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TRASTORNO DE
ADAPTACIÓN AL ESTRÉS
Asistimos a una impresionante disminución de la mortalidad infantil y a una
prolongación de la esperanza de vida, que se va acercando a lo que ahora se
considera el límite biológico, los 110 años de edad. Pero a menudo hay
factores -en principio evitables- que cambian este curso natural. Por
ejemplo, un joven de 18 años con el mejor desarrollo físico puede sufrir
trastornos psicológicos originados por una mala dinámica familiar, escolar o
social, que le conducen con facilidad a una actitud depresiva, que provoca
el frecuente accidente de moto o automóvil, y en un segundo se pierde todo
lo conseguido y lo esperado, y una fractura vertebral y sección medular le
dejan totalmente imposibilitado, en igual situación de invalidez que el
anciano de 110 años, con el agravante que en esa situación él puede vivir 80
años o más.
La vida surte de abundantes factores de estrés que se ciernen en la etapa de
mayor fragilidad de la personalidad, en pleno trabajo de consolidación, en
la adolescencia. Hay jóvenes que saben encajar bien la llegada del estrés y
pueden sobreponerse con facilidad; mientras que otros se ven incapaces de
sobrellevarlo y superarlo, manifestando unas respuestas exageradas que no se
adaptan a las reacciones normales o esperables. Éstos son los adolescentes
con trastornos adaptativos.
Cuando aparecen, tales trastornos de adaptación se caracterizan porque
pueden ocasionar dificultades en el funcionamiento social o laboral
(incluida la vida académica) del joven y porque los síntomas con que se
manifiestan son excesivos. Así, pues, los síntomas no se corresponden con la
situación que se presenta, como, por ejemplo, la característica reacción de
duelo y de dolor ante la pérdida de un ser querido. Las causas de estrés
pueden ser únicas, como en el caso de la terminación brusca de un noviazgo,
o múltiples, como ocurre, por ejemplo, en las dificultades de integración
escolar y en los problemas de relación paterno-filial.
Estos trastornos adaptativos ante un determinado tipo de estrés, totalmente
identificado por el joven y su entorno (es decir, que la causa existe),
acostumbran a presentarse dentro de los tres meses siguientes a su
aparición. A menudo, el cuadro clínico es predominantemente depresivo, con
actitudes de tristeza, llanto y desesperanza, o bien con unas
características fundamentalmente ansiosas, con el consiguiente nerviosismo,
inquietud y ánimo preocupado, o con una mezcla de ambos estados: depresión y
ansiedad (véase más adelante). También puede manifestarse por alteraciones
severas de la conducta, tales como delincuencia, vandalismo, conducción
irresponsable, peleas, e incumplimiento de las reglas legales y sociales
propias de la edad. Asimismo, también hay que contar con los trastornos de
adaptación en los que predominan las reacciones emocionales tempestuosas:
brotes de mal genio (rabietas), repentinas fugas del hogar, etc. O, por el
contrario, con reacciones más bien pasivas del tipo de la inhibición o
retraimiento social. Quedando, por último, los adolescentes que presentan
predominantemente síntomas físicos: cansancio, dolor de cabeza, dolores de
espalda (lumbalgias) u otras molestias.
El tratamiento de estos adolescentes debe ser llevado por profesionales del
ámbito de la psiquiatría infantil y juvenil, que determinarán la línea
terapéutica a seguir, con las oportunas sesiones de terapia familiar (donde
se concibe la familia como un sistema vivo, susceptible de ser modificado
con puntuales intervenciones que alcanzan a cada uno de sus miembros) y/o
psicoterapia individual con el joven, con el apoyo de medicación
(antidepresiva, ansiolítica) según la sintomatología del paciente.
Habitualmente, al intervenir en los factores desencadenantes se consigue
limitar la escalada de los síntomas. Sin embargo, aunque la mayoría de estos
casos evolucionan favorablemente, algunos se dirigen a otras patologías
psiquiátricas, como son los trastornos de personalidad, los trastornos del
estado de ánimo (episodio depresivo mayor) y la esquizofrenia. |
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