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CUANDO AÑORAMOS LA LIBERTAD
¿Quién no
se ha sentido poco libre en algunos momentos de su vida? Hay personas que
sienten que casi nunca pudieron elegir lo que realmente querían, otras piensan
que están llevando una vida muy contraria a la que desearían, pero que no tienen
libertad para poderla cambiar, que están condicionadas por su situación actual,
por una serie de hechos que les atrapan, por su familia, por la hipoteca de la
casa, por las promesas que realizaron en su momento...
Seguramente, pocas personas se sienten auténticamente libres, o al menos con un
nivel de libertad que cubra sus expectativas.
Mujeres y
hombres se pueden sentir condicionados por decisiones o compromisos que
adquirieron en el pasado, por una realidad presente que les asfixia o por la
falta de futuro que les espera.
Cuando
añoramos nuestra libertad, igual que cuando nos sentimos mal, intentamos buscar
un responsable. Muchas veces será la persona o personas que nos rodean; en otras
ocasiones sentiremos que es la persona que llevamos dentro.
Una
vivencia muy dolorosa es la de sentir que tu vida puede cambiar, que de nuevo se
abre ante ti una oportunidad, en algunos casos quizá la última oportunidad, pero
las circunstancias que te envuelven parecen aprisionarte y te impiden coger ese
tren que, aparentemente, conduce a la felicidad.
Cuando
una persona siente que ya no tiene libertad en su vida para ser feliz, no puede
permanecer sin hacer nada; o cambia sus circunstancias, o cambia su vivencia
interna, o empezará a «morir» un poco cada día, en la misma medida en que mueren
sus esperanzas.
A veces
podemos sentirnos confusos, en medio de emociones que nos envuelven y provocan
sentimientos contradictorios. Por una parte queremos vivir esa nueva
experiencia, pese a quien pese y por complicadas que sean nuestras
circunstancias; por otra parte, sentimos dudas y nos invaden los temores.
Son
momentos difíciles, en que podemos pasar de la exaltación más apasionante al
decaimiento más profundo. Podemos tirar por la borda todos los logros que hemos
conseguido a través de una vida de esfuerzo, podemos cargarnos el brillante
futuro que nos espera, podemos liberarnos de condicionantes absurdos e injustos,
o podemos sumergirnos en la telaraña de una relación dependiente, que nos hace
más pequeños cada día.
Este
problema afecta en parecida medida a mujeres y hombres, aunque suelen reaccionar
de forma diferente.
El caso
de Samuel y Sonia puede ser un buen ejemplo para esta emoción de añoranza de
libertad.
El
caso de Samuel y Sonia
Samuel y
Sonia formaban una pareja muy estable, nunca habían tenido crisis importantes.
Llevaban
veintitrés años casados y tenían tres hijos de dieciséis, catorce y doce años.
Lo habían
pasado muy mal los primeros años de matrimonio, pues a los seis meses de casarse
los padres de Samuel habían tenido un revés económico muy fuerte, que les había
sumergido en una situación lamentable. Samuel y Sonia tuvieron que emplear una
parte importante de sus ingresos para hacer frente a las deudas que éstos
tenían.
En gran
medida, y condicionados por esta circunstancia, no tuvieron hijos hasta siete
años después de haberse casado, cuando la situación económica de los padres de
Samuel se hizo menos gravosa.
Ambos
eran dos triunfadores a nivel profesional, pero Sonia había sacrificado en gran
medida su carrera cuando, de común acuerdo con Samuel, había pedido reducción de
jornada en su trabajo cuando nació el tercer hijo con un problema físico
importante; afortunadamente, la evolución del niño había sido bastante
satisfactoria, pero esos seis años de dedicación íntegra al pequeño habían
cortado su carrera profesional.
Aparentemente la normalidad se había instaurado en la familia, pero hacía unos
meses había ocurrido un hecho importante, tan importante que Samuel, por primera
vez, estaba siendo infiel a Sonia y mantenía una relación afectiva con una
compañera de trabajo veintidós años más joven que él.
