Nadie o todos, según como se mire. Pero no se trata de
buscar culpables, ni de culpabilizar a determinados miembros de la familia.
¡Bastante culpabilizados se sienten por cada lado padres e hijos! Mejor no
añadir leña al fuego...
Sin embargo, vamos a contemplar distintos puntos de vista
según se carguen las tintas hacia uno de los bloques en conflicto: padres o
hijos. Por una parte, hay quien comprende los conflictos relacionales entre
padres y adolescentes como consecuencia del propio proceso de la
adolescencia (lo que vendría a ser la llamada "crisis de la adolescencia"),
ya que de alguna forma es el jovencito el que entra en conflicto y se opone
a sus padres. Otros autores, más ecuánimes, tienden a considerar que los
conflictos adolescentes-padres indican, cuando presentan una cierta
intensidad, tanto dificultades en el jovencito para asumir su crecimiento y
autonomía como dificultades en los padres para superar lo que se ha llamado
"crisis de la mitad de la vida" o "crisis parental". Y nos queda un tercer
grupo de expertos que estiman que las conductas desviadas del adolescente
resultan en gran medida de actitudes patológicas de los padres. Obviamente,
estos tres puntos de vista no son incompatibles y según cada caso podremos
decantarnos por un determinado grupo de opinión.
Es un tópico, no obstante, decir que necesariamente
tienen que estar enfrentadas las generaciones de padres e hijos. La mayoría
de los adolescentes comparten las actitudes de sus padres con respecto a las
cuestiones morales y políticas -aunque, a veces, para hacerles "rabiar" les
contradigan-, y están preparados para aceptar la orientación de sus
progenitores en temas escolares, profesionales y personales -aunque
aparenten "pasar" de las paternales recomendaciones-. Ha de quedar claro que
las generaciones se aproximan, en lugar de apartarse. No existe el cacareado
"abismo generacional" (probablemente lo hubo antaño) y nunca han estado tan
próximos padres e hijos como ahora.
La adolescencia no debe deshacer la convivencia en el
seno de la familia. Debe significar su "transformación". Padres e hijos
tenemos que aprender a tratarnos como personas adultas. Con comprensión y
respeto hacia las peculiaridades de cada uno.
Es bien cierto que sólo se puede educar a los
adolescentes si uno se reeduca a sí mismo. Los adultos, por desgracia, hemos
olvidado nuestra propia juventud. Cuando queremos acordarnos sólo surgen
trozos sueltos de ella, como islas de un continente sumergido. Así están
escondidos los recuerdos en nuestro inconsciente. Y en el momento que
entendemos a nuestro hijo adolescente, resurge exultante este material que
teníamos reprimido.
También es un tópico decir que los jóvenes de hoy son
peores que los de antaño. Muchos padres creen -olvidándose de su propia
juventud- que ellos eran mejores. Y no es cierto. Las épocas cambian, pero
los adolescentes siempre son los mismos. Es sorprendente lo que nos dice una
tablilla babilónica fechada en más de 3 000 años: "La juventud de hoy está
corrompida hasta el corazón, es mala, atea y perezosa. Jamás será lo que la
juventud ha de ser, ni será capaz de preservar nuestra cultura..." Y otro
ejemplo similar, atribuido a Sócrates, siglo IV a. J.C.: "Nuestros jóvenes
de ahora aman el lujo, tienen pésimos modales y desdeñan la autoridad,
muestran poco respeto por sus superiores y pierden el tiempo yendo de un
lado para otro, y están siempre dispuestos a contradecir a sus padres y
tiranizar a sus maestros...