen a que se produzcan una serie de
mutaciones en la presentación de algunos cuadros psicopatológicos.
Los
fenómenos histéricos, que exigen una cierta atención social, se transforman en
cuadros hipocondríacos o depresivos. La temática de muchos síndromes delirantes
también se ve influida por el progreso técnico, por lo que cada vez son menos
frecuentes los contenidos mágicos o de matiz religioso, mientras que actualmente
muchos enfermos introducen elementos de la técnica actual en el delirio, incluso
nuevos aparatos sofisticados que ni siquiera existen, ya que, al fin y al cabo,
el ser humano actual está firmemente persuadido de que los avances de la técnica
no tienen límites.