Fue
precisamente Samuel el que vino a la consulta. Su mujer no sabía que él tuviera
una doble «vida afectiva», pero le notaba muy extraño y llevaba meses
preguntándole si le pasaba algo.
La
situación para Samuel se había hecho insostenible. Por una parte se sentía
fuertemente atraído por su joven amante, hasta el extremo de cometer auténticos
disparates en el trabajo con tal de estar con ella, y por otra parte sentía un
remordimiento enorme cada vez que pensaba en lo que le estaba haciendo a Sonia.
A pesar
de todo, Samuel hubiera seguido «compaginando» ambas vivencias, pero su joven
«compañera» le dio un ultimátum, le dijo que tenía que decidirse, que ella no
iba a estar permanentemente en esa situación, que tenía veintiocho años, y si él
no dejaba a su mujer y a sus hijos, ella rompía la relación.
Curiosamente, este ultimátum llegó un mes después de que Samuel se hubiera
empleado a fondo para proponer un fuerte ascenso profesional para esta persona
que formaba parte de su equipo. A pesar de las resistencias que encontró en
varios integrantes de su propio grupo, incluso en otros directivos, que no veían
clara la justificación de este ascenso, finalmente se llevó a efecto; y ahora su
adorada joven se encontraba en otra área de la empresa, «por encima» de otras
personas que tenían más experiencia y mayor valía profesional que ella. Cuando
analizamos este hecho, Samuel lo consideraba una casualidad y no le daba mayor
trascendencia. Se culpaba de la situación actual, pues decía que, en más de una
ocasión, esta persona le había dicho que deseaba vivir con él, y Samuel le había
contestado que a él también le gustaría poder vivir juntos. En consecuencia, le
parecía lógico que
ella, a la que veía profundamente enamorada, le exigiera romper con su
matrimonio.
Samuel
estaba al borde del abismo; no dormía, no descansaba, estaba lleno de pulsiones
y de dudas..., y ahora sentía que el ultimátum de su joven pareja le ponía entre
la espada y la pared.
De una
forma bastante convulsiva cambiaba de decisión de un día a otro. Los fines de
semana se convencía de que no podía abandonar a su familia, pero en cuanto veía
a esta chica, pensaba que él tenía derecho a vivir este amor; este amor tan
apasionado, que le hacía sentir lo que nunca había experimentado.
Resultó
muy difícil que empezara a razonar, para colmo, hubo un episodio que le
trastornó profundamente; había sorprendido a su «chica» coqueteando abiertamente
con otro directivo, y los celos se apoderaron de él, casi sin darse cuenta se
puso «en evidencia» con una actitud muy agresiva, que sorprendió tanto al otro
directivo como a él mismo. Su joven «amiga» se enfadó muchísimo y le dijo que no
le consentía esas reacciones, que no tenía ningún derecho sobre su persona, que
ella se lo había dado todo y él se había limitado a disfrutarlo, sin poner en
peligro su matrimonio; que había sido muy discreta, pero que ya no aguantaba sus
indecisiones, que no le volvería a ver —en la intimidad— hasta que no hubiera
tomado la decisión de separarse. De repente Samuel sentía que se le estaba
escapando la última oportunidad para ser feliz en su vida, y en un arrebato le
había dicho a su mujer que tenían que hablar, que él no se sentía feliz, que
necesitaba más tiempo para él, que quizá deberían darse un respiro
temporalmente, y que lo mejor sería que él se fuera un tiempo a vivir solo a un
apartamento. Sonia, que no tenía un pelo de tonta, le dijo que si por fin
empezaba a decir lo que le pasaba, que le contase toda la verdad, que siempre
habían dicho que si alguna vez sucedía algo, se lo contarían, y que ella nunca
había roto esa promesa. Samuel se paralizó, afortunadamente, y le dijo que
estaba agotado, que le disculpase, y que ya hablarían más despacio cuando
estuviese mejor, que seguramente lo del apartamento no había sido una buena
idea.
Samuel
había salido como había podido de esa conversación, en la que él sólito se había
metido. En este punto, no había más remedio que intentar avanzar con la máxima
urgencia, pues no era capaz de controlar sus conductas, y podía realizar
cualquier barbaridad, tanto en el seno de su familia, como a nivel profesional.
