La
riqueza material. El dinero
Desde
siempre, la riqueza material y su símbolo, el dinero, han sido necesarios para
vivir. No en vano decimos «ganarse la vida» para designar las actividades del
ser humano capaces de proporcionarle una remuneración económica que permita su
sustento.
La
posesión de dinero aporta al hombre un poder adquisitivo que le da seguridad,
comodidad, fuerza y, en cierta medida, mejor salud al disponer de mejores
cuidados y buena alimentación. No es raro, entonces, que el dinero y la riqueza
material sean bienes de los más codiciados, hecho que transforma su lado
positivo, beneficioso para el ser humano, en el más negativo enemigo social
cuando es capaz de suscitar en él la envidia, la codicia, la traición y aun el
crimen.
El dinero
puede considerarse una de las instituciones más antiguas del ser humano, siendo
su equivalente, la moneda, un sustituto manejable de los primitivos productos
(cabezas de ganado, cereales, sal, etc.) con los que se comerciaba y se saldaban
las deudas.
La
riqueza material parte del principio de la propiedad, concibiéndose ésta como
«el control más o menos permanente y exclusivo que tiene el ser humano sobre las
cosas». Dicha propiedad puede ser privada o común. En la mayoría de las
sociedades primitivas los principales recursos económicos eran de propiedad
común, como los terrenos de cultivo, de caza y pastoreo. A medida que la
sociedad fue evolucionando y desarrollándose comenzó a prevalecer la propiedad
privada sobre la común. Cada individuo, o cada familia, poseía sus propios
utensilios de trabajo, sus cabezas de ganado e incluso su propio terreno de
cultivo.
En
general, con el desarrollo de la agricultura, manufactura, industria y comercio
se extendió la propiedad individual; si bien, en la mayoría de las sociedades
siguió subsistiendo una cierta propiedad común. En la actualidad y según la
forma de gobierno establecida existen sociedades que dan prioridad a una u otra
forma de propiedad en función de su ideología político-social.
La
complejidad en la organización social del ser humano hace imposible que cada
persona tenga una propiedad material exclusiva capaz de autoabastecerla con
independencia de sus vecinos. Eso ha transformado la posesión real del hombre en
posesión potencial. Es decir, no puede poseer en el presente todo aquello que
precisa o desea, pero puede disponer de los medios necesarios para adquirirlo. Y
ese medio, universalmente aceptado, sería el dinero.
En
principio, el acopio de dinero debería ir encaminado a cubrir estrictamente las
necesidades de supervivencia, como una especie de despensa alimenticia. Pero las
necesidades del ser humano han dejado de ser meras exigencias biológicas para
rodearse de innumerables complementos más o menos sofisticados y determinantes
de un voraz deseo aparentemente insaciable.
El afán
de lucro personal se ve asimismo espoleado por el espíritu de competitividad con
el prójimo. El poder adquisitivo para muchas personas tiene el carácter de poder
universal; hecho que se ve corroborado en una sociedad de consumo donde
generalmente se mide la valía personal a través de sus posesiones y el status
social o clase en que el individuo se mueve. Y para alcanzar este nivel social
ya no es imprescindible la nobleza y el señorío feudal de antaño, basta una
simple ostentación lujosa que dé muestras de un sólido respaldo económico para
doblegar el espíritu de los competidores. No es raro, entonces, que algunos
seres humanos de escasos valores personales y humanos traten de compensar tal
déficit con un ornamento de atributos materiales que les den la fuerza y el
poderío que su personalidad pobre no les brinda.
El
dinero, a pesar de su naturaleza abstracta, sigue siendo para muchos la más
importante medida para probar el éxito de un ser humano, sobre todo el hombre de
negocios. Y aunque a otros pese, constituye uno de los más potentes motores del
progreso.