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SUCESOS INEXPLICABLES EN HITLER
La noche y el duro invierno dejaban caer una copiosa nieve sobre el nido
de águilas, un gran refugio alpino situado en la cresta de una alta
montaña en Bertchsgaden. Se podía adivinar la figura de un hombre asomado
a unas interminables e infinitas cristaleras. Instantes después se alejó
del ventanal, para seguir compartiendo la velada con sus importantes
amistades. Una de ellas le hizo un extraño comentario y de inmediato, el
hombre, respondió enérgicamente: "Si cree usted que nuestro movimiento se
reduce solo a un partido político... ¡Es que no ha entendido nada!".
No era la primera vez, ni sería la última en que Hermann Rauschning, jefe
nazi del gobierno de Danzig, vio a Adolf Hitler expresarse en esos
crípticos términos. Lo cierto es que han pasado ya muchos años, y muchos
enigmas sobre el III Reich perduran. Probablemente para siempre. Como
también lo hacen varios millones, no exageramos, de documentos técnicos,
militares, políticos, e incluso esotéricos sobre el régimen de Hitler. La
mayor parte de la documentación científica se encuentra en EE.UU. mientras
que una gran parte del bagaje documental místico y esotérico, se encuentra
celosamente guardado en viejos estantes, cajas y armarios del desvencijado
archivo histórico ruso, y de sus numerosos servicios secretos.
En los acontecimientos históricos que estuvieron tras el intento de
acceder al control mundial por parte del catastrófico régimen nazi, hay
una trastienda donde la irracionalidad y la religión son las
protagonistas. En esa visión del mundo, el ocultismo, la magia, antiguas
sociedades secretas, las creencias en mitos ancestrales e incluso objetos,
que según las más antiguas leyendas, están revestidos de extraños poderes
sobrenaturales, jugaron un papel importantísimo.
Tal
fue la importancia y la influencia de esas creencias que determinaron el
resultado de la contienda e incluso afectaron, en el caso nazi, a campos
tan racionales como el de la investigación científica. Lamentablemente,
todo ello provoco una espiral de locura y horror como nunca se ha visto,
que barrió de la faz del planeta a 50 millones de seres humanos, y sumió
en la hoguera de los crematorios a 6 millones de almas.
Sin embargo, muchos historiadores perspicaces han buscado en la trastienda
y rascado bajo esa superficie aparente, y lo que se han encontrado es
totalmente anómalo e increíble. La conclusión final, es que el análisis
que hacen los historiadores ortodoxos basados en argumentos
político-sociales o económicos, no son suficientes para explicar el
fenómeno nazi. Desgraciadamente, nadie puede explicar completamente cómo
fue posible que un grupo de "vagabundos" sin oficio ni futuro fueran
capaces de fundar un partido político que en 22 años casi hizo tambalear
las estructuras del sistema europeo y mundial. Y por supuesto, aun no es
posible calibrar del todo hasta que punto el esoterismo jugo un papel
primordial en ese cataclismo mundial sin precedentes. Al igual que tampoco
es posible saber fuera de las informaciones clásicas y ya viciadas por el
paso de las décadas, cuanto del increíble avance científico y técnico nazi
se debe a ese "ambiente heterodoxo". En definitiva, el enigma permanece.
Las voces de Hitler
Pero como toda historia real, esta tiene un comienzo primitivo, enigmático
e inquietante allá por el invierno de 1908. En esa época el joven Hitler
vivía en Linz, un pueblo austríaco cercano a la frontera alemana. Ya desde
su temprana juventud se había sentido atraído por las narraciones de las
viejas leyendas alemanas. Por supuesto, las operas del compositor alemán
Richard Wagner y el grandioso universo musical que generaba, totalmente
asociado a antiguas leyendas nórdicas sobre el santo grial y otros temas
mitológicos, como el anillo de los Nibelungos, no pasaban desapercibidos
para el oscuro hijo del aduanero, aspirante entonces a arquitecto o pintor
reconocido.
Su único amigo entonces, August Kubizek, recordaría años después una fecha
concreta de una desapacible tarde de Noviembre. Esa noche representaban
Rienzi una opera wagneriana donde se narraba como el pueblo de Roma era
subyugado por la altiva y cínica nobleza; los hombres son obligados por
ésta a la servidumbre, las mujeres y doncellas son deshonradas y
ultrajadas por los altivos nobles. Pero en un momento concreto, de entre
la multitud surge Rienzi, un hombre del pueblo, sencillo y desconocido, el
liberador de su torturada nación.
La escena generó una honda impresión en los dos jóvenes y la tensión
siguió en aumento cuando Rienzi, tras llegar al poder en Roma, es
traicionado por sus propios seguidores que acaban asesinándolo. Conmovidos
presenciaron la caída de Rienzi. Al final, abandonaron en silencio el
teatro siendo ya medianoche. Kubizek recuerda: "Mi amigo caminaba por las
calles, serio y encerrado en sí mismo, las manos profundamente hundidas en
los bolsillos del abrigo, hacia las afueras de la ciudad. Esto me
asombró". Le preguntó su parecer sobre la obra. "Entonces Adolf me miró
extrañado, casi con hostilidad".