No debíamos correr más riesgos, así que aceleramos al máximo su proceso y le
dije que escribiera las condiciones de una separación con Sonia, qué pensaba él
que era justo, qué acuerdo deberían alcanzar en relación a los niños, cómo
quedaría el tema económico... En un análisis muy difícil, le dije que pusiera en
qué saldría él ganando con la separación y en qué saldría perdiendo. También le
pedí que escribiera qué es lo que más le gustaba de su compañera, qué aspectos
le hacían creer que su relación duraría en el tiempo, qué pasaría si al cabo de
unos meses su convivencia no resultaba...
Los
ejercicios empezaron a dar resultados, en realidad era mucho lo que él sentía
que perdía con su separación, y mucho lo que arriesgaba en función de una nueva
relación, en que puntuaba a su joven «amiga» muy por debajo en todo de Sonia.
Al hacer
estos ejercicios, Samuel había redescubierto hasta qué punto seguía queriendo a
su mujer, hasta dónde le dolería perderla. En el tema de los niños, él, como
hipótesis, había apuntado que se quedaran con Sonia; aquí decidí dar un golpe de
timón y le dije que no parecía justo, ni para Sonia, ni para él, ni para los
niños. Ante su cara de asombro, le comenté que Sonia ya había sacrificado su
carrera profesional por los niños, que él había seguido su trayectoria gracias
al esfuerzo de su mujer, que no le podíamos pedir ahora que sacrificara su
futuro personal, recluyéndose en el cuidado de unos hijos a los que quería con
toda su alma, pero que también la impedirían tener vida propia. En relación a
él, era un auténtico padrazo, y rápidamente los echaría en falta y se sentiría
culpable por no estar con ellos. Los niños, por último, sufrirían su ausencia en
unos momentos claves de su desarrollo; se quedarían sin un padre al que querían
y necesitaban. En definitiva, ¡había que buscar otra fórmula! «¿Qué fórmula?»,
preguntó Samuel sorprendido. «Habrá que hablarlo con Sonia, pero quizá los
chicos puedan vivir una parte importante contigo, por otro lado —le dije—, ¿cómo
has pensado devolver a Sonia la cantidad que ella aportó durante los primeros
años de matrimonio para tus padres?». Samuel no salía de su asombro, y casi sin
voz contestó: «No había pensado que tuviera que devolver nada, pero ahora que lo
dices, sería lo justo; por otra parte, si tuviera que compensarle económicamente
por todo lo que ella ha hecho durante nuestro matrimonio, no habría dinero en el
mundo para hacerlo». «Bien —repuse—, pero es bueno que seas realista en cuanto a
las condiciones de vida que le puedes ofrecer a tu joven amiga, y se lo digas
antes de volver a meter la pata con Sonia». La siguiente vez que Samuel vino a
la consulta, no hizo falta preguntarle nada para saber lo que había pasado. En
cuanto le insinuó a su amiga que a él le gustaría que sus hijos pasaran
temporadas viviendo con ellos, y que económicamente pensaba que lo justo era
dejar a su mujer al menos la mitad de todos sus ingresos y el 75 por ciento del
dinero ahorrado que tenían en común, su amiga le dijo que ¡se había vuelto
loco!, que ella no tenía la culpa de que él tuviera tres hijos, y que no estaba
dispuesta a sufrir las consecuencias de que él fuera un ser blando e inseguro,
que necesitaba acallar su conciencia a costa suya. Samuel le dijo que él perdía
más en esta historia, y estaba dispuesto a hacerlo por ella, a lo que su amiga
le contestó que ella sin embargo tenía sus dudas, que había tardado tanto en
decidirse que no estaba segura de que lo mejor fuera seguir juntos y que, en
cualquier caso, o se olvidaba de que los niños estuvieran con ellos y cambiaba
totalmente el tema económico, o no tenían más que hablar. Samuel se quedó
hundido, de repente se sintió engañado, usado, maltratado..., pero seguía
teniendo mucha dependencia de esta chica. A pesar de su extrañeza, no insistí en
el fondo de la conversación que habían tenido, sino en uno de los ejercicios que
había hecho semanas atrás: ¿qué era lo que más le gustaba de su compañera?, ¿qué
le hacía pensar que su relación seguiría en el tiempo?, ¿cómo se encontraría si
al cabo de unos meses todo se venía abajo?... Samuel dijo que no se encontraba
con ánimo para hacer este ejercicio, y ahí le contesté que lo comprendía, pero
que era necesario —yo sabía que ya estaba casi decidido a dejar esa relación,
pero quería que saliera convencido, no resignado; quería que superase esta
situación con ilusión y con fuerza, no con sensación de fracaso y renuncia—.
