Con
bastante frecuencia se dice que este o aquel individuo «tiene mucha
personalidad». ¿Qué se quiere decir con ello? En tales casos se hace referencia
a que los ingredientes de su psicología muestran un sello muy firme, muy
particular y preciso. Sus rasgos son acusados, específicos, es decir, dicho
sujeto presenta un perfil psicológico bien delimitado. Cuando alguien tiene
mucha personalidad, lo contraponemos al hombre masa: impersonal, anónimo y
cargado de tópicos, ese que no destaca en nada, después de estudiar y analizar
sus principales características.
El
individuo «con personalidad», en cambio, puede destacar por su vitalidad, por
una especie de dinamismo arrollador, gracias al cual despliega una gran
actividad, que va desde el terreno profesional a la vida familiar, pasando por
sus horas de ocio, o sus aficiones.
En otros
casos, lo que emerge con fuerza es una persona tranquila, serena, sosegada,
llena de calma, que transmite una especie de paz y que es remanso de armonía, de
entereza, de imperturbabilidad. En otras, lo que se observa con más rotundidad
es la discreción, la capacidad para escuchar atentamente, don que oscila entre
el hablar poco y el saber medir las palabras, llegándose así a una rara ecuación
psicológica, que da lugar a un estilo propio, peculiar, muy característico.
Cuando se
tiene una personalidad muy marcada, uno se siente identificado con ella: esto
quiere decir que se encuentra a gusto siendo de ese modo y, por tanto, seguro.
Una de las principales notas de eso que llamamos tener mucha personalidad es la
seguridad. El individuo con una gran personalidad se siente interiormente
estable, fuerte, asentado, natural. La naturalidad es la otra gran nota que se
destaca en él.