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SECUELAS DE LAS
AGRESIONES
Nuestros adolescentes están potencialmente expuestos a múltiples
acontecimientos desagradables que pueden dejarles una marca indeleble que
interfiera en su normal desarrollo psicoemocional. Es bien sabido que los
abusos sexuales y violaciones de menores están a la orden del día. El
entorno comercial de la floreciente industria del sexo (turismo sexual,
"kinderporno", prostitución infantil y juvenil, "cibersexo", etc.) se
encarga bien de estimular las mentes enfermas y calenturientas de los
pederastas. Cada año, por ejemplo, dos millones de niñas de todo el mundo se
incorporan al pujante mercado del turismo sexual. Niños prostituidos por sus
padres, vendidos por sus progenitores, de quienes tenían que venirles el pan
y las caricias. Niños que mueren en silencio por no perjudicar, por no
denunciar, que reciben la muerte de los que habían recibido la vida.
La lista de adolescentes víctimas potenciales de agresiones es larga.
Empezando por los cotidianos asaltos callejeros con resultados de maltrato y
violencia física. Siguiendo con los adolescentes-soldados que son reclutados
como carne de cañón en innumerables confrontaciones que se producen a lo
largo y ancho del planeta. Sin olvidar los que no son beligerantes, y ya se
sabe que 9 de cada 10 fallecidos en conflictos armados son civiles, en su
mayoría niños (lo que en lenguaje de guerra se llama, en puro eufemismo,
daño colateral). Son los que sufren los efectos de los bombardeos aéreos, de
las bombas terrestres que les amputan las piernas, de las torturas, de los
campos de concentración, etc. Y nos quedan los desastres naturales
(inundaciones, terremotos) y los accidentales (accidentes de vehículos con
lesiones físicas graves, incendios, derrumbamientos de edificios, etc.). Sin
olvidar la plaga de terrorismo que asóla, de forma casi endémica, a muchos
países, y da lugar a que los adolescentes sean víctimas propicias o
aterrados observadores de la barbarie en otras personas, incluso en sus
propios padres (raptos, secuestros, asesinatos).
Todas estas situaciones son capaces de dejar en los adolescentes una triste
secuela: el trastorno por estrés postraumático. Consiste, fundamentalmente,
en la aparición de unos síntomas característicos después de acontecido el
trauma. Uno de ellos, habitualmente presente, es la reexperimentación
persistente y reiterativa del acontecimiento estresante (flashback): a base
de recordar la situación se producen sueños angustiantes, conductas y
sentimientos súbitos que aparecen como si el agente estresante actuara de
nuevo (sensación de revivir la experiencia, ilusiones, alucinaciones),
intenso malestar psicológico ante situaciones o lugares que recuerdan algún
aspecto del acontecimiento traumático o que lo simbolizan (por ejemplo,
cuando se celebran aniversarios, o cuando el recuerdo da lugar a la
aparición de fobias, como en el caso de la adolescente que ha sido violada
en un ascensor y evita con pánico utilizarlo de nuevo).
Por lo general, el joven efectúa esfuerzos deliberados para evitar sus
pensamientos o los sentimientos sobre el traumatismo sufrido, pudiendo
llegar a una "amnesia psicógena" (incapacidad para recordar algunos de los
aspectos importantes del trauma). Asimismo, la disminución de la capacidad
de respuesta al mundo externo, conocida con el nombre de "anestesia psíquica
o anestesia emocional", empieza por lo general poco después del
acontecimiento traumático. Así, por ejemplo, el adolescente puede expresar
que se siente distanciado o extraño respecto a los demás, que ha perdido el
interés por actividades que anteriormente le atraían, o que nota un descenso
en su capacidad de sentir emociones, especialmente aquellas asociadas con la
intimidad, la ternura y la sexualidad.
También pueden presentarse síntomas persistentes de aumento de la actividad
de alerta (arousal) -que no se encontraban antes del traumatismo-, como son
las dificultades en conciliar el sueño o en mantenerlo (con pesadillas
continuas sobre la experiencia traumática), irritabilidad o explosiones de
ira, y un estado de hipervigilancia ante el entorno.
Uno de los síntomas del trastorno por estrés postraumático puede consistir
en marcados cambios en la orientación hacia el futuro del adolescente, como,
por ejemplo, una sensación de que el futuro se acorta (no se espera realizar
una carrera, casarse, tener hijos o una larga vida). Puede existir también
lo que se conoce como "formación de presagios", que es una creencia en la
capacidad para profetizar acontecimientos futuros. A todo ello pueden
sumarse diversos síntomas físicos, como molestias abdominales o dolor de
cabeza, junto con un estado depresivo y ansioso.
Al tratamiento farmacológico (antidepresivo y ansiolítico) y
psicoterapéutico debería agregarse el soporte familiar y de las
instituciones de ayuda social para poder ayudar efectivamente a las víctimas
del trastorno por estrés postraumático. |
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