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VIVIR EN FAMILIA
A pesar de los cambios
generacionales, los lazos personales, ya sean de afecto o de obligaciones
sentidas mutuamente entre padres e hijos, se mantienen como una de las
líneas de relación más frecuentes en la sociedad occidental. Y es que vivir
en familia no es permanecer juntos como obligación, lo que se viviría como
una opresión, una pérdida de libertad.
Una función primordial
de la familia es acoger y transmitir seguridad al tiempo que permitir
liberarse de tensiones y problemas, enriquecer a cada miembro y coadyuvar a
su correcta sociabilidad. La familia ha de facilitar el diálogo, ser
cooperativa y respetuosa, comprometerse con cada miembro, hacerle crecer.
Una familia sana es aquella en la que se puede hablar con libertad. En la
que los disgustos se aceptan. En la que impera la sonrisa. Comparte
iniciativas y afecto, transmite motivaciones. Asistir juntos a
manifestaciones culturales, practicar deporte, comentar lo leído, ir a la
iglesia —si se practica la religión—, hacer excursiones, visitar ciudades,
ir de compras son algunas de las muchísimas actividades que dan sentido a la
vida en familia.
La intimidad familiar es
absolutamente necesaria. Al igual que se precisa el contacto y permeabilidad
con los amigos y familiares, es irrenunciable la intimidad del grupo
familiar, de la pareja, de padres e hijos y la individual.
La familia requiere su
propio espacio, su tiempo, su forma de comunicación, su privacidad, eso les
permite a los miembros interaccionar con confianza, motivarse mutuamente,
restañar heridas y sentirse inmersos en un grupo con identidad propia.
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