Insistí, en consecuencia, y volvió a quedarse muy sorprendido cuando le dije:
«Por cierto, ¿cómo has pensado que reaccionarás cuando tu amiga tenga cuarenta
años y experimente ese anhelo sexual que tienen las mujeres a esa edad, cómo vas
a conseguir dar respuesta a esa necesidad de relaciones sexuales que la
naturaleza potencia en la mujer en los últimos años de su vida fértil?, ¿has
pensado que entonces tú tendrás sesenta y dos años?». Samuel de nuevo reaccionó
como si nunca hubiera contemplado esta posibilidad.
En las
siguientes sesiones trabajamos al máximo lo que él aún seguía sintiendo por
Sonia, cómo creía que podría volver a recuperar parte de esas ilusiones y de
esas emociones que parecen decrecer con el tiempo; le dije que no podía vivir en
una situación de aparente falta de libertad, que a pesar de que la relación con
su amiga había terminado —ésta se había mostrado totalmente esquiva después de
la conversación que habían tenido sobre las condiciones de su vida en común—, él
debía decidir libremente si quería continuar con Sonia, y si quería hacerlo al
margen de los niños.
Samuel
sintió que había sido un cretino, que en realidad lo que pasaba es que se había
dejado enganchar por una persona ambiciosa que le había utilizado, y que gracias
a esta experiencia se había dado cuenta de nuevo de todo lo que quería a Sonia.
Llegados a este punto le dije que se olvidase de las circunstancias en que se
había desarrollado su aventura, que tenía que ponerse en la hipótesis de que
otra chica pudiera quererle por sus propios méritos, «sin buscar otra cosa que
no fuera su amor y su compañía; en esa hipótesis —le expliqué— tienes que ver si
sintiéndote como te sentías de ilusionado con tu compañera, te merecería la pena
intentarlo con Sonia». «¡Claro que sí!», respondió sin dudarlo. «Pues entonces
—repuse—, ya puedes empezar a correr, porque quizá Sonia esté en una situación
parecida a la tuya, y decida que quiere vivir su vida libremente, sin ataduras,
con toda la fuerza de las emociones y del apasionamiento, ¿qué pasaría si ella
estuviese enamorada de un chico más joven que tú, de una persona que la hiciera
sentirse querida, mimada y deseada?, ¿qué pasaría contigo?». Samuel descubrió
que no había contemplado tampoco esa posibilidad, y con toda la emoción del
mundo dijo: «Si eso pasara, no podría perdonármelo en la vida, porque sabría que
yo nunca sería tan feliz con nadie como con Sonia». «Bien, en ese caso —añadí—,
¿a qué esperas para volver a reconquistar vuestro amor?».
Sonia
había respetado profundamente a Samuel, y aunque intuía que algo le pasaba, no
le había forzado con preguntas indiscretas ni con escenas difíciles, había
respetado su proceso, se había comportado suave y dulcemente, como era su
estilo, no había hecho referencia alguna a la conversación pendiente, y cuando
Samuel le dijo que le perdonara, que aquel desparrame de semanas atrás había
sido producto de un agotamiento, que no sentía nada de lo que le había dicho,
ella le comentó algo parecido a: «Samuel, tú y yo sabemos que algo pasaba, pero
de nuevo veo un brillo en tus ojos que hacía tiempo había desaparecido, quizá
estábamos teniendo una vida demasiado rutinaria y los dos nos merecemos algo
mejor; no me gustan las convulsiones, pero nuestra relación se merece algunos
cambios; en estas semanas me he dado cuenta de lo que te quería, de lo que
sufriría si nuestro matrimonio se iba a pique, así que si todo era cansancio por
tu parte, ¡vamos a cansarnos de verdad!, es bueno agotarse de vez en cuando,
pero por pasárselo bien, no por encontrarse infeliz, ¿por dónde empezamos?».
