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CÓMO SUPERAR LA MUERTE DE UN SER QUERIDO
Enfrentarse emocionalmente a la muerte de un ser querido, que es parte de
nosotros mismos, es enfrentarse a una experiencia de pérdida y de separación
de la persona amada. Se trata del duelo comúnmente entendido: aquel que
atraviesan las personas que han perdido o van a perder a alguien querido. Es
un proceso tanto de aceptación de la pérdida sufrida como de elaboración de
la misma, que discurre en el tiempo, permitiéndonos reconducir nuestra vida,
reconocernos, reencontrarnos a nosotros mismos, con esa nueva marca.
Aunque de entrada no se trata de un estado patológico, puede suponer
considerables desviaciones del comportamiento normal de una persona. Como
proceso que es, puede variar de persona a persona e incluso en el mismo
individuo a lo largo del tiempo. Su duración es variable siendo más
difíciles los dos primeros años.
La pérdida de una persona amada redobla el dolor en los que quedan. Este
instante difícil de tolerar para muchos, confronta a la persona, no con su
propia muerte, sino con la muerte del otro, otro querido, alguien que no
resulta ajeno. Y aunque la pérdida es real, todo proceso de duelo contiene
elementos delirantes, arrastra diálogos imaginados, simbolismo de objetos,
sueños, fotografías, recuerdos, etcétera, de modo que no es extraño tener la
sensación de ver a la persona fallecida, notar su presencia en la casa,
notar que abre la puerta, oír su voz... Todo esto atiende a un deseo o a un
anhelo de recuperar a la persona amada. Ante el fallecimiento de alguien se
necesita adaptar la visión del mundo y de uno mismo para afrontar el cambio,
se necesita realizar el trabajo del duelo que ha de conducir a las personas
a nuevas relaciones con la vida. En el duelo es el mundo el que aparece
desierto, empobrecido, en tanto nos recuerda a la persona amada: presencia
de la ausencia, y la persona se resiste a cambiar, pues implicaría sustituir
al desaparecido, perderlo definitivamente.
El cambio que las personas hemos de afrontar en el duelo es complejo y puede
llevarnos a engaño si nos quedamos en la apariencia en vez de comprender lo
que se mueve en el fondo.
Los tres elementos principales que se van a poner en juego en el duelo son:
la pérdida, la separación y el tiempo.
El momento de pérdida es el de crisis. En la trayectoria normal de las
personas hay una serie de cosas que se han ido construyendo a lo largo de la
vida y con las cuales se establecen relaciones de mayor o menor dependencia.
Es decir, se incorporan a la vida de una manera estable. En nuestro
pensamiento tendemos a considerar que muchas de estas cosas son para
siempre, a pesar de que la realidad nos muestra que esto no es así.
Dependemos de otros, dependemos de estas cosas tan significativas, y esta
dependencia es fundamentalmente psicológica es decir, no basta que nos
alejemos para dejar de estar vinculados y de depender de ellas. Si no están,
las recordamos, las rememoramos, las tenemos presentes, siguen con nosotros,
y esto también da cierta estabilidad y continuidad a la vida.
Cuando algo de esto desaparece, desajusta la estructura de vida produciendo
una crisis. Pierdes algo que tenías, eso que se pierde no es cualquier cosa,
es algo significativo para la persona, que está inscrito en una relación de
afecto.
Las pérdidas significativas para las personas:
1. Son de distinto tipo, es decir, no hablamos sólo de la muerte de alguien.
En este sentido, el duelo es un proceso que nos vamos a encontrar en muchas
situaciones, bastante a menudo y no sólo cuando haya muerte o amenaza de
muerte, real o anticipada. Se puede perder una idea o un ideal; un afecto o
una relación afectiva; un bien, como la salud, o un estatus social o
económico, también objetos significativos y valiosos y, evidentemente,
personas. Cuando lo que desaparece es interpretado por la persona como una
pérdida, cuando algo de sí misma cae, comienza el duelo. En este sentido,
perder un ideal, una relación de pareja, de amistad, trasladarte de ciudad,
ingresar en un hospital o perder una parte del cuerpo son experiencias que
van a estar asociadas a una respuesta de duelo.
2. Tienen distinto significado. A veces son pequeñas pérdidas y a veces son
grandes: depende del significado que tengan para la persona. Por eso la
pérdida es personal e intransferible, y es importante si así lo es para la
persona que lo vive, independientemente de lo que pueda parecer desde fuera
a los demás.
3. Se experimentan con distinta intensidad. La intensidad está asociada
tanto al significado como al modo en que se produce la pérdida. Si es
esperada, hay un tiempo para poderla anticipar y prepararse para ella,
amortiguando la intensidad del dolor cuando llega el momento. Si se produce
de forma brusca, inesperada, imprevista, el impacto tiene mucha mayor
intensidad, pudiendo ser a veces demoledor.
El momento de separación. ¿De qué se trata?, ¿de qué estamos hablando? Se
trata de un movimiento necesario para cerrar la herida de la pérdida. No
basta con anestesiar el dolor de la herida abierta, hay que poderla suturar
para que cicatrice: separarse de lo que se ha perdido para poder retomar
nuevamente la vida.
A las personas, en general, nos cuesta separarnos o quedar separados de
aquellos objetos (personas o cosas) que han sido o son significativos en
nuestra vida. Esto ocurre porque en la separación, además, perdemos también
algo personal. Ese algo es el afecto, el sentido vital, la historia que
había ligado a esa persona con uno mismo, formando parte de uno mismo.