La húmeda y helada niebla se extendía densa sobre las estrechas y
desiertas callejuelas en medio de la noche. Los acelerados pasos resonaban
extrañamente sobre el adoquinado. Tomaron un camino que pasaba por delante
de las pequeñas casitas de los arrabales de la ciudad. "Ensimismado, mi
amigo caminaba delante mí. Todo esto me parecía casi inquietante. Adolf
estaba más pálido que de costumbre. El cuello del abrigo levantado
reforzaba aún más esta impresión. No había ya nadie a nuestro alrededor.
La ciudad estaba sumida en la niebla... Como impulsado por un poder
invisible, ascendió hasta la cumbre del Freinberg (la cumbre mas alta de
la zona). Y ahora pude ver que no estábamos en la oscuridad, pues sobre
nuestras cabezas brillaban las estrellas".
"Adolf estaba frente a mí. Tomó mis dos manos y las sostuvo firmemente.
Era éste un gesto que no había conocido hasta entonces en él. En la
presión de sus manos pude darme cuenta de lo profundo de su emoción. Sus
ojos resplandecían de excitación. Las palabras no salían con la fluidez
acostumbrada de su boca, sino que sonaban rudas y roncas... Nunca hasta
entonces, ni tampoco después, oí hablar a Adolf Hitler como en esta hora
en la que estábamos tan solos bajo las estrellas, como si fuéramos las
únicas criaturas de este mundo. Me es imposible reproducir exactamente las
palabras que mi amigo dijo".
"En estos momentos me llamó la atención algo extraordinario que no había
observado jamás en él, cuando me hablaba lleno de excitación: parecía como
si fuera otro. Pero no era, como suele decirse, que un orador es
arrastrado por sus propias palabras. ¡Por el contrario! Y tenía más bien
la sensación como si él mismo viviera con asombro, con emoción incluso, lo
que con fuerza elemental surgía de su interior. No me atrevo a ofrecer
ningún juicio sobre esta obsesión pero era como un estado de éxtasis, un
estado de total arrobamiento... En imágenes geniales, arrebatadoras,
desarrolló ante mí su futuro y el de su pueblo... hablaba de una misión,
que recibiría un día del pueblo, para liberarlo de su servidumbre y
llevarlo hasta las alturas de la libertad... El silencio siguió a sus
palabras".
Treinta años después Kubizek, su amigo de juventud, quedó asombrado cuando
Hitler recordó a la señora Wagner en cuya casa habían sido invitados, la
escena que había tenido lugar después de la representación del Rienzi en
Linz. Tras el relato, Hitler le dijo seriamente: En aquella hora empezó.
No fue la única ocasión en que sucedieron ese tipo de fenómenos. En las
cartas que enviaba desde la trinchera el cabo Hitler en la primera guerra
mundial, se advierte con toda claridad la creencia de que debe la vida a
un milagro, o mejor dicho, a una cadena de milagros; que los escudos le
protegieron una y otra vez; que mientras la mayor parte del regimiento era
sacrificada en un baño de sangre, él gozaba de la protección especial de
la Providencia.
En ese sentido, es interesante una experiencia ocurrida en la primera
guerra mundial que relataría a la periodista Janet Flanner. Según
relataría Hitler a la periodista: "me encontraba cenando en una trinchera
con varios compañeros de milicia y de pronto sucedió lo impredecible.
Repentinamente pareció que una voz me decía ¡levántate y vete allí! La voz
era tan clara e insistente que automáticamente obedecí, como si se tratase
de una orden militar. De inmediato me puse en pie y caminé unos veinte
metros por la trinchera. Después me senté para seguir comiendo, con la
mente otra vez tranquila. Apenas lo había hecho cuando, desde el lugar de
la trinchera que acababa de abandonar, llego un destello y un estampido
ensordecedor. Acababa de estallar un obús perdido en medio del grupo donde
había estado sentado. Todos sus miembros murieron".
Independientemente de que todo obedeciera a una personalidad
psicopatológica, o que realmente intervinieran agentes externos al
personaje, lo históricamente cierto es que se acabo fundando un sistema
político donde el esoterismo se reflejaba muchas veces en la sociedad.
Hasta tal punto que muchos círculos hasta entonces secretos se
institucionalizaron, como pasó con la agrupación estatal Ahnenerbe. Y
muchos de los capitostes de la cúpula nazi como Hess, Rosenberg, Himmler,
etc., habían formado parte de sociedades iniciaticas como el grupo Thule,
o bien habían estado influenciados fuertemente por el esoterismo. |
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