Samuel inmediatamente respondió: «Por irnos de viaje y por volver a tener aquel
sexo tan increíble entre nosotros». «Los hombres siempre pensáis todos en lo
mismo —rió Sonia—, pero me gusta tu plan».
Samuel de nuevo estaba flotando, pero esta vez era por su relación con Sonia,
por su felicidad de volver a disfrutar de sus hijos sin miedo a perderlos, por
su confianza en sí mismo, en su mujer y en el amor tan profundo que se seguían
teniendo. Trabajó mucho para que su matrimonio recuperase parte de la emoción
que había perdido. Un día me preguntó si debía decirle a Sonia lo que había
pasado, pues a veces se sentía culpable por aquella historia y pensaba que debía
confesárselo. Le comenté que no, y ante su sorpresa añadí: «Sonia seguramente
sabe que pasó algo, confirmárselo sólo traería de nuevo dolor, inseguridad y
miedos a vuestra relación, ¿en qué le beneficiaría a Sonia esa confesión? No
puedes volver a herir, de forma tan innecesaria, a quien tanto amor te demuestra
cada día; quedarte tú más tranquilo con tu conciencia no justifica el dolor que
producirías; si quieres sentirte redimido, sigue esforzándote cada día en mimar,
cuidar y disfrutar de tu relación, ése es el mejor pago que puedes hacer a Sonia
y a ti mismo».
Antes de
dar por finalizado el caso, le pedí que escribiese todo lo que él sentía que
había aprendido, o que le había resultado especialmente útil. De forma muy
resumida escribió:
— En las
condiciones de vida que disfrutamos, en una situación como la mía, la libertad
es algo que tú mismo te das o te quitas.
El que
seas más libre no depende de los demás, pero el sentirse esclavo depende de ti.
— La
mayoría de las veces, los cambios no significarán cambios de personas, sino
cambios de actitudes, de costumbres, de rutinas.
— Cuando
añoras la libertad, lo que en realidad estás necesitando es volverte a
encontrar, poner tu vida encima de la mesa y realizar cambios que te hagan de
nuevo sentir e ilusionarte cada día.
— Si en
algún momento sientes que eres profundamente infeliz con lo que vives, si
después de realizar todos los esfuerzos a tu alcance, sigues pensando que la
situación ya no da más de sí, que cada día te vas a arrepentir de cómo estás
viviendo, o mejor dicho, de cómo no vives, ése será el momento de tomar una
decisión importante, pero antes de hacerlo, deberás conseguir estar bien contigo
mismo; sólo ese equilibrio interior te dará la fuerza y la seguridad para
efectuar los cambios que necesites.
— Si
alguna vez piensas que no debes perder tu «último tren», recuerda que los demás
también merecen tener la oportunidad de poder coger otros «trenes», así que
facilita al máximo esta posibilidad y sé generoso con quien ha compartido
contigo una parte de su vida.
— Cuando
despiertes un día sintiéndote de nuevo cansado, aburrido..., significará que te
has relajado, que debes esforzarte de nuevo por poner en tu vida, y en este caso
en tu vida de pareja, dosis de buen ánimo, de ingenio, de creatividad..., que
hagan posible que cada día esperes algo nuevo, algo que te ilusione y te llene
por dentro.
Samuel
era una persona estupenda, que merecía ser feliz, al igual que lo merecía Sonia.
Ambos aprendieron a ver lo qué les separaba y supieron acercarse de nuevo, para
revitalizar ese amor que, de vez en cuando, necesita una «puesta al día».
Si
hubieran sabido lo que les separaba, seguramente habrían trabajado más lo que
les acercaba, y esa crisis no habría sido tan peligrosa.
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