Separarse es, de este modo, renunciar a algo propio. Algo que no siempre se
consigue, que no todos pueden hacer. Hay personas que se aferran con tal
intensidad a esos objetos, que pagan un alto precio, pues ocurre con
frecuencia que son precisamente ellos los perdidos, que no pueden separarse
porque esto significa su propia desaparición.
¿En que consiste esta separación? Consiste en desanudar los lazos afectivos
y significarlos de otro modo. Consiste en definitiva en dejar ir a la
persona que ha muerto, no aferrarse a ella, permitir que descanse en paz. El
efecto de la separación no es olvidar, ni ignorar tampoco, es reubicar el
afecto en un recuerdo. Darle un lugar en la memoria que no haga sufrir.
Hacer que forme parte de la historia, de la biografía como la mejor forma de
reconocimiento de la ligazón afectiva que había en juego.
Ahora bien, una de las cosas que más frecuentemente vemos cuando se está
produciendo esta separación es la emergencia de toda una serie de
sentimientos asociados a ella, que inciden precisamente en que esta
separación no se produzca o, cuando menos, la dificultan y la obstaculizan.
Ya hemos advertido que separarse de alguien que queremos no es fácil;
sustituirlo es imposible, y reorganizar nuestra vida a partir de esa
ausencia, exige tiempo.
Entre los sentimientos que pueden aparecer asociados a la separación están:
1. Los sentimientos de culpa: por los pensamientos (tal vez no hice lo
bastante), por los comportamientos de impaciencia, de fastidio o incluso
agresivos mientras le cuidábamos, por las dudas sobre si las decisiones
tomadas fueron las correctas, por haber deseado que todo terminara cuanto
antes... Todo ello parece acusarnos de haber fallado, de no haber sido lo
suficientemente buenos, y sí, claro, podemos pensar que es normal, que ante
la ausencia las situaciones pasadas tomen otro valor diferente... Pero
quizás no lo sea tanto lo reiterativo de hacer recaer una y otra vez la
atención sobre nuestro papel, usurpando el protagonismo de la persona
desaparecida, y encontrando en ello un modo de seguir siendo, una manera de
coexistir apoyados en la persona ausente, que no estamos dispuestos a
perder.
2. Los reproches: por haberse ido, por habernos abandonado... Le reclamamos
una deuda. En este caso, mientras dure la rabia, hacemos presente a la
persona ausente. No la dejamos ir. Nos debe algo. Si el reproche se torna
odio y rencor entonces vivimos para hacerla coexistir. Probablemente en vida
nunca estuvo tan presente como ahora que ya no está. El reproche es un modo
muy conseguido de mantener vivas a las personas perdidas.
3. La «anestesia sentimental» o la compensación por lo perdido, que se busca
en las maniobras o las conductas sustitutivas, tales como beber, volver a
fumar, comer en exceso, comprar compulsivamente, etcétera, que mientras
sirven de coartada impiden afrontar la realidad de la muerte. Si cada vez
que ésta intenta colarse en nuestra realidad, respondemos con el
adormecimiento alcohólico, o atiborrados de lo que sea en un intento de
llenar el vacío, estamos empeñados en retrasar, en ocultar o en negar la
realidad de la ausencia.
El tiempo: es un elemento crucial del proceso de duelo, no sólo porque la
pérdida y la separación transcurren en el tiempo, de hecho hablamos de ellas
como momentos, sino porque va a ser uno de los factores determinantes para
establecer la normalidad o la alteración de los acontecimientos, del proceso
en sí mismo.
No se puede decir que el duelo se mantiene un tiempo determinado, porque su
duración es muy variable. Aun así, podemos considerar que los dos primeros
años suelen ser los más duros, luego se experimenta un descenso progresivo
del malestar emocional. De todos modos, cada persona tiene su propio ritmo y
necesita un tiempo distinto para la adaptación a su nueva situación.
Ahora bien, no podemos esperar, porque no es cierto, que el tiempo lo cure
todo. A veces, pasando cronológicamente, hora a hora, día a día,
paradójicamente, el tiempo se ha detenido para las personas. No siempre el
tiempo es reparador ni la persona está rodeada de otras que le sirven de
ayuda, puede, incluso, que teniendo estas circunstancias no esté en
disposición de aceptar o ver que se le está ofreciendo aquélla.
El paso del tiempo, aun siendo necesario, por sí mismo no nos lleva a la
resolución del duelo. El tiempo que transcurre así, como vacío, nos va a
proporcionar una distancia del acontecimiento, indispensable para poder ir
afrontando los procesos en juego, pero insuficiente para conseguir
resolverlos. A este tiempo que pasa hay que superponerle otro tiempo, el
tiempo activo, el de la elaboración subjetiva de los acontecimientos, el que
trabaja a favor de la resolución. Un tiempo de idas y venidas, de esperas,
de pequeñas decisiones, de algunas conquistas, también de algunas
decepciones. Es el tiempo que define claramente al duelo como proceso de
elaboración de la pérdida.
A veces ocurre que este transitar se atasca o se detiene ante obstáculos que
no conseguimos superar. Es el momento de pedir ayuda especializada. Si el
modo de conducirnos ante la pérdida sufrida no es eficaz para elaborarla,
esto es, si comprobamos que pasa el tiempo, pero no se producen cambios, es
importante reconocerlo y solicitar ayuda y apoyo especializado cuanto antes.
Sin duda, el duelo no es sólo el tiempo de recogimiento, de pena, que se
considera socialmente correcto, es ante todo un trabajo, doloroso y
laborioso, de restitución, de recomposición de uno mismo y del mundo que le
rodea.
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